Francisco Javier Aguirre FRANCISCO JAVIER AGUIRRE, Escritor.


Con relativa frecuencia, el valle medio del Ebro y en concreto Aragón, son noticia nacional por haberse descubierto plantaciones ilegales de marihuana emboscadas entre los cultivos ordinarios o escondidas en naves y locales preparados ad hoc.

El asunto afecta también a otras regiones con climatología apropiada, pero la cuestión trasciende la simple anécdota o incluso las acciones legales represivas, para alcanzar dimensiones de carácter mundial. El problema de la marihuana como estupefaciente y, elevando el listón, de la cocaína y la heroína entre otras sustancias alucinógenas (que algunos llaman lucidógenas), es un reto que la nueva formulación social que estamos construyendo debe afrontar de forma serena y consensuada.

Parece claro que las prohibiciones absolutas provocan una reacción en contrario en todos los órdenes de la vida. Y también es evidente que la marihuana y el resto de los estupefacientes no son los únicos productos nocivos para la salud. Como muchos otros elementos naturales, tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Algo tan usual en nuestra sociedad como el consumo de alcohol debe realizarse con mesura. Pero amplias capas de la sociedad, las más irreflexivas, no lo hacen. Los médicos señalan claramente que el alcohol es un elemento tóxico, aún reconociendo su beneficio en algunas circunstancias y con la dosis adecuada.

Los actuales debates políticos sobre la liberalización del comercio de la marihuana, hachís y derivados han de tener en cuenta que un elemento clave de la problemática es la información exhaustiva y la educación progresiva de la gente, sobre todo de los jóvenes, en cuanto a las ventajas e inconvenientes de su uso. En una palabra, desarrollar la conciencia personal, tanto en este asunto como en tantos otros.

Legalizar significaría un varapalo de enormes proporciones para los sucios negocios del narcotráfico que tantas víctimas causan en los aspectos físico, moral y mental. El tema es muy complejo y puede estudiarse desde diversas ópticas, entre ellas la delictiva. Buena parte de los condenados en las cárceles lo están por delitos derivados de la drogodependencia o del narcotráfico.

Hay que esperar que progresivamente la sociedad y los Estados adquieran un control efectivo de toda esta realidad, cada vez más conflictiva y compleja, lo que redundaría en una seguridad sanitaria para los ciudadanos y en un aniquilamiento de las mafias criminales que tantísimo perjuicio hacen a nivel individual y social. Y puede que tengan razón quienes vinculan el delito de los famosos cárteles privados con la corrupción imperante en algunas esferas públicas.

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