Al principio de esta serie de artículos dedicados a las doce puertas construidas en las dos murallas de Zaragoza, la romana y la medieval, comentamos que las cuatro primeras fueron romanas –ya narradas con detalle–, siete medievales y una de la Edad Moderna. Así, de las siete puertas del Medievo vamos a comenzar por la del norte, seguida por las del este y oeste, para concluir con las situadas al sur.
Pero antes de iniciar su descripción, recordemos que Cesaraugusta asumió con celeridad la cultura romana, sus leyes y costumbres, en el siglo III fue nombrada capital eclesiástica y a finales del siglo IV se celebró el segundo concilio de la iglesia hispánica. De la etapa visigoda quedan pocos restos de la ocupación de la ciudad por el conde Gauterico el año 472, según el profesor Canellas López en ‘Aragón en su historia’, y la presencia del obispo Braulio de Zaragoza en el siglo VII.
Los musulmanes entraron en la península Ibérica en el 711 y tres años después llegaron al valle del Ebro al mando de Musa Ibn Nusayr. La urbe se adaptó con prontitud a la nueva situación y se convirtió en centro vital de los musulmanes. La etapa de mayor esplendor de ‘Saraqusta’ fue el siglo XI, con pleno desarrollo del islam y el poder de los Banu Hud, máxime con Al-Muqtadir, Al-Mutamán y Al-Mustaín II. El palacio de la Aljafería, erigido en 1045, representó ese dominio, en el que convivieron tres culturas –musulmana, judía y cristiana–, referente esencial del conocimiento y las artes.
Dicho palacio fue ocupado en 1118 por Alfonso I el Batallador con ayuda de fuerzas internacionales, tras un asedio a la ciudad de siete meses. El monarca permitió quedarse a los musulmanes extramuros, al suroeste de la muralla romana, en el arrabal de los Curtidores (la ‘morería’); al tiempo que los judíos siguieron en su aljama (la ‘judería’), en el cuadrante sureste del recinto romano.
El mayor problema después de la conquista de la capital por el Batallador fue la pérdida de población, por lo que se repobló con occitanos y navarros. Estos se extendieron por los arrabales, que, más tarde, configuraron los barrios de San Miguel, de Valencia, el propio Arrabal, –al norte del Ebro–, y San Pablo, sobre todo a partir del traslado del almudí y el mercado desde la puerta Cinegia a la de Toledo. Al mismo tiempo se construyó una segunda muralla, de tapial, definida por la Huerva, la calle María Agustín y la puerta de Sancho.
En la muralla medieval se alternaba el adarve liso con las torres cuadrangulares. Un total de 66 torres se intercalaron en la segunda muralla horadada por accesos que desempeñaban funciones de defensa y de recaudación de impuestos. Primero se abrieron siete puertas, llamadas Tripería, Sol, Quemada, Santa Engracia, El Carmen, Portillo y Sancho; y luego se añadió la del Duque, levantada en tiempos modernos.
Los dibujos de todas las puertas pueden verse en la obra ‘Miradas al pasado en Zaragoza’, escrita por el que suscribe, y realizados por el entrañable amigo José Arguedas, el cual nos abandonó durante la COVID. Descanse en paz. Sirvan estos artículos como un homenaje a él, a un hombre bondadoso y querido por todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo.
La puerta de San Ildefonso (su verdadero nombre) o de la Tripería (más popular) se construyó tras la conquista de la ciudad por Alfonso I el Batallador, y por ella desfiló con su hueste. Estaba emplazada en el muro norte, cerca de la plaza del Mercado, y por ella trasladaban los despojos de los animales hasta los puestos instalados en su entorno; y de ahí el nombre de ‘Tripería’.
La puerta miraba al río Ebro, al norte, y lindaba al sur y este con el torreón de la Zuda y la iglesia de San Juan de los Panetes, respectivamente; mas también coincidía con el extremo occidental de la calle Imperial –actual paseo de Echegaray y Caballero–, denominada de ese modo en honor al emperador Carlos V, que perduró desde el siglo XVI hasta 1858 –cuando se cambió por Antonio Pérez– y a partir de 1940.
Inmediata a la puerta se encontraba el postigo de Aguadores, del que partía una rampa que descendía hasta la orilla el río Ebro y por la cual se abastecía de agua a la población. A la vez, la rampa servía de embarcadero para el transporte en barca hasta la orilla opuesta. Durante la primera mitad del siglo XX fue muy popular la barca del Tío Toni, que costaba cinco céntimos cada viaje y disponía de dos sirgas: una para facilitar el desplazamiento de la barca y otra para impulsarla hacia el otro lado del cauce fluvial. Dicho servicio terminó en 1941 con motivo de la instalación de una pasarela peatonal en la misma zona.
Una singularidad de la puerta de la Tripería fue el hecho de que por ella desfilaban los reos procedentes de las cárceles, especialmente de la habilitada en la puerta de Toledo, con el objeto de ser ajusticiados, y para algún sector de la población era motivo de mal presagio. A ello se unían los puestos de casquería que abundaban por doquier en el enclave, si bien esto desapareció en 1885, tras la puesta en marcha del Matadero Municipal de la calle Miguel Servet.
La fisonomía de la puerta era sencilla, con arco ojival y dos torres almenadas de ladrillo que lo flanqueaban. Por el arco pasaban carros y mulas, y a la par circulaban los tranvías arrastrados por caballerías, destacando la línea ‘Circunvalación’ desde 1887, al igual que el tranvía eléctrico a partir de 1903. Este año coincide con la inauguración del hoy Mercado Central, realizado por el arquitecto Félix Navarro Pérez, y con la desaparición de la puerta de la Tripería en razón al tráfico, el urbanismo y el desarrollo de la ciudad, entre otros factores.
Una copla de seis versos nos recuerda las siete puertas medievales y la romana del Ángel. Reza así: ‘Adiós, Zaragoza noble, / adiós sus ocho portales; / Tripería, la de Sancho, / el Portillo, la del Carmen / Santa Engracia, la Quemada, / la del Sol y la del Ángel’.