Opinión

Latidos de corazón

En nuestro sistema democrático español, tanto la pluralidad política como la ideológica están garantizadas en virtud de una Constitución donde se consagran derechos, deberes fundamentales y libertades públicas. No obstante, ante la falta de respeto institucional y acoso corporativo, existen embistes disidentes con fragancia totalitaria que emanan de aquellas formaciones que solo admiten, eso sí en nombre de la libertad, una opinión unilateral y unívoca: la suya.

En nuestro sistema democrático español, tanto la pluralidad política como la ideológica están garantizadas en virtud de una Constitución donde se consagran derechos, deberes fundamentales y libertades públicas. No obstante, ante la falta de respeto institucional y acoso corporativo, existen embistes disidentes con fragancia totalitaria que emanan de aquellas formaciones que solo admiten, eso sí en nombre de la libertad, una opinión unilateral y unívoca: la suya.

Hasta la fecha, ejercer las competencias propias que las Comunidades Autónomas tienen transferidas no debiera ser, en principio, objeto de ataques inquinados. En este sentido, la Comunidad Autónoma de Castilla-León se ha convertido desde hace unos días en el centro de atención mediático y político de nuestro país por ser proclive a la vida. A mí me agradaría más que hubiera sido Aragón la que se situara, por tal motivo, en la diana del panorama actual en relación a las propuestas plausibles de aquella, concernientes al fomento de la natalidad y a la protección de la maternidad, que en ningún caso coaccionan a la madre, aún más, la amparan frente a la manipulación.

Que un grupo político componente de un gobierno regional, como lo es VOX en Castilla-León, procure por la defensa y protección de la maternidad, demuestra una acción responsable y congruente al ideario programático con el que aquel se presentó, en su día, a las elecciones autonómicas. Igualmente, si la Constitución española establece en el artículo 15 el derecho a la vida y a la integridad física de “todos”, ¿por qué existe tanta oposición a la misma? Quizá porque haya excesiva intolerancia incontenida, o prerrogativas suculenta y económicamente subvencionadas, o pingües beneficios empresariales al servicio de un progresismo deformado y encubierto.

Con todo, y a pesar de que exista una normativa vigente que ampare el aborto, ello no es óbice para que cuanta más información pormenorizada se le ofrezca a una madre acerca de la gestación de su hijo (ecografía 4D y latidos del corazón), la haga asimismo más libre y capaz para adoptar voluntariamente una resolución acertada y, con ello, salvar una vida. Por contra, una información sesgada e incompleta denotaría, posiblemente, una larvada intención que abocase a la madre a la “insalvable” decisión de finar la vida de su hijo, cual producto opcional de deshecho se tratase.

Sin ahondar en eufemismos deleznables, ni en una analítica banal, la interrupción voluntaria de un embarazo supone matar deliberada y atrozmente un feto humano. A tal efecto, existe una anestésica aceptación social, utilitarista y reduccionista que hace pasar de puntillas sobre la toxicidad de este luctuoso acto, sin recalar conscientemente en el fondo de la cuestión. Un ser humano en gestación, ¿es un sujeto de derechos o es un objeto de tráfico mercantil?, ¿es “quién” o es algo “que”?

A mí me late el corazón cuando desde las Administraciones Públicas se impulsan ayudas a madres gestantes con problemas económicos, sociales y/o laborales; me late el corazón cuando la asistencia sanitaria se vuelca con aquellas, y que a tenor del juramento hipocrático de los facultativos, su trabajo se centra a favor de la vida; me late el corazón cuando las políticas natalistas abren un horizonte halagüeño para el futuro y el porvenir de la nación; me palpita fuertemente el corazón cuando la prioridad institucional es el ser humano y no la codicia depravada ni el vil poder dominante.

Asimismo, me sangra el corazón cuando ciertas formaciones políticas, por tibieza, sucumben al qué dirán para seguir calentado sus sillones parlamentarios; me sangra el corazón cuando la ambigüedad es moneda de cambio electoral; me sangra el corazón cuando la indiferencia hacia los indefensos asegura el confort de los que han tenido la suerte de nacer; me sangra el corazón cuando se instaura como derecho la barbarie de la aniquilación selectiva y el absurdo de la conveniencia solícita. Me sangra el corazón al ver cómo defender la vida humana es motivo de escarnio social, de condena política y de requerimiento administrativo. Y me sangra el corazón a borbotones cuando el personal sanitario, acogiéndose a la objeción de conciencia, es afrentosamente estigmatizado por una colérica sinrazón.

La antropología positivista y materialista de ciertas formaciones políticas solo tiene en cuenta la vida humana en sentido puramente biológico. Los planteamientos mecanicistas actúan siempre de esta forma, y una vez que el concepto “vida” queda reducido a un amasijo orgánico, la reducción del ser humano es presentada como una simple mixtura de miembros, piezas y secciones. La dignidad humana nos dota de una carta de naturaleza vital única, siendo en sí mismos un fin y no un anecdótico medio, tratándonos como sujetos y no postergándonos como objetos.

Una criatura en el vientre materno nunca puede ser una opción, es un ser humano que ha comenzado la aventura de su existencia, distinta a la de la gestante. Un nasciturus no es un apéndice de la madre, es otra vida de la que aquella no tiene sobre ésta derecho de propiedad, toda vez que la madre se yergue como garante de la misma. Las maniobras sociales tendentes a fomentar la promiscuidad, así como el riesgo errático de la praxis contraceptiva, no debieran justificar jamás el vertedero abortivo.

Hace falta mucha humildad para buscar y conocer la verdad, y mucha formación ética y moral para nutrir adecuadamente las conciencias. En cualquier caso, sobra el miedo para acabar con este silente genocidio que con tanto celo oculta la iniquidad globalista. La vida no es un problema, es un presupuesto fundamental y un bien nuclear que el ordenamiento jurídico, en todas sus etapas, debiera a toda costa tutelar. Y eso sí que es progresar.