Opinión

Si lo tenemos todo, ¿por qué no somos felices?

Esta pregunta nos la hacemos muchas personas siendo conscientes de que cuando pensamos que tenemos “todo” queremos decir tener lo más importante (el cariño y el amor), lo básico (la alimentación) y lo esencial (la salud).

Entonces, si muchas veces tenemos tantas cosas y tan importantes… como me dicen mis pacientes en la consulta, ¿por qué no somos felices? Esencialmente, porque nos acostumbramos muy rápido a tener lo que deseamos, y, en consecuencia, tener más cosas no aumenta ni nuestro bienestar y la felicidad.

Pero la cosa se complica todavía más cuando, según nos dicen algunos estudios científicos, estaríamos programados (biológicamente) para estar “insatisfechos”. Es decir, habría un mecanismo cerebral que hace que nos adaptemos a todo y, por ello, cuando, por ejemplo, nos curamos de una enfermedad al cabo de poco tiempo se vuelve a dejar de valorar en su justa medida el estar sano.

La infelicidad, y por ende el malestar y la insatisfacción, en el fondo es una manera de seguir progresando, de seguir buscando y luchando precisamente para conseguir el bienestar y eso es una forma de motivación y estímulo. Por lo tanto, un cierto grado de infelicidad sería hasta positivo al poner en marcha nuestros recursos y hacernos avanzar. Ocurre lo mismo con la infelicidad que lo que nos pasa con la ansiedad. Un poco de ansiedad es estimulante e invita a la acción; si la ansiedad es excesiva, se convierte en un problema de salud.

Por otro lado, hay que tener presente que las emociones (la tristeza y la alegría lo son) resultan esenciales para el ser humano y para su normal funcionamiento. Sabemos que hay tres cerebros: el racional, localizado en la corteza cerebral y lóbulo prefrontal; el cerebro emocional (compuesto por el sistema límbico) y el cerebro llamado reptiliano, más disperso, que es el encargado de mantener las funciones básicas y automáticas. El correcto entendimiento, aspecto este no siempre fácil, de los tres cerebros es esencial para tener bienestar y, en suma, felicidad.

Hoy tenemos todo aquello con lo que nuestros abuelos habían soñado (criterio racional); sin embargo, nunca antes habíamos sufrido tanta depresión, ansiedad, estrés, abuso de drogas, falta de autoestima y trastornos adictivos (problemas emocionales e instintivos), y eso, ¿por qué acontece?

Muchas son las explicaciones para ello. En primer lugar, debemos asumir que el progreso económico ya no nos lleva a ser más felices, salvo en algunos casos extremos, por ejemplo, cuando los ingresos son muy pequeños, un incremento del salario produce mucha felicidad, pero eso ocurre hasta un cierto punto, a partir del cual incrementar los ingresos no proporciona más felicidad.

Por otro lado, colocar la competitividad y la productividad por encima de nuestro propio bienestar es una situación absurda y negativa, pero es lo que está ocurriendo. Cada vez con más frecuencia sentimos que valemos solo si tenemos un “cuerpo y un currículum perfecto”, sin darnos cuenta de que ello, cuando se convierte en una obsesión, produce daño importante en la salud mental, aumentado el estrés.

Todo ello conduce a una realidad compleja, y vemos como hoy muchas personas jóvenes tienen una muy baja debido a la falta de apoyo emocional real de los padres (la hiperprotección no es apoyo) y la excesiva competitividad en las escuelas. Además, el suicidio se ha convertido en una errónea salida en edades cada vez más precoces.

Sin duda, el progreso ha conseguido evitar el sufrimiento, el dolor y el malestar físico, pero no todo es positivo, ya que esta mejora en la calidad de vida conlleva una mayor intolerancia ante la adversidad, elemento muy extendido y que cotiza al alza en todos los ambientes y esferas.

La infelicidad es una parte inevitable y necesaria de la vida. No se puede ser feliz todos los días del año, pero sí se puede estar relativamente satisfecho, siendo coherentes con lo que pensamos y hacemos, y, sobre todo, aceptando la realidad que nos toca vivir.