Opinión

Harry y Meghan: en el diván del psiquiatra

Mucho se sigue hablando en todos los medios de comunicación de las “memorias del príncipe Harry de Inglaterra” y de la intensa polvareda que están levantando algunos de sus ácidos comentarios dirigidos contra su propia familia.

Mucho se sigue hablando en todos los medios de comunicación de las “memorias del príncipe Harry de Inglaterra” y de la intensa polvareda que están levantando algunos de sus ácidos comentarios dirigidos contra su propia familia.

Como he afirmado en alguno de mis artículos, no me parece correcto hablar públicamente, desde la óptica médico-psiquiátrica, de una persona, aunque este sea popular, conocido o famoso, por el estigma que ello conlleva a veces.

Pero cuando “ese alguien” pregona por doquier aspectos íntimos de su propia biografía y realiza comentarios más que íntimos nos da permiso tácito para poder, con todo respeto pero con toda claridad también, hacer una serie de precisiones o matizaciones, sin ánimo de diagnosticar nada, pero sí de explicar lo que el “personaje” dice, y si subyace un posible trastorno psíquico o una anomalía de su personalidad.

Según lo que ha aparecido en los medios escritos y audiovisuales, Harry ha sido una persona “sociable, cordial, de ingenio rápido, inteligente emocionalmente y adaptable al medio con facilidad”. También se ha dicho de él que siempre ha sido más emocional (sensible) que su hermano, que ha estado siempre muy “marcado” por la pérdida de su madre, que es una persona muy comprensiva y cercana y que, curiosamente, siempre ha estado muy interesado por los temas relacionados con la salud mental.

La biógrafa de la Realeza Británica, Angela Levin, que dice conocerlo bien, relata claramente que el príncipe “ha perdido su camino y está a las órdenes de su mujer”, y que “ha cambiado hasta el acento británico para encajar en su nuevo hogar”. Además, la cronista nos aclara que ha ganado mucho dinero con contratos editoriales durante el Covid, estando, según sus propias palabras, “escondido”, y que, aunque nunca ha querido ser el segundón en la Familia Real Británica, no parece importarle mucho serlo de su mujer, Meghan.

Desde la óptica médica, y a tenor de lo que hemos visto, oído y leído sobre el príncipe Harry, éste pudiera sufrir un Trastorno de Ansiedad, debido en parte a sus traumas infantiles y al estrés que estos le produjeron, siendo a la vez todo ello un elemento decisorio que explicaría, en parte, por qué se ha aferrado de forma tan intensa a su esposa Meghan en un claro intento de dejar atrás su pasado.

Meghan es para Harry como un salvavidas que le permite seguir adelante, a pesar del daño psicológico que pudiera sufrir desde hace tiempo. En primer lugar, por la muerte de su madre; después, por el trato que su padre dio a su madre, la princesa Diana, y también por la frialdad emocional con la que su padre le dispensó cuando era un niño.

Es de sobras conocido que el “niño Harry” tuvo que soportar y convivir con noticias muy desagradables, y para él traumáticas, sobre el infeliz matrimonio de sus padres y esencialmente sobre la relación extramarital que tenía Carlos III con la que ahora es su esposa, la reina consorte Camila.

Al mismo tiempo Harry debió sufrir, por lo que relatan los medios, una presión intensa por parte de otros miembros de la Familia Real Inglesa, que le exigían incluso que no demostrara su dolor durante el funeral de estado de Lady Di, exigencia inadecuada siempre y más para un adolescente que había recibido un golpe brutal y del que nunca se ha recuperado del todo.

En el sistema límbico-emocional de Harry se producía una dualidad difícil de soportar. Por un lado, sentía lástima por su hermano William e incluso por su propio padre, ya que los veía atrapados por los protocolos y las férreas leyes de la monarquía que debían liderar. Por otro lado, Harry se sentía en cierta manera “miserable” por pertenecer a la realeza. En este contexto dicotómico, fue Meghan quien le ofreció una salida airosa y clara. Por ello, la defiende de la Familia Real y de las acusaciones que han proferido los medios de comunicación.

