FRANCISCO JAVIER AGUIRRE. Escritor.
No existe ese tiempo verbal. Como tampoco el futuro pluscuamperfecto, que he utilizado a veces en mis relatos con cierta sorna. Porque la fantasía y su proyección literaria pueden desbordar las estructuras gramaticales.
Es lo que he hecho en mi última novela Debacle en Nagoragorana, recién aparecida, de la que estoy realizando presentaciones virtuales a través de ciertos medios, algunos tan magníficos como el presente. Las presentaciones directas o presenciales están saturando durante estas fechas las librerías, bibliotecas, centros culturales, etc., y es preciso buscar alternativas.
Debacle en Nagoragorana está escrita en futuro indefinido. La acción se sitúa a mediados del siglo XXI, dentro de dos décadas y media aproximadamente. Pero parte de documentos auténticos procedentes del pasado. Por una parte, la profecía de Isaac Newton afirmando que el fin del mundo acaecerá en 2060. Por la otra, el pronóstico de Alexandre Deulofeu, matemático, historiador y científico fallecido en Figueras en 1978, quien asegura en su libro La matemática de la Historia (1967) que el Estado español se disolverá hacia el final de la presente década.
A pesar de datos tan concretos, he preferido abordar el tema de forma indefinida. Y lo he hecho evitando el tono trágico que se deriva de ese pronosticado y próximo final. De forma que la novela que con tanto mimo han publicado en Muñoz Moya Editores, entidad ubicada en la villa turolense de Sarrión, se desarrolla en un ambiente más grotesco que dramático, más cómico que trágico, y en su trama predomina la chanza sobre la seriedad que los problemas actuales de la desertificación, la crisis económica, la corrupción global y la emergencia climática nos plantean.
El futuro, aunque sea indefinido, no es halagüeño si lo examinamos con pausa y serenidad. Aunque esto parece no afectar demasiado a quienes gobiernan el cotarro, porque nos incitan a seguir bailando, como hacían los pasajeros de primera clase mientras se estaba hundiendo el Titanic, hace poco más de un siglo. Seguramente en las profundidades abisales se estuvieron consolando mutuamente diciendo “¡que nos quiten lo bailao!”.