Opinión

Gorbachov en la historia (1931-2022)

Entre la caída del Imperio de los Zares y el renacimiento de Rusia transcurren setenta y cuatro años de historia. Desde 1917 hasta 1991 los destinos de la URSS, extendida desde los Urales hasta las estepas del Asia Central, y los confines de Siberia, fueron decididos por un líder. Quienes el 11 de marzo de 1985 situaron a Mijail Gorbachov (Privolnoie 1931) en la cúspide del poder no tuvieron conciencia de elegir al último Secretario General del Partido Comunista Soviético. Con 54 años, era el miembro más joven del Politburó y, llegado el momento, candidato natural para suceder al anciano Konstantin Chernienko. Algunos meses antes, en 1984, el nuevo Secretario General había hecho una gira internacional a modo de presentación. La rapidez y la satisfacción con la que prácticamente todos los líderes occidentales acogieron su llegada a la cúspide reflejaron hasta qué punto les había cautivado. Por primera vez en la historia de la URSS, el matrimonio del Kremlin, Mijail y su esposa Raisa, cuatro años más joven, no superaba en edad al de la Casa Blanca.

Con gesto sorprendente, el mismo día de su elección reconoció la preocupante situación de la URSS: “Debemos llegar en el plazo más breve al máximo adelanto científico y técnico, al más alto nivel mundial de productividad en el trabajo”. Nunca antes un dirigente soviético se había manifestado con tanta contundencia. Al igual que la palabra ‘competencia’, en 1985 hablar de ‘productividad’ era inusual en el vocabulario económico soviético. El sistema se había quedado en la segunda revolución industrial, desenganchado del desarrollo tecnológico, ahogado en la industria pesada y en ausencia total de incentivos para mejorarlo, y embarcado en una carrera militar con Occidente que impedía equilibrarlo. Junto con la política de trasparencia (Glasnost), la Perestroika fue el gran objetivo de Gorbachov: la reforma del sistema desde dentro, y desde arriba, sin renunciar al socialismo.

Aunque no doctrinario, Gorbachov fue un comunista convencido de los principios fundamentales de la ideología socialista, y trató de mantener su compromiso. En un largo artículo publicado en el diario gubernamental Pravda en vísperas de su primer encuentro con el presidente de George Bush (2-XII-1989) reconocía que “siete décadas después de octubre [de 1917] es poco tiempo para construir una nueva sociedad (…) vemos la perestroika como una etapa en el camino histórico del socialismo, en cuyo transcurso desecharemos la vía autoritaria-burocrática y estableceremos un organismo social democrático autónomo”. El impulsor de la perestroika hacía balance: “se acerca al primer quinquenio de su historia. Avanza en extensión y en profundidad. Con las resoluciones de abril de 1985 comenzamos los procesos revolucionarios de la transformación de la sociedad”.

Su intento de transformar un sistema anquilosado fue, en general, bien recibido. “Gorbachov es un hombre sincero y fuera de lo común” manifestó en 1988 el disidente soviético Andrei Sajarov con ocasión del 40º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos:  No obstante, matizaba: “Pero me inquieta su tendencia al compromiso con las fuerzas antidemocráticas y su propia aspiración antidemocrática el poder personal”.

Ya sea por convicción o por necesidad, desde comienzos de su mandato promovió el acercamiento con los Estados Unidos. La cumbre con Reagan en Ginebra, en noviembre de 1985, abrió el camino de la distensión. El nuevo clima internacional hizo posible los acuerdos de reducción de armas nucleares, y un deshielo a nivel internacional. La historia reconoce su papel en la caída del Muro de Berlín, y en las transformaciones no violentas de 1989 en Europa Central y Oriental: podía haber reaccionado al estilo soviético, como en las crisis de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), y optó por la Doctrina Sinatra, como la definió su portavoz haciendo referencia a la canción “My Way” (Mi Camino) del célebre solista americano: dejó que los pueblos siguiesen su camino en libertad.

En el ámbito interno procedió a una profunda remodelación de los cuadros dirigentes para fortalecer una posición que le permitiera avanzar en las reformas. El desastre nuclear de Chernóbil, una resistencia interna a los cambios, los desórdenes en el Cáucaso y en las repúblicas bálticas, fueron otras crisis a las que debió hacer frente. El fallido golpe de Estado en agosto de 1991 fue la puntilla de su mandato. Los meses que siguieron, hasta la disolución de la URSS y su renuncia el día de Navidad -paradoja de la historia-, cerraron un periodo de la historia iniciado en 1917. En 1992 presentó la Fundación Gorbachov de estudios políticos.

Después de invertir varios años en su redacción, William Taubman publicó en 2019 una trabajada y completa biografía en la que en 850 páginas presenta la vida y época del último secretario general del PCUS y jefe de la Unión Soviética. Reflexiona sobre su voluntad de cambiar una dictadura en democracia, la economía planificada en una de mercado, y el Estado unitario en una federación de repúblicas. El Premio Pulitzer se pregunta si, tal como se desarrollaron los hechos, Gorbachov tenía un plan cuando llegó al Kremlin. Con el paso de los años contrasta la percepción de su persona dentro y fuera de Rusia. A la vez que en el ámbito internacional goza de general reconocimiento, ha sido mal conocido, y poco querido, por sus compatriotas. Tras su muerte, a los 91 años, deberá pasar un tiempo para comprender la amplitud de su revolución, y situar a Mijaíl Gorbachov en el lugar que le corresponde en la historia.