Opinión

Revisitando Parque Jurásico

Se cree que la última persona que poseyó todo el conocimiento acumulado hasta su época fue Leibniz (muerto en 1716). Tras él, el saber resultó inabarcable para una sola persona y se parceló surgiendo una nueva figura, la del experto.

Se cree que la última persona que poseyó todo el conocimiento acumulado hasta su época fue Leibniz (muerto en 1716). Tras él, el saber resultó inabarcable para una sola persona y se parceló surgiendo una nueva figura, la del experto. En economía, por ejemplo, llamamos experto (hoy tertuliano) a quien mañana nos dará una explicación de por qué las cosas que predijo ayer, no se han cumplido hoy.

Los expertos revolotean como polillas alrededor de los inversores siendo capaces de manejar un enorme caudal de conocimientos cuyo fin es lograr que los inversores, de quienes dependen, logren su objetivo: obtener beneficios. La posesión, el uso y el control del saber es el asunto capital.

Los inversores anhelan tener el poder y el control suficientes para inducir en nosotros una quimera que fue descrita con ejemplar sencillez en Parque Jurásico. Un matemático, experto en la teoría del caos, interpretado por Jezz Goldblum, habla con el responsable del Parque Jurásico ante los inversores, interpretado por Richard Attemborough.

Dice Goldblum: «…El poder genético es la fuerza más increíble del planeta y ustedes manejan esa fuerza como un niño que ha encontrado el revólver de su padre. Pero el poder que están usando lo han obtenido sin esfuerzo. Se han limitado a leer lo que otros habían hecho y han dado un paso más. Pero al no haber alcanzado el conocimiento mediante su propio esfuerzo, no se responsabilizan de lo que pueda suceder, y antes de enfrentarse a las consecuencias de lo que están manejando lo patentan, lo empaquetan y lo venden».

Una vez abierta la caja de Pandora, nadie es (o nadie quiere ser) responsable de los males causados. Del mismo modo como un artista está convencido de su nula responsabilidad por la confusión que vive el arte moderno, de ese modo se comportan los inversores. Para ellos el único responsable es la historia y, por supuesto, «nadie, en su sano juicio, va a responsabilizarse por las exigencias que la historia impone».

Algo parecido han hecho los negacionistas, ya sea del coronavirus o del cambio climático. Ambos bandos pueden describirse como víctimas de las mentiras que circulan en las redes, pero también como bienintencionados ciudadanos abrumados por una sobrecarga de información que, sin ser falsa, es, como poco, parcial.

De ese modo, políticos y tertulianos, en los debates televisados y radiados, se arrojan en brazos del desprecio mutuo. Aferrados al poder, no desean entender que el servicio público y la honestidad intelectual son los mejores complementos del buen juicio, tan caro de ver en la política actual.