Opinión

Putin gana batallas, pierde la guerra

Como expresaba el ensayista Noha Harari en el diario The Guardian, Putin en unos pocos días puede ganar todas las batallas, pero ha perdido la guerra. El autócrata ruso pretende, según parece, reconstruir un imperio, el imperio ruso, pero partiendo de una falsedad muy simple: Ucrania no es una nación y los ucranianos quieren ser “cuidados y protegidos” por Moscú. Pero todos sabemos, y es una estrategia frecuente usada en la política y en otros muchos menesteres, “que, si una mentira se repite mucho, acaba convirtiéndose en una verdad”. Y esa precisamente ha sido la táctica del autócrata ruso.

El déspota y sátrapa, como ahora le llaman en muchos medios, sabía que la OTAN no puede hacer nada “oficialmente” para ayudar a Ucrania, aunque quizá sí lo podría hacer de forma oculta. El marrullero autócrata tenía claro que el petróleo y gas rusos crearían dudas en muchos países europeos y que la filosofía de la vieja Europa es dúctil e influenciable.

Su plan, hoy aparentemente fallido, era entrar, golpear y salir rápido dejando un gobierno títere de Moscú y soportar unas sanciones no muy importantes; eso al menos es lo que nos dicen los politólogos expertos en la materia. Pero el dictador imprevisible y narcisista se olvidó, o quizá despreció, que una cosa es invadir y conquistar un país, y otra muy diferente mantener la conquista hecha. Putin supuso que el pueblo ucraniano no se iba a resistir como lo está haciendo y que sería un paseo triunfal parecido al que ocurrió en Crimea en el año 2014.

Pero todo nos indica claramente que la apuesta de Putin está fracasando. El pueblo ucraniano está resistiendo heroicamente, además está ganando la admiración del mundo entero y, sin lugar a duda, está ganando la siempre importante guerra mediática.

Los expertos repiten sin cesar que ganar la guerra no se puede entender solo como entrar en un país, anularlo o destruirlo. Ganar la guerra es, ante todo y, sobre todo, mantener la conquista que se ha hecho (en este caso Ucrania), y eso solo es posible si el pueblo conquistado lo permite y no se convierte en una resistencia cada vez más compleja e hiriente que puede perturbar al invasor como si de una “gota malaya” se tratara.

Desde la óptica psiquiátrica hay que recordar que el odio es una emoción primaria, muy negativa y dañina; pero a la vez el odio al invasor puede ser un elemento clave y de gran importancia cuando estamos ante una nación oprimida, humillada y dañada en su dignidad, orgullo y en su forma de vida. En esos casos la resistencia que se origine puede ser eterna. Por eso a Putin le urge una victoria rápida, poco cruenta y que no produzca odio ni rechazo. Cuanta más sangre ucraniana sea derramada, más difícil será la victoria para el autócrata ruso.

La guerra o invasión que vemos plácidamente sentados, por ahora, delante de los televisores, está dando valor a los gobiernos europeos, a los estadounidenses y, también, a los ciudadanos oprimidos de Rusia que como vemos no son pocos y que se levantan en manifestaciones que les cuestan detenciones, supresión de derechos civiles básicos y ser marcados por el régimen autocrático.

Si un ucraniano tiene el valor de detener un carro de combate con sus manos, el gobierno alemán también puede atreverse a suministrar misiles antitanques, el gobierno estadounidense puede decidirse a cortarle el paso a Rusia y los ciudadanos rusos pueden encararse a la policía rusa y demostrar su oposición a esta guerra/invasión sin sentido.

Lo que está claro desde la óptica psicológica es que, si se permite que el despotismo y la violencia consigan imponerse, todos vamos a sufrir las consecuencias de una forma u otra. Por lo tanto y en coherencia con lo dicho, situarse en un papel de simple observador es peligroso. Es un grave error en vista de lo que estamos viendo en los medios no pasar a la acción y, sobre todo, ver la invasión de Ucrania como un problema lejano, que no nos afecta, que no va con nosotros.

Cada vez está más claro que Ucrania es una nación viva y que los ucranianos son un pueblo real, que rechazan firmemente vivir bajo un nuevo imperio ruso. La principal e inquietante duda que nos apabulla es cuánto tiempo tardará este mensaje en penetrar en la delirante mente del autócrata ruso.

Putin y otros países que ahora están en segundo plano y callados (chinos) quieren cambiar el orden mundial. Si esto llega a producirse las reglas que van a regir nuestra seguridad y en definitiva nuestra existencia y calidad de vida van a ser muy, muy diferentes y, muy posiblemente, peores a las que hemos tenido hasta la actualidad.