Mª LUISA RUBIO ORÚS. Profesional de la Educación, escritora y pintora.


En 1988, cuando vine por primera vez a esta ciudad para quedarme en ella, rozando el principio de las fechas de octubre, se oían ecos de una Dama, capitana del sitio. Con el tiempo, me di cuenta de que estaba presente por doquier en forma de pegatinas, colgantes, bordados y un largo etcétera.

Y ahora, por fin, después de dos años, retomamos las Fiestas de la Inmortal Ciudad de Zaragoza, las que son en Honor a Nuestra Señora del Pilar, Virgen de toda la Hispanidad.

Cosmopolitismo e interculturalidad caminando, tatuando los espacios, llenándolos de folclore propio, con el firme propósito de ofrecer las flores a esta gran Patrona.

Trajes, productos de buena calidad y casas regionales de lo más variado. Una parada en lo alto del camino hace que percibamos la voluntad positiva de cuantos asistimos al espectacular acontecimiento, cantado, bailado y recitado, tocado a la guitarra, teniendo en muchas ocasiones la compañía de la bandurria. Es el sonido de la Jota que llega hasta los confines del mundo.

Indumentaria aragonesa, vestimenta de antaño que se hace actual en un momento dado: el preciado tiempo de los Pilares. Y el que está observando quién va mejor vestido para, luego, hacerlo saber. No solo importa lo que se lleva puesto sino la actitud, el porte…

Se recalcan los sentimientos y lo sensorial que envuelve al pueblo, revoloteando la comparsa de gigantes y cabezudos, como si de un juego común se tratase. Y es que, esta nobleza de alma es enorme y fortísima, así como el empeño por conseguir lo que se persigue.

Las Bendiciones y la alta Fe se esparcen en el lugar desde el reloj, incluso él permanece expectante. Los minutos corren al compás del bienestar intrínseco desde la sencillez por las acciones benévolas de la donación de flora y frutos a la Protagonista.

Ríos de gente hacia la Basílica del Pilar, sonrisas y gestos cómplices, andando sinceros, familiar respetuosamente.

Ajustes de cachirulo, subidas de manga de camisa, revuelo de faldas, mantos al aire, pantalones más arriba, miradas multirraciales, y simpático colorido. Solidaridad a flor de piel siendo el ejemplo diario.

Trayectoria hacia la joya de la corona, vibraciones impecables, estandartes representativos de los pasos agrupados y hechura de nubes que, poéticamente, se amoldan a lo contemplado como si se tratase de un espejo imaginario e imitador.

Vamos llegando a la estructura que eleva a la Virgen del Pilar que, presidiendo el enorme montículo enrejado para ir colocando los distinguidos o humildes ramos, reside impoluta en la cumbre. Rojo de sangre, lucha granada, batallas de los adentros; blanco de la pureza, fresca rosa, lozanía en los labios, milagros en las manos a costa de las peticiones de los peregrinos.

Abrazamos la plaza con una profunda serenidad, impronta de salud, huella de acogida, levantamiento de paños tras la genuflexión.

Día dulcificado por una alegría singular y una luz que abarca todos los corazones, dorados por el sol, como la espiga, creciendo. Pan de comunión y Nuestra Señora del Pilar siempre con nosotros.

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