Opinión

Vinos de Calatayud y Moldavia: esperando el primer brandy bilbilitano

Me estoy pasando de hacer viajes interiores, solo veo Europa según lo dicte “La 2” en “Diario de un Nómada”. Mis viajes se limitan a constatar que a varias ciudades españolas que no visitaba desde los 90 no las conoce ni la madre que las parió, como vaticinó Alfonso Guerra. Todas tienen parques correctos, rotondas de grandes superficies, sus edificios historicistas pintados en el tono pastel de Bolonia que se ensayó en el Casco viejo zaragozano de García-Nieto.

Sin embargo, siguen mis viajes a través de la literatura. Los que hago por el curso del Danubio con Magris. Además de los que en Zaragoza pueden disfrutarse a través de la primera celebración de una semana cultural africana o cortándote el pelo.

Fue en Malta donde tuve una conciencia clara, esa que también existe en Italia, de que a España llega una emigración parcelada por orígenes. Que el problema turco y sirio de encontrar acomodo afecta sobre todo a Alemania, lo mismo que el albanés a sus vecinos transalpinos, la llegada de media Argelia a París y al sur de Francia, la de Pakistán especialmente al Reino Unido y la regularización filipina o nica pasa por España y Barajas. Ni las pateras se exhiben en telediarios invernales ni las concertinas pueden tenderse en los aeropuertos a los que llegan vuelos internacionales regulares, no es el caso de los de Valencia o Zaragoza.

Así que como en La Valletta me cortó hace unos años el pelo una peluquera de Belgrado, el otro día en el Coso fue una de Moldavia. Entre tanto hablamos de su país, de que la comunidad moldava no es prima étnica de los rumanos, sino que se aproximan más a ser ucranianos. Conversamos mientras disfruté de su técnica de corte a tijera –rara avis- del problema de Transnistria, donde juega el equipo del Sheriff éste de la Liga de Campeones, y en que vive una mayoría de población rusa que puede repetir el estallido del polvorín de Crimea o la jungla de cristal 8.0.

La conversación derivó hacia los vinos y aguardientes moldavos, que se servían en las mejores recepciones soviéticas y reuniones del polit-buró: el afamado y carísimo coñac Kvint. Que parte de la transformación de vinos tan singulares como los de Tokaji en Hungría, basados en varietales propios camino de ser mundialmente reconocidos como la uva fateasca.

Van de premio en premio como también los vinos blancos que salen a las mejores mesas rusas aún hoy desde Georgia y Armenia: las cunas del vino, que envejecían en ánforas de barro antes que Grecia y Roma.

Los tintos moldavos dan mucho grado pero son rojizos y de menor cuerpo que los aragoneses, pues se trata de refinados vinos de límite de civilización greco-romana. Yo probé uno en una ocasión y me pareció elegante y no contundente, pero se me quedaría corto para el cordero. Dado que me pareció un vino más balsámico, la combinación con queso u opulentos asados de caza sería magnífico.

En definitiva, que me recordó a las garnachas centenarias aromáticas y de gusto mineral de límite aragonés, de la denominación bilbilitana. En ese pequeño país del Jalón también especializado en la producción de grandes cavas y vermús, sería una excelente iniciativa revisar la tradición que se tuvo en destilados y aguardientes.

La propia Zaragoza lideraba con Barcelona y Jerez-Puerto de Santa María una importante industria licorera que dio a luz aguardientes como el coñac “Ferroviario”, el legendario y sabroso “Ron Negus Abisinia” en la Industrial Licorera Española, ubicada en el aún denominado “Patio de la Licorera”, en el triángulo entre la avenida de San José y Cesáreo Alierta.

En la Comunidad de Calatayud, el vermú de Terrer que aún se produce o alcoholeras que crearon anisados como el denominado “La Dolores” o licores como el “Monasterio de Piedra”, la de la Viuda de Esteve Dalmases, revelan esta curiosa relación. Ese viaje que representa la importancia de aprovechar vínculos, los que pasan por la importante en número comunidad rumana bilbilitana. País cercano a Moldavia y que los habitantes del enclave de sugerente vino del que nos ocupamos utilizan para saltar a Europa como rumanos, como habitantes Schengen.

Esperando el primer brandy aragonés de alta calidad, imagino un futuro que lo vinculará a las sugerentes bodegas de Calatayud, el vino con alma de garnacha de los viñedos de altura.