Opinión

Las doce puertas de Zaragoza. Las puertas romanas (I)

Las puertas de Zaragoza permitían el paso del caserío a los campos de laboreo. Constituían el límite de lo urbano y lo rural, de la vida de la población a la del trabajo agropecuario o de tránsito a otros destinos, de un paisaje desarrollado en altura a otro natural y plano u ondulado.

Las puertas de Zaragoza permitían el paso del caserío a los campos de laboreo. Constituían el límite de lo urbano y lo rural, de la vida de la población a la del trabajo agropecuario o de tránsito a otros destinos, de un paisaje desarrollado en altura a otro natural y plano u ondulado. Pues bien, en ese recorrido por los accesos a la ciudad recordemos la existencia de doce puertas en el devenir histórico. Cuatro fueron romanas, siete medievales y la última de la Edad Moderna.

Las cuatro puertas romanas se remontan al año 14 a.C., si bien durante mucho tiempo se ha considerado que eran de un decenio antes. Por la numismática se conoce que a ‘Hispania’ llegó el emperador Augusto con tres legiones: la “IV Macedónica”, “VI Victrix” y “X Gémina”. Esas unidades alcanzaron el valle del Ebro tras el final de las guerras cántabras (29-19 a.C.) y la licencia de legionarios, y se establecieron en un lugar ya ocupado por los íberos, denominado ‘Salduie’, emplazado en el centro del cuadrante nororiental de Iberia o península ibérica.  

La colonia romana ‘Caesaraugusta’, llamada de ese modo en honor al emperador, se construyó según el modelo de los campamentos romanos; es decir, de planta rectangular y división ortogonal. En nuestro caso había irregularidades en el recinto amurallado –adaptado al terreno de la zona– y amplias curvas en los vértices, por lo que algunos afirman que la morfología del recinto se asemejaba a una ‘sandalia’. En el interior, y con ayuda de un agrimensor para marcar las calles, diseñaron el trazado del casco urbano y señalizaron los dos ejes transversales principales y el resto de las vías ortogonales.

De esa manera, el plano final quedó definido por un eje mayor, nombrado ‘decumano máximo’, que corresponde con las actuales calles de Manifestación, Espoz y Mina y Mayor; y un eje transversal y de menor longitud, llamado ‘cardo máximo’, que coincide con la calle de Don Jaime I. En la intersección de ambos ejes se construyó el foro, centro vital romano de la vida social, económica y política. La longitud del decumano se estima en unos 900 metros, frente a la del cardo que era de 550 metros.

Con un agrimensor se trazaron asimismo las parcelas repartidas entre los soldados romanos en el exterior de la nueva “civitas” (ciudad), con unas dimensiones variables de 200 a 400 ‘yugadas’ (espacio de tierra arada en un día). Dichas parcelas se extendieron hacia oriente hasta la localidad de ‘Celsa’ (actual Velilla de Ebro), y por el poniente hasta la ciudad romana de ‘Alabone’ (Alagón) o ‘Gallorum’ (Gallur), de acuerdo con Antonio Beltrán: ‘Zaragoza: 2.000 años de Historia’.

En el análisis de las monedas acuñadas en la ceca de ‘Caesaraugusta’ aparecen figuras de una yunta de ternero y novilla que arrastra un arado con reja de bronce, y todo ello infiere que con ese apero los romanos abrieron un surco perimetral e iniciaron el replanteo de la futura muralla. Igualmente se dibujaron en el terreno otras vías urbanas en línea con los modelos romanos de la perpendicularidad. La longitud de la muralla era de 2.650 metros con un grosor de casi 7 metros, que albergaba 120 torres y gran cantidad de almenas; la superficie total del recinto era de 44 hectáreas.

Algunos autores apuntan que, en el replanteo, y al llegar la yunta a los extremos del cardo y el decumano, la yunta de animales se detenía y los trabajadores levantaban el arado para no mover la tierra; y precisamente en esos lugares se colocaron las puertas de la ciudad, el acceso al recinto. Puede ser cierto o no, pero realmente existieron cuatro adarves en esos lugares, en los que se levantaron las puertas y cada una se dirigía a un punto cardinal.

Las puertas recibieron diversos nombres a lo largo de la historia y todas miraban a los citados ejes cósmicos: al norte, la puerta del Puente –por el puente de barcas cercano y luego de piedra– y del Ángel; al este, la Porta Romana y de Valencia; al sur, la de Cinérea, Cineja o Cinegia; y al oeste, la de Toledo. La importancia de los puntos cardinales deriva de que los romanos creían que las orientaciones norte-sur y este-oeste representaban la armonía de la civitas y el medio rural, y de esos elementos con el Universo.

Las luchas intestinas y de los invasores, así como el paso del tiempo, arrumbaron los muros primitivos y las puertas. En cuanto a los primeros, apenas quedan unos vestigios del siglo III en los muros del Convento de Canonesas del Santo Sepulcro y cerca del Torreón de la Zuda. De las cuatro puertas romanas, no queda ninguna, solo algún trampantojo o dibujos que nos recuerdan su época de esplendor. Algunas puertas fueron modificadas o cambiadas por otras de valiosa fábrica, pero, al final, todas se perdieron para siempre. Nos queda la nostalgia de ese tiempo y el deseo de que tal vez se podrían haber conservado.