Opinión

Mediocridad y conformismo

El calendario de la liga va avanzando y cada uno de los veintidós equipos de Segunda División se están marcando unas metas más o menos asequibles, acordes con sus recursos económicos, con su plantilla y con su situación actual en la clasificación.

El calendario de la liga va avanzando y cada uno de los veintidós equipos de Segunda División se están marcando unas metas más o menos asequibles, acordes con sus recursos económicos, con su plantilla y con su situación actual en la clasificación. Ya ha quedado atrás el ecuador de la competición y cada vez se ve más cercana esa meta propuesta y esos objetivos perseguidos por cada club. Porque llega un momento en que tanto los dirigentes, el cuerpo técnico y los jugadores de los equipos más modestos se dan cuenta de que sus aspiraciones se ciñen a quedarse en tierra de nadie y salir cuanto antes de la amenaza del descenso de categoría.

Eso es lo que les está ocurriendo a los dos equipos aragoneses que militan en la llamada Liga SmartBank. Tanto la Sociedad Deportiva Huesca como el Real Zaragoza se están despertando semana tras semana con el fantasma de la cruda realidad. Una realidad que no es otra que lograr cuanto antes una veintena de puntos –siete victorias – para alejarse del pozo y respirar aliviados. En el caso del Real Zaragoza, la situación es cada vez más preocupante porque, a pesar del ligero cambio con la entrada del entrenador Fran Escribá, la mayoría de los encuentros, salvo contadas excepciones, son un canto a la mediocridad y un reflejo de la incapacidad goleadora de los delanteros. 

Como aficionado desde niño del equipo de la capital del Ebro y, después de recordar las grandes etapas vividas con los magníficos, los zaraguayos o los héroes de la recopa de Europa, me da mucha pena comprobar el momento actual del Real Zaragoza, alejado ya casi diez años –que se dice pronto– de la categoría de oro del fútbol español. Todo ello me lleva a plantear algunas preguntas retóricas: ¿Se está notando el efecto del cambio de titularidad y de los relevos en la dirección deportiva? ¿Se ha vuelto a fichar con acierto, aprovechando al máximo los recursos de que disponen los nuevos propietarios? ¿Por qué se está pensando ya en la próxima temporada cuando no hay nada claro todavía sobre las aspiraciones del equipo?

Aunque pueda resultar duro afirmarlo, el juego del equipo no acaba de convencer a una afición que sigue siendo fiel en cada uno de los encuentros y es, con ventaja, el mejor activo del club. De todos modos, de nada sirve ese entusiasmo en la Romareda y ese apoyo incondicional en los desplazamientos si sobre el terreno de juego reina la mediocridad y un cierto conformismo. Porque, aunque la actitud de los jugadores es encomiable, tal vez falte la calidad individual, el engranaje de cada una de las piezas y un plus de ambición. Precisamente ahora, concluido ya el mes del mercado invernal, se ha comprobado cuán difícil resulta dar salida a jugadores con los que no cuenta el entrenador y convencer a otros para que recalen en el Real Zaragoza. Solo dos nuevas incorporaciones –Tomás Alarcón y Bebé– y muy pocas novedades en las rescisiones de contratos. Y eso que esta temporada el tope salarial es superior a la anterior. Pero, al parecer, se conforman los dirigentes con dejar al equipo en tierra de nadie y pensar ya en la próxima temporada que, salvo milagro, será la undécima en el pozo de la Segunda División.