Opinión

Somos lo que vivimos

Nada me agradaría más que poder contarte que vivimos tiempos de esperanza. Pero mucho me temo que ésta, como la fortuna, sólo se encuentra al alcance de los audaces.

Nada me agradaría más que poder contarte que vivimos tiempos de esperanza. Pero mucho me temo que ésta, como la fortuna, sólo se encuentra al alcance de los audaces. Y de audacia, reitero mi temor, no andamos nada sobrados. ¿Otro signo de los tiempos? Tal vez…

En medio de estos días previos a las fiestas navideñas, intento vislumbrar, entre las extrañas luces o los ignotos signos que nos rodean por las calles del centro, y desentrañar qué es lo que significan. Su significante y su significado. O por qué están ahí. O por qué no están.

No sé si sabrás que alguna localidad muy próxima a la capital aragonesa, responsabilidad gestora mediante, ha decidido no instalarlas, por el excesivo coste que suponen. Otros, también en un pueblo de nuestra geografía, celebran el año nuevo con un mes de antelación. Y van camino de convertirlo en tradición, si no lo es ya. Es lo que tiene el rango de las cosas que se repiten, sin duda. Aunque también habrá quien lo justifique con eso tan valorado, hoy en día, como la capacidad de innovar, y esos vocablos tan ecofriendly.

Veo, asimismo, esas colas increíbles e interminables, junto a determinadas administraciones de lotería, bendecidas con fortuna pretérita y convertidas en cebos de ilusión, eso sí, más allá del simple juego. Con gente, mucha gente por la calle, que camina en un vaivén desatado, casi desordenado, al encuentro de esos reclamos que nos anuncian la inminencia de una celebración, o de varias, hasta bien entrado en días el próximo año.

Y mientras tanto, y aunque no lo parezca, nos encontramos atrapados en un auténtico atolladero, que no sabemos cuánto durará, ni cómo va a afectar nuestro modus vivendi. Ese que mantenemos, y al que nos aferramos incluso hoy, como si nada pasara.

Pura inconsciencia o calculado adormecimiento. Lo primero resulta realmente muy happy. Lo segundo, muy preocupante. Pero ambos, inconsciencia y adormecimiento, poseen una nota en común: cercenan la esperanza. En el caso del inconsciente, porque no se entera. Y en el del aletargado, porque no espera nada más de lo que le ponen delante de sus ojos, y su esperanza está transferida.

En mi opinión, nuestra sociedad necesita sobremanera poner fin a la inconsciencia y al adormecimiento. O de lo contrario, acabaremos aceptando la deconstrucción de lo que nos ha hecho llegar a conformar como personas y como cultura. Y cuyo acervo compartimos, más que como un legado, como herramienta para el futuro. Pero que, de seguir así, hasta contemplar su final podríamos llegar a ver. Por eso hay que plantear alternativas a la inconsciencia y al adormecimiento. Nos hace falta un despertar.

En otros momentos de la historia ha habido acontecimientos que lo han provocado. Pero también ha habido líderes, profetas y poetas que lo han alentado. Hoy, que percibimos cierta situación de orfandad de liderazgos, podríamos declamar también aquellos versos que se preguntaban, allá por la década de los setenta, en dónde están los profetas… y ello en medio de un mundo sin certezas, pero con altas dosis de incertidumbre.

Pero tal vez ese despertar necesario se encuentre dentro de cada uno, en esa posibilidad de mirar lo que vivimos con honestidad, y dejarnos interpelar por la realidad. Aquí radica la principal palanca de transformación en la historia de la humanidad. Tal vez por ello se encuentre también sólo al alcance de los audaces. De ahí la necesidad de recuperarlos. Aunque nada más sea para poner rostro a la esperanza.