Opinión

Arte románico de frontera aragonés y navarro

Es verano y se puede revisitar lo cercano, atender a los paisajes y ríos que nos están dando de beber incluso en este año infortunado en que los paisajes que glosaremos han recibido una tercera parte de las lluvias que caían cuando en una manifestación artística como el románico fueron la principal vanguardia europea y mundial.

El momento en que si el grafitero Bansky hubiera nacido lo tendríamos como peregrino llegado por el Camino de Santiago haciendo su taller en Ruesta.

La Canal de Berdún, las Altas Cinco Villas y la Val de Onsella cambiaron tradicionalmente de manos hermanas, vivieron guerras y escaramuzas o fueron reconquistadas por caballeros navarros (como Ejea).

Hoy determinadas poblaciones comparten prefijo, es una suerte para Sos del Rey Católico el polo de desarrollo industrial de Cáseda-Sangüesa donde trabaja una parte de la población, la joven de la Canal universitaria labora y vive en Pamplona. La relación con una autovía que deja el Aragón noroccidental a una hora de una ciudad cada vez más capital es notable y frecuente.

Como también lo fue históricamente compartir Camino de Santiago desde el punto de vista artístico del románico.

Una vez fortalecidos los reinos de Aragón y Navarra como singulares e importantes en tiempos de Sancho Ramírez, I de Aragón y V cuando lo fue de Navarra –una de las principales arterias de Sangüesa es la calle dedicada a su hijo Alfonso I Batallador o Borroka como es de común traducción conocida-, el fundamental viaje a Roma y ofrecimiento de vasallaje del gran monarca organizador de los valles prepirenaicos, da a Aragón su color de bandera e introduce tanto el rito romano litúrgico como derivado del mismo el románico francés de la reforma benedictina. Atrayéndose abades y obispos del norte de los Pirineos.

Este rey aragonés iluminado forma parte de la dinastía Jimena, descendiente de la aristocracia de propietarios romanos del entorno que nos ocupa en su actual lado navarro, fijada en estas tierras blancas entonces frescas y ricas en producción de cereales por las que discurría la autopista romana Cesaraugusta-Sigea-Pampeluna.

Tras el año 1000, el valle del Aragón fue territorio de unión como de cambio de manos, de fundaciones para asentar población con fuero franco de Jaca y defender el valle abierto de incursiones andalusíes, que legan un patrimonio a compartir. Nos negaremos desde la presente a que las rutas autonómicas que hoy se potencian revisen San Juan de la Peña sin Leyre, se visite Sangüesa o Aibar sin seguir hasta Sos y Uncastillo, incluso a Luesia y Biel.

Así se ha hecho desde la magnífica publicación de Prames: “Mirar viendo”, que tratando el románico aragonés profundiza en el trabajo de canteros a ambos lados de la actual frontera no tan fecunda.

En la liga de campeones de los mejores monasterios mundiales como los de Cluny, Cuneo, Santo Toribio de Liébana o Winchester por ser solares matrices asociados a casas reales, se hallan las primeras almas de los reinos navarro y aragonés.

Un equivalente no exagerado en el budismo serían el de Potala de Lhasa u otros los que las familias reales erigieron para que sus miembros segundones fueran abades zen y controlar el poder político de los shogunes en los alrededores montañosos de Kyoto.

Erigidos sobre lugares con energía, cuevas que albergaron sedes de eremitas o restos religiosos hispano visigóticos, propongo una visita en un día posible y conjunta a San Salvador de Leyre y San Juan de la Peña, a escasos 50 kilómetros, ocupan sendas estribaciones prepirenaicas norte y sur de la Canal de Berdún y sus prolongaciones.

Leyre es una joya románica temprana en su cripta y pequeña iglesia original y de transición al gótico en su portada oeste de ampliación de la primera. San Juan de la Peña un reflejo de la consolidación de Aragón como reinado con un efecto más allá de cuatro valles.

De ambos irá la siguiente entrega.