Opinión

La orfandad de la izquierda social

Enrique Guillen Pardos
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La participación electoral en Andalucía subió dos puntos, del 56,56 al 58,36 %, pero el PSOE ha perdido 127.000 votos y los partidos a su izquierda, 134.000. O sea, además de no movilizar a sus votantes, una parte de ellos ha cambiado de bloque para irse, de forma preferente, al PP. Los andaluces no se han vuelto de repente de derechas; solo no se han identificado con quienes gobiernan España en su nombre desde hace cuatro años. La izquierda social andaluza, como la española, se siente huérfana porque no se reconoce en las elites políticas que dicen representarlos a modo de izquierda caviar, en la afortunada expresión de los guionistas de la serie Borgen.

Sánchez, como Yolanda Díaz, se ha cansado estas últimas semanas de alardear de éxito económico a partir de las cifras de crecimiento económico y creación de empleo, como si esas cifras macroeconómicas pudieran compensar la dura realidad diaria de cada familia obrera o de escasos ingresos viendo que no le llegue para pagar la luz y el gas o que debe renunciar a comer pescado y carne de calidad porque el dinero de cada mes no le da. La galanura de Sánchez y Díaz, su glamour presencial tan cuidado, quiebra cuando hablan en nombre de la gente de la calle desde el púlpito del poder y la riqueza. En cierta forma, reencarnan el despotismo ilustrado. Pura ilustración burguesa.

Aún recuerdo a Solchaga hablar de la inflación como el impuesto de los pobres, cuando era ministro de Felipe González y azuzaba la crisis económica, además de la reconversión industrial. Durante meses ningún ministro habló de la inflación, como si esta no se asistiera. Cuando Sánchez decidió darle carta de naturaleza en su discurso, le faltó tiempo para cargarla en las espaldas de Putin. Siguió, eso sí, presumiendo de crecimiento económico. Quizá, creyendo que de esa forma llevaba esperanza a su electorado, pese a que su mensaje crecemos mucho, aunque tengas problemas económicos en tu día a día, implica algo tan poco socialista y solidario como que la riqueza producida se está repartiendo de forma injusta.

Parece poco discutible que, desde que formaron gobierno en el inicio de 2020, PSOE y Podemos han tenido que afrontar tantas adversidades y tan seguidas que el desgaste resulta difícilmente evitable. Pero, extraña que, en esta continuada marejada que viene siendo esta legislatura, se hayan visto tan superados por las exigencias del día a día. Da igual recordar ahora el draconiano confinamiento al inicio de la Covid, los problemas para dotar al personal sanitario de recursos mínimos suficientes, la ilusión de que los fondos Next Generation de la UE iban a cambiar España cual maná postmoderno, los tres meses mirando cómo topar el gas o los veinte céntimos de la etérea bonificación a los carburantes. La vida de la gente se ve mal desde las tribunas del poder.

De los datos que facilitó el CIS en su último boletín me llamó la atención que a Sánchez lo valora mejor el votante de Podemos que el socialista. Pese a que él ha repetido ser el centro, sus votantes lo posicionan más a la izquierda. Los gobiernos de coalición, o de amplio espectro, como gustan de decir algunos, difuminan la identidad de sus partes, hacen más difusas y negociadas sus políticas. Al PSOE de Sánchez parece haberle pasado eso con los andaluces. Una parte de su electorado más moderado se ha ido con Moreno Bonilla y, si no cierra esa vía de agua, se marchará también con Feijoo. Pero, desde Podemos le reprochan, precisamente, su tibieza y reclaman políticas de izquierda transformadoras. Así que está entre dos fuegos, porque, si el espacio creado por Podemos queda reducido al que tenía IU, a la manera de Andalucía, no tendrá ni una sola opción de gobernar.

Los barones socialistas temen que, como le ha sucedido al candidato Espadas, en las elecciones de mayo de 2023 los electores den una patada a Sánchez en su culo autonómico – con perdón –. Ese temor quizá explique el empeño solitario de Lambán por llevar al extremo el pulso con Cataluña por la candidatura conjunta a los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030. Al fin y al cabo, otros partidos y políticos sacaron amplia rentabilidad electoral del trasvase, los bienes o del sentimiento anti-catalán que hierve en Zaragoza ciudad. Pero su intento de cubrirse con la bandera de la dignidad y la honra aragonesa va a tener que superar ahora la desazón, o quizá el resquemor, de quienes veían en la mano la oportunidad de inversiones millonarias en equipamientos e infraestructuras y se han quedado sin nada.

En todo caso, algunos datos indican que el PSOE de Aragón renueva gobierno en épocas de transición y continuidad, pero no resiste en el Pignatelli si hay cambio de ciclo político en España. Lanzuela llegó a la Presidencia de la Comunidad en 1995, un año antes que Aznar a la Moncloa. Y Rudi lo hizo en 2011, meses antes de que Rajoy ganara su única mayoría absoluta. Parece que, por potente que sea el candidato, manda la marca del partido. Así que necesita, otra vez, a su primo fuerte de Zumosol.