Opinión

Cruces invertidas

En estos primeros días de diciembre han sido varias las celebraciones que se han llevado a cabo a lo largo y ancho de la geografía española y como parte del preámbulo llamado “puente de diciembre” de las “fiestas de Navidad” o de las “felices fiestas” bruselenses. No han sido pocos los que en estos pasados días han reparado en el estado de las cosas a consecuencia de la celebración de determinados días de diciembre. Todo lo anterior pimentado con los contagios de lo que sea de una población que no llega a los 1,4 millones y que fuera de Zaragoza y otras capitales es campo abierto. ¿Y si fuéramos más?

La Carta Magna actual, que fue elaborada en unos pocos meses en la Sierra de Gredos, idílico lugar de lagos de origen glaciar, prados, cervunales, melojares, pinares, encinares y alcornocales, definía a España como un Estado autonómico, con regiones y nacionalidades, entre otras muchas cosas y conceptos, diferentes articulados y determinada estructuración territorial, así como derechos, deberes y libertades públicas, Estado social, democrático y de derecho… todo ello en el seno de unas cortes no constituyentes.

A lo largo de la historia de España, muchas han sido las ocasiones en las que, su rumbo, se fue jalonando por determinados vericuetos, que tal vez la mayor parte de la población desconoce. España en su historia basó su identidad y consecuencia a través de las diferentes personalidades de sus reinos y monarquías, así como de la unidad católica. No tuvimos guerras de religión, como en otros países, a consecuencia de la existencia del Tribunal de la Inquisición creado por los Reyes católicos, tuvimos una expansión atlántica, africana y mediterránea. Todo ello no creó sino leyendas negras y enemigos, cuya máxima expresión se produciría en 1717, Londres.

Tras el paso del tiempo le tocó el turno de ser invadida por las tropas napoleónicas, la pérdida de las Provincias de Ultramar y la constitución de 1812, tan admirada por unos como desconocida por la mayoría, que puso las bases para lo anterior, así como para las posteriores guerras carlistas de reacción a la toma del poder de determinados grupos, al servicio de potencias extranjeras, que paulatinamente fueron cambiando la idiosincrasia y el ser de España. Todo empezó a transformarse para siempre.

Cada nación tiene su propia personalidad, y la misma indefectiblemente viene marcada por su historia. Como una casa, se puede reformar, reparar, derruir, reconstruir o lo que se considere, pero si se pierden las esencias se convierte en otra cosa. Y ello viene ajustado en tiempo y forma con las nuevas olas que ahora tocan, venidas de lugares lejanos, que hablan de globalización 4.0., de transhumanismo, de mentalidad planetaria, nuevas religiones, etc., en definitiva, la paulatina desaparición de las naciones tal cual las hemos entendido hasta ahora y la creación de un espacio mundial superior.

Entusiastas de todo ello no faltan ni faltarán, pero ¿jugamos todos en la misma liga? ¿se beneficiarán unas “naciones” más que otras? ¿queremos convertirnos todos en otros? Parece que, para variar, pocos son los dispuestos a invertir parte de su preciado tiempo en reflexionar sobre estos asuntos y el tsunami arrolla con tal fuerza que es mejor hacerse con un bote que no se vaya a pique.

Cuando se quiere reparar una casa es menester emplear los mejores materiales y técnicos, pues de lo contrario la fuerza del aire y del agua acaban el trabajo. Si se pierden las esencias seremos algo totalmente distinto, y por mucho que algunos se empeñen en defender lo que no saben explicar muy bien, a causa de sus múltiples capas de tópicos, se tratará de una aglutinación de seres humanos sometidos a leyes y normas cambiantes y temerosos de los efectos virulentos y del Armagedón.