Opinión

Las encuestas y la fórmula de la Coca Cola

Las encuestas inundan las redes sociales y los medios tradicionales, pero esa proliferación no está dándoles la influencia en la decisión de voto que han tenido en épocas anteriores. La laxitud legal con la que operan en España hace que se publiquen encuestas cuyo trabajo de campo parece más bien una ficción o un cruce de intereses. El mismo CIS de J.F.
Enrique Guillen Pardos
photo_camera Enrique Guillen Pardos

Las encuestas inundan las redes sociales y los medios tradicionales, pero esa proliferación no está dándoles la influencia en la decisión de voto que han tenido en épocas anteriores. La laxitud legal con la que operan en España hace que se publiquen encuestas cuyo trabajo de campo parece más bien una ficción o un cruce de intereses. El mismo CIS de J.F. Tezanos ha tirado por el desagüe hace días el prestigio profesional ganado en esta etapa democrática. Un defensor iluso de la teoría democrática podría pensar que esta abundancia de sondeos prueba la fortaleza de la participación popular en el sistema. Un análisis mínimamente crítico de esta democracia demoscópica concluiría muy probablemente que expresa el populismo político que nos domina.

El jueves pasado hablé sobre Encuestas y desinformación en una nueva sesión de Beers&Politics en Zaragoza. El título requería poca explicación porque todos hemos asumido hace ya un tiempo que, lejos de informar sobre cómo evoluciona la opinión pública y cuáles son sus expectativas o problemas, instituciones, partidos y medios las utilizan para predecir que va a suceder lo que a ellos les interesa. En una expresión de Goebbels, juegan a la realidad creada con la expectativa de que acabe siendo la realidad social. Pero, en este maremágnum de ruido informativo y post-verdad, sus predicciones apenas captan ya la atención pública. Si saben qué partido va bien, llegan a esa convicción en las conversaciones con los amigos o conocidos, no por las encuestas. Quien lo dude puede mirar el silencio que guardan en esas charlas interpersonales los que saben que su posición ideológica y de voto es minoritaria.

Noelle-Neumann llamó a este proceso la espiral del silencio. De forma coloquial, algunos lo formulan hoy como voto oculto, aunque no sean equiparables. En todo caso, estas dos posibles conductas avisan de que, con más frecuencia de la conveniente y deseable, los encuestados engañan a quienes los sondean. Quizá no recuerdan a quien votaron hace cuatro años o saben bien que no van a votar a quien dicen, pero siguen la moda social o lo que infieren que desea el encuestador. Cabe también que quienes dirigen la encuesta se permitan libertades como que un partido tenga un recuerdo de voto del 37 % cuando su voto real en esas elecciones no pasó del 28 % y no ajusten esa sobre-representación en el sondeo. Lo hizo el CIS en su boletín del último diciembre. Vamos, como si un encuestador fuera a Ejea, se pusiera a preguntar el voto en las próximas autonómicas y trasladara esa intención declarada de voto a la estimación de voto.

A Lambán le encantaría, claro. Pero dudo de que se creyera el resultado. Aunque, quizá, eso no importaría demasiado, porque el titular ya habría llenado la portada del diario, la emisora o la televisión correspondiente. Es lo que tienen los factoides. No hay forma de probar la verdad o falsedad de ese supuesto dato, hecho o información. En el caso de las encuestas, cuando una votación desnuda sus intenciones persuasivas y su mentira ya han hecho su trabajo propagandístico. No niego que las encuestas de opinión pública pueden ser una herramienta útil en la gestión de las instituciones democráticas, pero descarto que ahora mismo en España y Aragón sirvan para eso. No se sorprendan si el próximo 23 de abril los titulares de alguna encuesta publicada en prensa dejan en el aire quién gobernará Aragón. Lo han hecho ya otras veces.

Las tripas de las encuestas dan pistas que luego no coinciden con los titulares de quienes las publican, pero un partido puede trabajar con ellas, si se saben desbrozar y analizar. Los datos directos, si se detallan de forma objetiva y rigurosa, abren la puerta a estrategias de gestión política y comunicación. Pero ni los medios que presumen de transparencia facilitando, de forma supuesta, los datos completos de la encuesta acaban dejando a la vista los datos por circunscripción electoral, algo no muy difícil en Aragón porque solo tenemos tres provincias. Y créanme si les digo que conocer cómo cada empresa sociológica traslada los datos de intención de voto a la estimación de voto resulta tan imposible como indagar la fórmula de la Coca Cola.

Los sondeos no pueden convertirse en los oráculos modernos, aunque a veces actúen igual. Al convertir la realidad social en dato, encajonan contradicciones y dudas, esperanzas y miedos. Adorno ya cuestionó hace mucho tiempo el valor hermenéutico de la estadística. Pueden responder a algunas preguntas, pero no a todo, siempre dejan incógnitas. Las afianzó acertar, contra corriente, la elección de Roosevelt en 1936, pero ninguna de ellas predijo el Mayo de 1968 o el 15 M español. Los procesos sociales difícilmente pueden reducirse a una serie de datos.