JAVIER MESA, Gestor Cultural.
“Por lo menos han pasado 6 o 7 años”, me decía el director de esta publicación y amigo, Roberto García Bermejo, en una conversación informal en la que rememorábamos la última vez que nos habíamos visto.
El caso es que yo no me lo acababa de creer, quizás porque ya tengo una edad, o por la sana y muy humana costumbre de engañar a mi reloj biológico – lo que me viene dado sobre todo por parte de madre. Único caso que he conocido con un DNI erróneo, nada menos que diez años más joven figuraba en los datos del DNI que en la realidad. Sí, un retrato de Dorian Gray a la inversa – .
Así que comencé a rememorar acontecimientos y charlas que habíamos tenido en el pasado, con la inocente intención de que fueran muchos menos los años sin vernos. Pero no. Resulta que fue, incluso, alguno más.
Y me vino a la memoria nuestro común amigo, ya fallecido, Antonio Serrano (escritor y profesor de la Universidad de Zaragoza), quien nos presentó a ambos y propició una animada charla a tres bandas tras detallarnos la experiencia que había tenido él al visitar el centro penitenciario en el cual trabajo para dar una conferencia sobre uno de sus libros, gracias a la mediación de otro amigo y articulista de esta Tribuna, Francisco Javier Aguirre.
Antonio relató cómo su primera sensación al ver la concertina de alambre, la muralla y las grandes puertas de hierro fue de respeto, casi temor, al adentrarse por primera vez en un mundo tan desconocido. Pero cómo, luego de entrar en la Escuela y encontrarse en una sala con unos veinte internos, su sensación pasó a ser casi la misma que tenía al impartir sus clases en la Universidad. Y cómo, cuando estos comenzaron a preguntarle sobre su novela, se le olvidó dónde estaba.
Lo contaba con emoción, con mucha emoción, al darse cuenta de que esos veinte asistentes realmente habían leído su libro, se habían sumergido en su mundo y, en ese momento, se encontraban “realmente” allí presentes y con una total atención a sus palabras. Y contaba asimismo cómo, gracias al debate posterior, había descubierto matices en su novela desapercibidos por él mismo. Debate que había dado paso finalmente a una charla “cuasi íntima” enriquecida con los aconteceres de la vida personal de los asistentes. Yéndose, Antonio, con la impresión de haber estado una hora en lugar de dos y de que había “recibido” tanto o más que lo que había “dado”.
Esta misma sensación es la que han tenido quienes, a lo largo de estos últimos casi veinte años, han compartido unas horas de su tiempo junto a nosotros. Un tiempo que, salvo estos últimos y fatídicos años de pandemia, había transcurrido rápido, dejándonos casi una sensación de no haber envejecido, de que no podía haber pasado, de ningún modo, “tanto tiempo”. Precisamente por eso necesitamos ya “volver a empezar”.
Posteriormente, Antonio nos visitó en más ocasiones, como conferenciante y como asistente a alguno de nuestros rodajes en el Taller de Cine del centro penitenciario. Pero eso es ya motivo de otro artículo. Un fuerte abrazo de todos nosotros, querido amigo.