Opinión

¡Enséñale el decreto!…

De entre los recuerdos que albergo en la memoria del corazón, figura el de cierta fábula que refería mi padre, eso sí, con cierta asiduidad. Tal vez por ello se haya grabado como a fuego, y forme parte así de ese bagaje personal, que cada uno vamos construyendo en nuestro paso por esta vida.

La fábula en cuestión, cuyo autor mi fuente no citaba, narraba el sutil intento de un zorro para convencer a una ardilla de que bajara del árbol a departir amigablemente con él. La ardilla se mostraba muy cauta al respecto, puesto que sospechaba de la artera invitación del cánido. Pero el raposo perseveraba en su propósito, y aludía para ello al argumento de los argumentos: se ha publicado un decreto (por aquel entonces no iba acompañado de ley), que prohíbe el ataque entre animales, y, por consiguiente, puedes estar tranquila, nada te va a pasar si consientes en acercarte a mí. La ardilla contemplaba entre sorprendida y curiosa la escena, cuando vio acercarse a un leopardo, cuya presencia, alertó al zorro que abandonó el lugar de súbita estampida, y se retiró en franca fuga. Pero no menos rápida fue la reacción de la ardilla, que gritó al zorro desde su altura y con cierta socarronería: ¡enséñale el decreto, enséñale el decreto!

Hay que imaginarse la escena del zorro huyendo…Desde luego, provoca hilaridad. Pero, como toda fábula que se precie, ayuda a poner las cosas en perspectiva. Particularmente, para enseñarnos a desenmascarar al embaucador aferrado a legalidades hueras y defensor a ultranza de ellas, faltaría más. O al aprovechado de legislaciones sobrevenidas por espurios intereses, cuyo desarrollo puede esperar el sueño de los justos, y por qué no, de los injustos también.

Y en parecidas circunstancias nos encontramos, por extraño que parezca. Sólo que hoy, para llevar la hermenéutica de la fábula hasta el extremo, lo más increíble es que algún zorro, al estilo del que cuenta la historia, crea todavía como ciertas sus ensoñaciones. Y pretenda construir realidades que solamente pueblan los recónditos y rebuscados espacios de su compleja psique.

Han pasado ya once años desde que un movimiento de protestas cambió la forma de manifestar el descontento y la crítica social en nuestro país. El malestar devino en representación institucional, con apoyos exteriores de dudosa ética. Y resulta que las peores prácticas de la política, más la colaboración siempre inoportuna de las corruptelas típicas del ser humano, lo han devorado. Siguen esgrimiendo un compendio de no sé qué, curiosamente escondido tras una difícil capa de meta lenguaje. En eso han convertido su estación término. Y la realidad, como el leopardo, acude irremediablemente a la cita, para dejar de manifiesto, una vez más, que las cosas son como son, y no como nos empeñamos que sean. Menos mal que el realismo mágico, como ejercicio práctico, viene en nuestra ayuda.