Opinión

Creer o crear, fe o poesía

Galileo, para quien la matemática es el alfabeto con el que Dios ha escrito el universo, estableció los fundamentos de la ciencia moderna, poniendo un nuevo jalón en la larga batalla entre la ciencia, la fe, el Estado y la superstición.

Darwin nos mostró que somos una especie más que, con el poder de la ciencia, se siente capaz de controlar la naturaleza y prosperar como especie, aunque quizá se trate de otra forma de optimismo secular para poner «la salvación al alcance de todos».

A finales del siglo XVI, la población humana era de unos 500 millones. 500 años después rondamos los 8.000, superando al de todos los seres humanos muertos desde que el hombre pisó el planeta. Otras especies regulan hormonalmente la presión del entorno, haciendo que su metabolismo entre en «modo económico» en periodos de escasez.

Lo primero en moderarse es la reproducción, debido a su elevado consumo de energía. Nosotros, «la especie elegida», elegimos alterar el equilibrio del entorno arriesgando la supervivencia de nuestra descendencia.

Si el lector pinta canas, seguro que de niño aprendió que hay dos libros de los que nunca debíamos dudar: la Biblia y el libro de texto. Con la Biblia aprendimos cómo alcanzar una buena posición en la otra vida y, con el libro de texto, cómo labrarnos un futuro en esta. En la Biblia leíamos cosas que un libro de texto no puede aceptar; por ejemplo, que Josué ordenó al Sol que se detuviera en Gabaón y a la Luna en Ayalón durante casi un día entero, hasta que Israel se vengó de sus adversarios.

Si la Biblia tiene razón y el Sol se detuvo, entonces Josué milagrosamente alteró el curso de las leyes naturales, pero si la razón está de parte del libro de texto, ¿no sería aún mayor milagro que el relator bíblico no se hubiera equivocado?

Mucho antes de Galileo, la confrontación entre ciencia y fe la resolvió a su manera san Agustín con una sentencia que está haciendo furor en la posmodernidad: «A veces, no decir toda la verdad no es mentira, sino una forma superior de verdad».

«La rima», escribió Alain, «es un procedimiento musical maravillosamente extraño a la razón», que nos hace confundir creer con crear, fe con poesía. Creer lo que no hemos visto es fe, crear lo que nunca veremos es poesía. ¿Será cierto, como ha señalado John M. Gray, que la creencia humanista en el progreso no es más que una poética versión secular de un artículo de fe cristiano?