Opinión

Parricidio, violencia vicaria, suicidio ampliado

El hecho con el que nos hemos desayunado, aun por tristemente repetido, no deja de helarnos la sangre y al que solo se le puede dar una cierta explicación desde un cerebro enfermo, lleno de emociones negativas y dispuesto a ejecutar un acto antinatural, barbárico y perverso como es el asesinato de tus propios hijos.

El hecho con el que nos hemos desayunado, aun por tristemente repetido, no deja de helarnos la sangre y al que solo se le puede dar una cierta explicación desde un cerebro enfermo, lleno de emociones negativas y dispuesto a ejecutar un acto antinatural, barbárico y perverso como es el asesinato de tus propios hijos.

Y da igual quien lo haga, sea el hombre o la mujer, estamos ante un trastorno de la conducta de consecuencias irreparables. Es lo que ahora los políticos, algunos políticos, sobre todo, llaman violencia vicaria; esto es, producir el máximo daño posible en los hijos para de esta forma infringir también el mayor dolor y sufrimiento potencial al otro progenitor, del que se están separando y no de forma amigable. Con frecuencia, el parricida acaba suicidándose, dando así muestras de su desequilibrio mental.

Cuando las motivaciones son de otro tipo (creer que de esta forma evitarán sufrimiento a los hijos) es lo que se llama, según la literatura psiquiátrica tradicional, “suicidio ampliado” u “homicidio por compasión”. Por tanto, lo que diferencia a la violencia vicaria del suicidio ampliado es, esencialmente, la motivación que tiene el parricida.

Soy de los que piensa, y así lo he defendido en diversos foros y lo he escrito en varios de mis libros, que el suicidio conlleva siempre un trastorno asociado. No cabe dentro de un cerebro sano el matarse, el eliminar la propia vida. Es fruto siempre de una enfermedad mental, ya sea una depresión mayor, un trastorno bipolar, una psicosis, una intoxicación por sustancias o cualquier otro. Ya sé que, filosóficamente, mi postura sería discutible pero no soy filósofo, sino médico.

Esta mañana se oían, una vez más, las primeras voces señalando que hay que tomar medidas. Y yo me pregunto y les pregunto a ustedes, ¿qué medidas?

El suicidio es una realidad inevitable y casi imprevisible. Esa es una situación que los médicos psiquiatras, que vemos todos los días pacientes en nuestras consultas, conocemos bien y sufrimos con resignación y frustración.

Claro que hay que intentar prevenir un comportamiento suicida y, en este caso, homicida también. Eso nadie puede cuestionarlo. Otra cosa es que tengamos herramientas para ello. El comportamiento del ser humano es cambiante, a veces, tan cambiante, que en cuestión de segundos, tal vez minutos, algunas personas pueden tomar esa fatal decisión de lo que no han hecho partícipe a nadie.

Un comentario aparte merece el hecho de que en la Guardia Civil se produzcan un número mucho mayor de suicidios que en la población general (9 por cien mil versus 23 por cien mil).

Las causas de este desequilibrio epidemiológico, además de la facilidad para manejar armas de fuego, hay que buscarlo en una gama variada y compleja de creencias, pensamientos, emociones que pueden explicar en parte el hecho, aunque no es este el momento ni tampoco el lugar para hacerlo.

Sí debo decir, y lo digo con conocimiento de causa, fíense de mi palabra, que hay agentes del Benemérito Instituto que están en tratamiento psiquiátrico y no están de baja para su actividad laboral. Lo he visto y lo he estudiado, al igual que ocurre en otros cuerpos policiales. Muchos agentes trabajan porque no tienen más remedio, dada la falta de plantilla; otros lo hacen porque no se pueden permitir perder de su exigua nómina una cantidad, por pequeña que sea; otros lo hacen por vergüenza y pudor y otros para evitar ser señalados y estigmatizados.

El asesinato de las dos creaturas es una muestra más de que el ser humano es capaz de lo más abyecto y, también, de lo más heroico. De ser ángel y demonio. De crear y destruir, y nunca mejor dicho, la que les dio la vida también se las ha arrebatado.