Opinión

Los arcos derruidos y los que perduran en Zaragoza

Varios han sido los arcos arquitectónicos construidos en las calles del casco histórico zaragozano y tristemente la mayor parte de ellos se han derruido con el paso del tiempo. Solo algunos arcos nos quedan, como los de San Ildefonso y el Deán.

Varios han sido los arcos arquitectónicos construidos en las calles del casco histórico zaragozano y tristemente la mayor parte de ellos se han derruido con el paso del tiempo. Solo algunos arcos nos quedan, como los de San Ildefonso y el Deán.

Nos situamos en primer lugar en la plaza del Pilar con la basílica de la Virgen al norte y la catedral de San Salvador hacia la salida del sol; y, precisamente, en la unión de este templo y el palacio Arzobispal se construyó el arco del Arzobispo, nombrado así por su levantamiento en tiempos de Andrés Santos, arzobispo de Zaragoza (1578-1585).

Dicho arco contaba con tres ventanas a ambos lados del pasillo central que unía la Seo con el palacio Arzobispal, lo que permitía a las autoridades eclesiásticas asomarse a las plazas del Pilar y San Bruno. Una vez rebasado el arco, y a la derecha del palacio, se encontraba la cárcel utilizada para albergar a los presos condenados por el tribunal eclesiástico. En el pasado siglo, debido a la ejecución de unas obras en la Seo, se derribó el 2 de julio de 1969 a pesar de su historia secular.

No muy lejos de la construcción anterior se encontraba el arco de los Cartujos, emplazado en la calle del pintor Francisco Bayeu –que cruzaba las calles de Santiago y Espoz y Mina– y se extendía desde la calle del Pilar hasta la plaza de Santa Cruz. El lugar concreto del arco estaba en la confluencia de la citada calle Bayeu con la antigua de Goicochea, ya desaparecida por la ampliación de terrenos cercanos.

Por ese motivo el arco de los Cartujos se demolió en 1940, lo cual permitió la unión de las plazas de la Seo y del Pilar. La denominación de Cartujos se tomó de la residencia inmediata al arco de estos religiosos; aunque luego, en 1867, en el mismo edificio estuvo situado el convento de las Mercedarias Misioneras, hasta su traslado en 1941 a la calle del Moncayo y después al paseo de Ruiseñores.

Siguiendo la vía urbana del Coso hacia el poniente se podía admirar el arco de San Roque, lugar de paso o salida de la plaza homónima hacia el citado Coso zaragozano. Se encontraba cerca de la plaza de la Mantería, en donde estaba el gremio de los manteros con san Roque como patrón. La estructura de este arco era similar al del Deán, de bella factura, y, aun con todo, fue desmantelado en 1942 con el fin de dar mayor anchura a la calle del teniente coronel Valenzuela.

Entre los arcos derruidos citamos también el arco de La Raga, más tarde llamado de Santo Dominguito, ubicado a la entrada de la calle de San Braulio y cerca de su intersección con Espoz y Mina; y un arco más estaba en la calle de la Virgen con una imagen de la patrona en la parte superior, entre las calles de Prudencio y Manifestación.

En lo que atañe a los arcos que se conservan, mencionamos en primer lugar el arco de San Ildefonso, en la avenida de César Augusto n.º 21, lindando con la actual iglesia de Santiago el Mayor y una casa particular. Perteneció al convento del mismo nombre construido en 1604, y a causa de la desamortización de Mendizábal en 1835, aquel se abandonó y quedó en ruinas. Solo se conserva la iglesia y el arco.

Hemos dejado para el final el arco más popular y más artístico, el arco del Deán. Este y la casa del Deán están adosados a La Seo y el conjunto constituye uno de los rincones más típicos de la antigua Zaragoza, recoleto y atractivo, que transporta al observador al sabor y olor de antaño. El arco data de 1293 erigido para comunicar la casa del prior, que linda con la catedral, y las casas situadas en el lado opuesto de la calle que fueron adquiridas para ampliar las estancias. Una reforma realizada en el siglo XVI incorporó una galería de arcos ajimezados con ventanales de estilo mudéjar que dan a la plaza de San Bruno.

El poeta Emilio Carrere, en la revista La Esfera, lo convirtió en literatura: «Arco del Deán: rincón / de la vieja Zaragoza, / lleno de melancolía / y de añoranzas remotas. / (…) / ¡Arco del Deán, rinconcito / de poesía evocadora; / paz provinciana, silencio / donde se duermen las horas!».