Opinión

La pandemia baja, la depresión sube

Con la pandemia y postpandemia se está produciendo un incremento de los trastornos del espectro depresivo. Al parecer, y según apuntan estudios recientes, dicho aumento es especialmente llamativo, aunque no exclusivo, en niños y adolescentes, donde se disparan los trastornos de conducta alimentaria y tendencias suicidas.

La elevación de los trastornos depresivos ha llegado con cierto retraso, algo explicable porque al principio todos nos hemos preocupado más de la enfermedad física que de sus consecuencias psíquicas y, ahora, cuando las cifras de la pandemia tienden a la baja, es cuando los síntomas depresivos afloran con mayor virulencia.

Sin lugar a dudas la pandemia ha sido un factor de riesgo "importante" para personas que nunca habían tenido una depresión, así como un “caldo de cultivo” en adolescentes, que duplicaron las demandas de consulta en los servicios de salud mental sin encontrar siempre la respuesta adecuada.

Aunque las cifras oficiales de Covid vayan a la baja al disminuir el numero de fallecimientos, la incertidumbre, el miedo al contagio, la inseguridad y la llamada “nueva normalidad”, que no es tan bien aceptada como se esperaba, son factores que avivan el incremento de las alteraciones psiquiátricas.

Por otro lado, en España, el concepto de depresión es confuso y en cierto modo banal. La sociedad española considera que cuando una persona se deprime es porque tiene "un elemento de debilidad en su carácter", porque “no hace todo lo posible” por mejorar o porque “no pone de su parte”. Nada más falso, no se deprime quien quiere, como dice el profesor Gabriel Rubio, "se deprimen aquellas personas en las que confluyen factores biológicos, hereditarios, situaciones de abuso y malos tratos, pérdida de familiares en la adolescencia, factores ambientales y acontecimientos vitales estresantes".

En países de nuestro entorno se estima que un 20% de la población tendrá episodios depresivos en algún momento de su vida, un porcentaje extrapolable a España. A pesar de ello, la depresión no es el trastorno mental más común, lugar que hoy ocupan los trastornos de ansiedad, si bien los psiquiatras esperamos que, en pocos años, de seguir al ritmo que llevamos, la depresión desplace a la ansiedad de ese primer puesto.

Hay que insistir en que "la depresión tiene tratamiento, se cura y el tratamiento temprano mejora el pronóstico", aunque con una Atención Primaria colapsada como ocurre con la nuestra, los ciudadanos no acuden a tratarse y la depresión corre el riesgo de hacerse crónica. Por eso es muy importante la detección precoz, tanto para disminuir el sufrimiento personal, el familiar y las complicaciones como el suicidio.

La pandemia ha puesto en jaque un sistema de salud mental carente de apoyos, donde faltan psiquiatras, (40% menos que la media europea), lo que provoca que una persona con depresión tenga que ser tratada en la medicina privada porque el sistema público no puede dar una respuesta adecuada en tiempo y forma.

Es un hecho que las situaciones de crisis alimentan los cuadros depresivos, y no solo lo hemos podido observar en esta crisis sanitaria con el aislamiento social y físico que se ha producido, recordemos que, en 2008, la crisis económica y financiera supuso también un aumento de los trastornos afectivos en un 20%. Porcentajes que muy probablemente están por debajo de las cifras reales, ya que muchos casos no se derivan a servicios de salud.

La patología depresiva es muy prevalente y es urgente más inversión y recursos en salud mental. Banalizar la depresión impide pedir ayuda y ante una baja laboral, por ejemplo, se duda siempre más de una depresión que de cualquier otra dolencia.

Tristemente la salud mental conlleva un estigma y sigue siendo un tabú. Las personas no solo no saben diferenciar unas alteraciones de otras, sino que siguen teniendo prejuicios triviales que hacen referencia a la peligrosidad, cronificación y falta de eficacia terapéutica.

Llevar a cabo un diagnóstico e instaurar un tratamiento precoz es la mejor manera de reconducir un problema de salud mental que cada vez afecta a un mayor número de personas con consecuencias, a veces, irreparables.