JAVIER MESA. Gestor cultural.


¿En qué se diferencia la Enseñanza establecida en los diferentes niveles educativos en un Centro penitenciario de la impartida en un Colegio o  Instituto del exterior?

Así, de primeras, a todos se nos ocurre pensar en lo mismo: los alumnos. Y, en efecto, así es. Unos son niños o jóvenes,  los otros mayores de edad; los unos más influenciables, los otros menos; los unos comenzando su vida, llena de posibilidades, los otros con pesadas mochilas a cuestas de inadaptación social, con vidas en suspenso, en pausa, en “reset” en el mejor de los casos.

De lo anterior podríamos deducir que si nosotros fuéramos profesores preferiríamos, sin duda, evitar impartir clase en un Centro penitenciario antes que en un Colegio o Instituto. Sin embargo, no es así o, al menos, no en todos los casos. ¿Por qué razón?

Tenemos mucho que aprender de nuestros profesores. Y es que la mayoría de ellos no sólo están simplemente dotados de profundos conocimientos jalonados por el don de la palabra necesaria para su explicación comprensible al alumno sino que, además, han llegado a esta profesión impulsados por una “VOCACIÓN”. Y ésta los define.

No me detendré mucho en las grandes dosis de “paciencia y templanza”  de las que hacen gala diariamente. Los problemas de convivencia se producen en ambos ámbitos.

En un centro penitenciario, con consecuencias de relevancia: la expulsión de la Escuela, un parte disciplinario, la posible sustanciación de un delito o falta, etc. Quizás, por ello, no suele ser lo habitual y, salvo las graves, el equipo de profesores, apoyado por los funcionarios, las solventa gracias a su pericia mediadora. Su lema: “Si es posible, que no dejen de venir a la Escuela, que algo siempre queda”.

Esencial, en este ámbito, la labor de los funcionarios. Los Tratamentales, con su Programas psicológicos y de intervención, y los de Vigilancia. Éstos últimos con la complicada tarea de conjugar la función de velar por la seguridad y disciplina con la transmisión, en el día a día, de los valores necesarios para la consecución de una adecuada convivencia social en el interior de los centros penitenciarios.

Recordaré, asimismo, en el ámbito no penitenciario,  cuando, esperando para ser recibido por la Jefa de Estudios a Distancia del I.E.S. “José Manuel Blecua” de Zaragoza (del cual dependíamos hace años en el centro penitenciario para la Educación Secundaria a distancia), presencié una inmensa rabieta de un alumno adolescente ante su tutor, en el despacho de éste último. Las voces del alumno se oían por todo el Instituto. No las voy a reproducir pero os las podéis imaginar. Lo sorprendente era que cada improperio y exabrupto del alumno era seguido por la voz calmada, sosegada y casi inaudible del profesor. Éste, tras un buen rato que a mí se me hizo interminable, consiguió finalmente calmar al adolescente que salió de su despacho casi pidiendo disculpas.

Me quedé maravillado. De hecho, ahora cada vez que voy a perder los nervios con mi hijo adolescente, lo recuerdo y me sirve de bálsamo, de gran lección.

¿Cuál es, pues, ese “algo” distinto pero igual, que hace que existan profesores – y no pocos – que prefieren permanecer en las Escuelas de los Centros penitenciarios?

Mucho mejor que yo lo explica, en la Revista DIGO del Centro penitenciario de Zuera, Chema, quien, lleva más de 30 años ejerciendo como profesor, antes en Daroca (en ese gran equipo docente por el que fui magníficamente recibido al llegar yo a Daroca en 2001, conformado asimismo por Celia, Dorita, Charo, Blanca y Marisa) y luego en Zuera:

 “Sobre el ambiente, tengo que decir que una vez entras por la puerta de clase, digamos que la cárcel se queda fuera. Se trata al alumno como se le trataría en la calle, pero además aquí dentro se establece una relación más cercana. Somos gente de fuera del Centro con los que se puede hablar de cosas diferentes y hasta muchas veces personales.

En especial, intentamos que el alumno adquiera una escala de valores distinta a la que tenía antes de entrar en prisión, como saber que el trabajo es necesario para mantener relaciones humanas o interiorizar comportamientos socialmente normales. Sabes que tu trabajo ha servido, más allá de las notas, cuando te saluda un ex alumno por la calle, te reconoce y reconoce tu trabajo”.

Sobran las palabras. Toda nuestra admiración.

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