CARLOS HUE. Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación.


Celebrábamos el pasado día 20 de febrero el Día Internacional de la Felicidad o, como decimos en Psicología, del bienestar subjetivo. Mas, ¿qué es la felicidad? A lo largo de la historia se han dado muchas definiciones, aunque, en realidad, hay tantas definiciones de felicidad como personas, pues cada uno entiende la felicidad a su manera.

¿Es lo mismo felicidad que placer? Realmente, ¿qué buscamos? La respuesta es que en la mayor parte de los casos buscamos el placer; el placer de una buena comida, de una siesta, de un atardecer, o de un encuentro sexual gratificante. Estos, son placeres. La felicidad es algo diferente. La felicidad no es puntual; la felicidad dura bastante tiempo, dado que la felicidad es un sentimiento, un estado de ánimo. La felicidad es una valoración positiva de nuestra vida durante un tiempo más o menos largo.

En este sentido, Deci y Ryan (2000) diferenciaban entre dos modelos de felicidad. El modelo “hedónico” que tiene que ver más con el placer y que crea excitación, dependencia e individualismo; pensemos en el consumo de drogas, por ejemplo. Y el modelo “eudaimónico” que tiene que ver más con la felicidad y que proporciona autonomía, competencia y relaciones positivas con otras personas.

La Psiconeurología también nos echa una mano en esto. Nos dicen los estudios neurológicos que el comportamiento humano viene regulado por unas sustancias que facilitan las conexiones entre las neuronas llamadas neurotransmisores. Pues bien, las endorfinas y la dopamina nos producen placer, mientras que la dopamina y la oxitocina nos producen felicidad. Sin embargo, a las personas nos gusta más el placer que la felicidad y, por ello, hacemos lo imposible por conseguir el dinero que nos permita ir a buenos restaurantes, tener excitantes vacaciones o encontrar parejas con una gran satisfacción sexual. Bien, de acuerdo. Pero, resulta que el placer es caro por el dinero que cuesta, y lo peor es que nuestro cerebro cuando recibe estímulos que le producen dopamina y endorfinas se atrofia y deja de producirlas por sí mismo haciéndose “dependiente” de las cosas o experiencias que las producen. En conclusión, si bien el ser humano desea el placer, al ser este tan caro, durar tan poco y hacernos “dependientes”, es mejor que busquemos la felicidad en las pequeñas cosas.

Entonces, ¿qué podemos hacer para encontrar la felicidad? La naturaleza es muy sabia y hace que podamos producir esos neurotransmisores por nosotros mismos. Así, la dopamina la producimos cuando dormimos entre 7 y 9 horas, cuando celebramos algo y sobre todo cuando hacemos ejercicio; las endorfinas lo hacemos con el baile, el canto y también cuando sonreímos; la serotonina se genera con el agradecimiento, en contacto con la naturaleza o simplemente al sentirnos felices; y la oxitocina es fruto de la meditación, consecuencia de dar abrazos o al ser generosos.

Así, no olvidemos que conseguir la felicidad no es algo que se compra y ya está, sino que es fruto de un proceso. De este modo, podemos decir que no hay un camino para la felicidad, sino que la felicidad es el camino.

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