Opinión

El Nuevo Reino de Aragón de Pedro Porter (1611-1662)

El pasado 10 de agosto se celebró el cuadragésimo aniversario del Estatuto de Autonomía de Aragón, hecho relevante que permite el autogobierno en varias materias dentro del marco de la Constitución española. Pues bien, esa efeméride nos recuerda otros acontecimientos relacionados con la actual formación de la Comunidad aragonesa.

El pasado 10 de agosto se celebró el cuadragésimo aniversario del Estatuto de Autonomía de Aragón, hecho relevante que permite el autogobierno en varias materias dentro del marco de la Constitución española. Pues bien, esa efeméride nos recuerda otros acontecimientos relacionados con la actual formación de la Comunidad aragonesa.

En primer lugar, el nacimiento de Aragón tuvo lugar al fallecer Sancho Garcés III el Mayor (1004-1035), rey de Pamplona, con dominios en Navarra, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Castilla, León, orientales y allende los Pirineos, según afirma Juan F. Utrilla en ‘El nacimiento de Aragón’ (CAI100 n.º 14. Zaragoza, 1999). Su hijo Ramiro I, en 1035, heredó Aragón –limitado por Vadoluengo (antiguo lugar cercano a Sangüesa, Navarra) y Matidero (localidad del municipio de Boltaña, Sobrarbe)–, a la par que Gonzalo, el menor de los cuatro hermanos, recibió los condados de Sobrarbe y Ribagorza.

La muerte del último en 1044 propició la incorporación de sus condados al territorio de Ramiro I, primer rey de Aragón. Ahora bien, la constitución del primer Reino de Aragón se le atribuye a su hijo, Sancho Ramírez (1063-1094) por las estructuras políticas, sociales y económicas que creó. El Reino perduró hasta el 29 de junio de 1707, abolido por el rey Felipe V con la promulgación de los Decretos de Nueva Planta en el contexto de la Guerra de Sucesión Española (1701-1713).

Y, en segundo lugar, el zaragozano Pedro Porter (1611-1662), tercer varón de siete hermanos, tuvo una rica vida de explorador, militar, navegante y escritor. Luchó por su tierra y por la Corona de España, en manos de Felipe IV, y propuso el nombre de Nuevo Reino de Aragón al grupo de islas y litorales descubierto por él en el golfo de California. Hasta veinticuatro lugares llegó a identificar en sus viajes al golfo, y de todos ellos tomó posesión en nombre de Su Majestad, acorde con sus anotaciones en el ‘Diario de observaciones’.

Porter remitió esa información en ‘cartas de relación’ al rey de España, al virrey de Nueva España, conde de Salvatierra, y al poeta aragonés Andrés de Uztarroz, su mejor amigo. De esa manera, Porter cumplió su deseo de asignar el nombre de su tierra a un territorio del Nuevo Mundo en agradecimiento al apoyo recibido por las instituciones. Aragón era su cuna y, por tanto, lo situaba al mismo nivel que otros reinos similares en las Indias (Nueva Galicia, Nueva Extremadura, Nueva Granada), como dice el autor en la obra ‘Almirante Porter’ (Doce Robles. Zaragoza, 2017).

La propuesta del Nuevo Reino de Aragón dirigida al monarca español no fructificó por diversas causas, como por ejemplo el riguroso tiempo que sufrió en los dos viajes que realizó al golfo de California. Eso le impidió llegar al final de dicho golfo y precisar los reconocimientos del terreno, con la consiguiente comisión de errores. No obstante, la propuesta y sus méritos quedaron grabados en la historia. Pedro Porter falleció el 27 de febrero de 1662 en la ciudad de Concepción, tras conseguir la paz con los guerreros mapuche; contaba a la sazón 51 años de edad y ostentaba el cargo de gobernador de Chile.

La personalidad de Pedro Porter fue arrolladora en su tiempo. Desde su ingreso en las Armadas Reales con 16 años logró llegar al puesto de almirante de la Mar del Sur, gobernador de Sinaloa, capitán general del Reino de Chile y presidente de la Real Audiencia en Santiago. Además de explorador y navegante, fue escritor, con la obra publicada de ‘Reparo a los errores de la navegación’ y otras cuatro desaparecidas.

El maestre de campo Martín de Herice y Salinas nos dejó la apostura de Porter cuando este se presentó en la urbe de Concepción (Chile):

«Se vistió de gala el señor gobernador muy a lo milite; era el calzón y coleto de ante fino, bota flandina, banda con punta de plata, espadín pendiente, cadera de filigrana de camarones de plata, sombrero noqueado de castor, con blanco y ostentoso penacho, y, montando galante en un generoso bridón, era apacible lisonja de la vista y gallarda emulación de Marte. Entró, finalmente a la ciudad con séquito y pompa de lustroso acompañamiento, siendo públicas y muy repetidas las demostraciones populares que lo aclamaron victorioso. Pero su señoría llegó religioso al templo, donde con humildes obsequios dio al Señor las gracias por tantos beneficios».