Opinión

Cuando la neutralidad toma partido

Cuando en 2010 Joseph H. Weiler defendió ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la presencia del crucifijo en las aulas, hubo quien se sorprendió por su condición de judío practicante. En la vista de apelación del caso Lautsi contra el Estado italiano, el profesor de la Universidad de Nueva York, experto en la Unión Europea, expuso sus argumentos ante la Gran Sala.

Para el constitucionalista Joseph H. Weiler, el equilibrio entre diferentes aproximaciones al hecho religioso es muestra pluralismo y tolerancia

Cuando en 2010 Joseph H. Weiler defendió ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la presencia del crucifijo en las aulas, hubo quien se sorprendió por su condición de judío practicante. En la vista de apelación del caso Lautsi contra el Estado italiano, el profesor de la Universidad de Nueva York, experto en la Unión Europea, expuso sus argumentos ante la Gran Sala. A quienes cuestionaron su presencia en Estrasburgo, Weiler respondió que, además de judío practicante, también era ‘constitucionalista practicante’, dispuesto a defender causas en las que la justicia quedaba en entredicho. La concesión del Premio Ratzinger 2022, recogido el 1 de diciembre en Roma, le ha situado de nuevo en primer plano. Esta circunstancia me ha llevado a repasar su intervención ante la Corte, disponible en YouTube. Ningún caso en la historia del Tribunal y del Consejo de Europa había llamado tanto la atención y suscitado tan amplio debate público.

Unos meses antes, la Sección 2 del Tribunal de Estrasburgo había sentenciado a favor de la demandante: la presencia de los crucifijos en los liceos de Italia era contraria a la neutralidad y debían retirarse, como pedía la Sra. Lautsi. El fallo se sustancio en tres principios: el Estado debe preservar la libertad religiosa; garantizar una educación en la tolerancia y el pluralismo; y mantener su deber de neutralidad.

La sentencia sorprendió a muchos Estados, pues el carácter general de los principios enunciados afectaba globalmente a las escuelas de los 47 miembros del Consejo de Europa. Italia recurrió ante la Gran Sala del Tribunal, compuesta por 17 jueces. Diez países decidieron intervenir como terceros coadyuvantes. Cada uno presentó sus argumentos, solicitando la revisión del fallo. Otros once Estados cuestionaron públicamente la sentencia, reclamando respeto para las identidades religiosas nacionales. Recordaron que está en el origen de los valores, y de la unidad europea. Lituania comparó la sentencia con la política antirreligiosa de tiempos de la dominación comunista, manifestada de modo particular en la prohibición de símbolos religiosos. Además de los argumentos culturales, 22 de los 47 Estados del Consejo de Europa manifestaron en sus alegaciones un reconocimiento político al hecho religioso, afirmando la legitimidad social del cristianismo en la sociedad europea.

En su intervención ante la Gran Sala en nombre de Italia y los otros Estados, Weiler argumentó su disconformidad con la concepción de neutralidad invocada en la sentencia: se alineaba con la posición de una parte, alejándose de la tradición europea de pluralismo y tolerancia. Suponía, de hecho, un paso decisivo en la secularización. Le resultaba sorprendente que se invocase subrepticiamente la libertad religiosa para negar la libertad religiosa. Al acentuar la dimensión negativa de esta libertad (derecho a no creer) se negaba su dimensión positiva, y la presencia de símbolos religiosos en el espacio público. En su opinión, la contestación por parte de tantos países no era casual: muchos habían sufrido el ateísmo de Estado.

Llevada a sus últimas consecuencias, esta concepción de laicidad exigiría admitir que solo cabe democracia allí donde desaparecen los símbolos religiosos. Y no es así: miembros del Consejo de Europa adoptan posiciones favorables a algunas confesiones, y cada pueblo tiene derecho a expresar su historia con sus propios símbolos. Weiler citó la Constitución alemana, que menciona a Dios en el inicio, y la referencia a la Santísima Trinidad en la de Irlanda. Más de la mitad de la población europea vive en Estados que no encajan en la definición francesa de laicidad, por lo demás lícita, como las de otros países con opciones diferentes: al otro lado del canal de la Mancha pervive una iglesia de oficial, el jefe del Estado es también cabeza de esa Iglesia, los líderes religiosos son miembros de la Cámara de los Lores, su bandera lleva dos cruces, y el himno nacional es una plegaria a Dios para que salve al rey y le conceda vida y gloria. No todos los que cantan el ‘God save the Queen’ creen en Dios, reconoció el profesor, pero sería inapropiado decir que se debe cambiar la frase, o la bandera, porque alguien se pueda sentir ofendido. La principal división en la sociedad actual no es entre izquierdas y derechas, ni entre confesiones religiosas, sino entre ciudadanos religiosos y ciudadanos secularizados. Unos y otros deben ser tratados en igualdad de condiciones sin que, en aras de una falsa neutralidad, una posición prime sobre la otra. El secularismo no es una categoría vacía, y los valores no son neutros.

Los argumentos de Weiler convencieron a la Gran Sala de Estrasburgo, que dio la razón a Italia por una mayoría de 15 a 2, subrayando la competencia de cada Estado para establecer su modelo. La Corte preserva así el equilibrio europeo entre aproximaciones diferentes al hecho religioso, sin imponer una ‘neutralidad’ que significaría asumir la posición de una parte.