Desde el punto de vista psiquiátrico es interesante tener presente que el príncipe Harry “era agorafóbico, lo que resulta difícil de entender dado el rol público que tenía que adoptar”. Precisamente, cuenta en sus memorias, que fueron publicadas de forma accidental en España pocos días antes de su esperado lanzamiento oficial, sus angustiosas vivencias relacionadas con este trastorno. Como ejemplo puede servir un episodio de pánico que casi le produjo una pérdida del conocimiento durante un “discurso que no pudo ser evitado o cancelado”. Al acabar el acto, cuentan que su hermano mayor, el príncipe William, se burló tras bastidores al verlo “empapado” en sudor.

Está constatado que el príncipe Harry ha sufrido ataques de pánico con la sintomatología característica de este tipo de enfermedad: taquicardia, disnea, opresión precordial, hiperventilación, sudoración intensa, hormigueos, inestabilidad o malestar general.

Quizá a alguno le cueste creer que alguien tan famoso como el príncipe Harry, a quien se le ha visto con frecuencia fuera de casa, en sitios concurridos y durante eventos públicos, pueda sufrir de agorafobia, pero la realidad es la que es y las apariencias, con frecuencia, engañan.

Harry ha seguido terapias para la ansiedad, en concreto desde el 2020 el príncipe ha probado, entre otras, la terapia EMDR (reprocesamiento y desensibilización del movimiento ocular), que ha utilizado para abordar la incomodidad que siente sobre todo cuando vuela a Londres, momentos en los que evoca involuntariamente la pérdida de su madre. Esta terapia fue creada en la década de 1980 pero se ha hecho cada vez más popular, esencialmente para tratar experiencias traumáticas, como el fallecimiento de seres muy importantes, agresiones sexuales, grandes catástrofes, etc.

Por otro lado, hemos podido ver en semanarios y revistas las frecuentes y ásperas críticas contra Meghan. Se la ha catalogado, muchas veces sin conocerla, de ser una mujer aburrida, insustancial, frívola, mentirosa, victimista, agresiva y con ego elevado, dejando comentarios en los que había un denominador común siempre: Meghan, para bien o para mal, no era la mujer adecuada para formar parte de tan selecta familia.

Los que la conocen bien afirman que estamos ante una mujer de temperamento firme, de carácter extrovertido, independiente, luchadora, valiente, una mujer de éxito acostumbrada a conseguir lo que quiere. Además, Meghan había sido una niña querida, a pesar de la separación de sus padres, con excelentes resultados académicos, gran sentido del humor y un encanto arrollador.

Por el contrario, Harry fue un niño solitario y triste, un adolescente conflictivo, un joven con problemas de adicciones y, en definitiva, con una salud mental inestable. Desde muy niño, su vida apareció en los periódicos, conocimos sus errores (juergas que acababan en peleas con los paparazzi, fiestas con disfraces inconvenientes, como el de soldado nazi, etc.), que salían en todos los medios y redes sociales, dejándole en posiciones ridículas, cuando no grotescas y chuscas.

Durante muchos años, según él mismo explica, quiso huir, ya que no podía soportar la vida pública. Tampoco soportaba el dolor por la pérdida temprana de su madre. Su vulnerabilidad le hizo “automedicarse” con drogas de abuso y alcohol. Emocionalmente mantuvo varias relaciones con chicas que parecían sensatas y sanas, pero que no aguantaron la presión de los medios que iba unida a la figura de Harry allá donde fuera.

Es importante tener en cuenta que “el fantasma y el recuerdo” de su madre, Lady Diana, no se ha apartado de su vida y sigue rondándolo hoy, como explica hasta el hartazgo en el documental que ha hecho. En sus últimas apariciones ha dado la impresión de ser, en la actualidad, un hombre tranquilo, cariñoso y sensible, probablemente tan sensible como vulnerable.

La joven californiana, acostumbrada a los focos, al público, a los medios, hizo lo que ninguna otra había hecho antes: trató de introducirse en la Realeza Británica y, cuando vio que no era posible, renegó de su papel, y decidió salir de ese mundo, siendo acusada entonces de ser “manipuladora, trepadora social y controladora”, aunque a un servidor más bien me parece una superviviente en una “jungla” muy especial y con reglas y caracteres propios y definidos.

Para muchos, el libro escrito del príncipe Harry es el manual del perfecto calzonazos. Para otros, es un libro lleno de rencor y desagradecimiento. Para la inmensa mayoría, estamos ante la biografía de una persona que, aunque es como cualquier otro ser humano, el papel en el que la historia le ha situado, ha sido en el fondo a modo de una broma muy pesada, al menos por el momento.