Opinión

Alekhine en Zaragoza y el ocaso del ajedrez

Javier Barreiro, escritor.
photo_camera Javier Barreiro, escritor.

Desde los años setenta, en que tuvo una efímera popularidad al amparo de la rivalidad entre Fischer y Karpov, el ajedrez ha desaparecido de los medios de comunicación y de la vida pública española. Recuerdo que en la Zaragoza de dicha década la gente joven jugaba en los bares de moda, como Bohemio 2, La Taguara, el Dalí… lo mismo, en las cafeterías y cafés supervivientes. O que, paseando por el Coso, las cristaleras del Casino Mercantil dejaban ver a los jugadores embebidos en sus partidas. Por su parte, tres diarios zaragozanos (Heraldo de Aragón, El Noticiero y Amanecer) tenían secciones de ajedrez en sus páginas, se organizaban partidas callejeras y varias asociaciones, como la superviviente Agrupación Artística Aragonesa, privilegiaban el ajedrez entre sus actividades.

Acaba de publicarse un libro, La diagonal Alekhine, muy bien escrito por Arthur Larrue que, en forma novelada, toma como eje los últimos años de este campeón del mundo desde 1927 hasta 1946, con el sólo intervalo de dos años (1935-1937) en que se lo arrebatara el holandés Max Euwe. El pobre Alekhine hubo de convivir con los años más difíciles de Europa y, con su prodigiosa inteligencia y algo de suerte, acomodarse a los acontecimientos. De origen aristocrático y ya con ganada fama de jugador genial, la revolución rusa lo llevó a la cárcel en Odessa, donde esperaba la muerte en compañía de muchos otros detenidos. Hasta allí llegó Trotsky, entonces presidente del Soviet Militar y experto en el tablero, que quiso jugar una partida con el prisionero. Éste procuró ganar sin humillar al mandatario, al que tanto interesaron las combinaciones de piezas de su oponente, que mandó fusilar al resto y se llevó a Alekhine a Moscú con un puesto de traductor -sabía cinco idiomas-, viendo en él a un futuro campeón del mundo que prestigiaría la potencia mental de la Unión Soviética. En 1921 Alekhine logró llegar a París y ya no volvió a Rusia, con gran disgusto del Komitern, desde entonces su enemigo. En diciembre de 1927 consiguió el campeonato del mundo frente al genial Raúl Capablanca y pasear por el orbe su título jugando partidas simultáneas y alternando con la alta sociedad.

La II Guerra Mundial sorprendió al campeón en su palacio de Normandía, que fue convertido en hospital de guerra al llegar los nazis, quienes lo pusieron en la tesitura de escribir artículos denigrando el ajedrez judío, que congregaba muchos de los mejores jugadores del mundo, y exaltando, por el contrario, el ajedrez ario. Hubo de hacerlo, pero cuando el rumbo de la guerra viraba hacia el triunfo de los aliados, consiguió llegar a España en octubre de 1943. Su primera partida simultánea contra treinta jugadores en el madrileño de Círculo Bellas Artes terminó con 23 partidas ganadas, 2 tablas y 5 perdidas. Entre los vencedores estuvo el polígrafo y erudito José María Cossío, otro olvidado. El campeón del mundo, con problemas alcohólicos, abandonado por su acaudalada mujer y cercano a la depresión, ya no estaba en su mejor momento.

Entre los muchos lugares que visitó Alekhine durante los casi catorce meses que pasó en España, estuvo Zaragoza en cuyo Casino Mercantil disputó una simultánea contra 20 jugadores con el resultado de 24 ganadas, 3 tablas y 3 perdidas, con el arbitraje de Ramón Rey Ardid, que un mes más tarde (abril de 1944) se enfrentó en cuatro partidas al ruso, que sólo pudo ganar uno de los enfrentamientos. El resto fueron tablas. Rey Ardid, zaragozano y catedrático de neuropsiquiatría, fue campeón de España entre 1929 y 1942 y decidió retirarse prematuramente por desavenencias con la Federación. Autor de varios libros y gran analista, fue el ajedrecista más admirado por Fernando Arrabal, también gran jugador, que en 1998 quiso visitar a su anciana viuda en su chalet de La Almunia de Doña Godina, adonde lo acompañamos Antonio Fernández Molina y Raúl Herrero.

Si empezamos hablando de la decadencia del ajedrez zaragozano, tampoco en España el juego pasa por un momento esplendoroso y hemos de añorar glorias pasadas como el “Libro de los Juegos de Axedrez, Juegos y Tablas” (1283) proyectado por Alfonso X el Sabio o la figura del extremeño Ruy López de Segura, considerado oficiosamente como el primer campeón del mundo a mediados del siglo XVI. Tras el último ajedrecista popular, el “niño prodigio” Arturo Pomar, desatendido por la Federación, que, entre 1946 y 1966, obtuvo en siete ocasiones el título nacional, el ciudadano medio está lejos del ajedrez y sus noticias. Incluso el actual campeón de España, Eduardo Iturrizaga, es un venezolano que obtuvo la nacionalidad española el pasado año, muy poco antes de ganar el título.