Opinión

Arquitecto Bohigas y escritora Almudena Grandes

En vuestro campo visual cotidiano, veréis el legado e influencia de Oriol Bohigas. En el urbanismo de proximidad, de detalle, de dignificación de los espacios careados urbanos en que seguro habréis reparado solo con ir a una feria de la Plaza San Bruno algún domingo de vuestra vida.

Los huertos urbanos y juegos que se usan en lo que no es ya un solar, las medianeras muertas repintadas al asalto, operar en pequeña escala en amenos jardines o aparcamientos urbanos que tienen un diseño cada uno diferente, están ligados a este arquitecto que se podría haber limitado a tarifar edificios importantes.

Pensador y hacedor de rincones amenos, sutiles, con incorporación de sorpresas y efectos japoneses. Llevar un poco de traviesas o acero corten y cuatro plantas a un barrio degradado, que las farolas se comporten como árboles urbanos por cuatro euros. Ese fue Bohigas al frente del equipo urbanístico de Barcelona, a los fogones de Pascual Maragall, en la Barcelona que admirábamos de la España de presidente andaluz faraón que aún esparce pero de entrada no.

Piqué echaba de menos esa Barcelona ayer en la tele, la que fue líder europea en ideas como en vida vivida.

Ibas a Prenzlauer Berg a Berlín y habían copiado la calle Aviñón y su ambiente. Te movías en la mediterránea por ambiente Copenhague o te asomabas a Atenas, y veías la influencia en positivo de Barcelona dignificando espacios de mucha concentración humana, pero ricos en historia.

Paseando por Marsella, Nápoles o incluso Londres se veían las consecuencias de no operar de cataratas a ciudades de puerto populares. Eran un quiero y no puedo, un escenario imposible para un himno de “El Último de la Fila”, se habían quedado en “Los Amaya” y los macarras de Ciutat Badía, del Vaquilla que luego fue el Yoyas.

Zaragoza, Málaga o Valencia siguieron el urbanismo de pequeños detalles de Bohigas y dieron un salto adelante en el disfrute de plazas y espacios públicos que se deben más a su influencia que al paso por la alcaldía de Belloch, que se encontró con el giro dado. Porque quien lo dio fue García Nieto, autor de urbanismo mayúsculo con Pérez Latorre pero sin desatender el minúsculo, con el que la Zaragoza ciudad de plazas todavía conmueve a los visitantes: que lo último que esperan es encontrarse a una Córdoba del norte, con patios para afuera, y un palacio de la Aljafería que rivaliza con la Mezquita en historias por decirse.

En los 90 se abandona en Aragón la reproducción de la regeneración de Bolonia, insostenible en lugares de peor arquitectura y con una ausencia de civismo reflejada en que los triunfadores abandonan los centros de sus ciudades en vez de estar orgullosos de preservar su arquitectura. En este sentido, Huesca fue pionera en volantear y el reconocimiento del mudéjar turolense como Patrimonio de la Humanidad hizo tener discurso propio, volver a la cenefa de ladrillo.

Cuando solamente una erótica y estética sana puede salvar a tantos jóvenes del deporte o la gastronomía, para los que no todo el mundo sirve.

Hoy está de moda ensalzar Madrid y su ambiente de creación, ese en que el Almudena Grandes oficiaba como ángulo de refracción, porque no todo vale. Yo la respeto y valoro como voz porque la suya tenía un punto de transmitir que las lágrimas de alegría solamente brotan del manantial de la pobreza. Y eso es inequívocamente humano por galdosiano.

El Madrid que me gusta es el obstinado y no el de emprendedores, ciudad que no es verdad que te abrace rodeándote como tú sí lo harías en mitad del Jardín Botánico o de cualquiera de sus museos especializados, de alcance universal.

Pero si es cierto que por cualquier parte del mundo eres huésped menos en casa de tu madre, también lo es que los que nos expresamos en castellano tenemos que considerar a Madrid y sus escritores como esa casa.

En los años 70 también lo era la Barcelona babélica de Bohigas pero ahora ya no le gusta que se le vea desnuda. Cuando su programa e ideología siempre fue que los pobres también debían poder vivir.

Hoy Barcelona no fortalece los eslabones de lo que representa culturalmente en España y llegó a representar en Europa, no es la ciudad madre que te señalaba tu lugar en su cadena.

Su relación con la inmigración que ha recibido tampoco es mejor que la de Madrid o Zaragoza. Va caminando como con un bastón por columna vertebral, ya no es mi ciudad de primeros amigos, poemas y rebelión.

Bohigas la cambió estéticamente y hoy tiene pendiente acoger incluso a cualquier aragonés que decida asentarse. Como sucedió con la generación oscense y turolense en los 60 que fue a vivir a Cataluña u hoy con la enorme población catalana de origen musulmán, la emigración oficialmente es un problema pero extraoficialmente la solución.

Veo disfrutar cada vez que voy a muchos nuevos niños de Barcelona en los rincones concebidos y ejecutados por Bohigas en el Raval o el Born, aprovechando ese sol y viento de gota fría del Mediterráneo, denso y salitroso. Pudiendo salir de los pisos de cama compartida para no vivir ese rato amordazados, con sus padres extrañando su juventud perdida de otras lluvias y vientos, pelada por el aire de puerto de nieve en el caso de los de origen oscense y con el gusto de la costilla a la brasa junto al río en verano.

Gracias a los dos por tanta pasión volcada en canales diferentes y que no se ha limitado a planificar, sino que se ha conseguido ejecutar. A ambos les une el antiguo concepto de buena vecindad en peligro de extinción.