Opinión

53 años del cierre de la línea internacional de Canfranc

El 27 de marzo se cumplirán ya 53 años del accidente acontecido en 1970 en la zona de L’Estanguet, cuando un convoy de mercancías, compuesto por dos máquinas y nueve vagones repletos de maíz, sufrió un accidente cuando se dirigía de Francia a Canfranc.

El 27 de marzo se cumplirán ya 53 años del accidente acontecido en 1970 en la zona de L’Estanguet, cuando un convoy de mercancías, compuesto por dos máquinas y nueve vagones repletos de maíz, sufrió un accidente cuando se dirigía de Francia a Canfranc.

Sí, era el 27 de marzo de 1970, fatídico día, y había comenzado estacionalmente la primavera, pero en aquellas latitudes el hielo aún era el protagonista y, así, todo se originó cuando aquellas dos viejas máquinas fabricadas en 1922, prácticamente carne de desguace, tiraban del convoy aquella jornada con dirección a Canfranc, hasta que sus ruedas patinaron sobre unos raíles cubiertos de hielo. Los maquinistas se apearon para echar con palas tierra a las vías y así mitigar el deslizamiento, pero al parecer los frenos fallaron (¿sabotaje tal como dijeron en la época?) y el convoy, con sus vagones de maíz, descendió fuera de control y se abalanzó sobre el puente de L’Estanguet, destrozando totalmente la infraestructura, por lo que todo el tráfico internacional en la línea Zaragoza-Canfranc-Pau no volvió a recuperarse desde entonces, ya que las autoridades francesas no veían rentable reparar los destrozos, por lo que el puente nunca se reparó ni reconstruyó y languideció hasta ser inservible y desaparecer, y así la línea ferroviaria quedó suspendida.

Y, desde entonces, todo ello queda en un “estamos trabajando de cara a completar los estudios sobre la reapertura…” y así hasta hoy, tras largos años de desidia y abandono del proyecto como si no hubiera muchas ganas en ello, especialmente por parte francesa, ya que al menos aquí, en nuestro país, sí se han ejecutado obras y se sigue en ello. Al menos en las conexiones Alerre-Ayerbe, Ayerbe-Caldearenas y Jaca-Canfranc, aparte de reformar y volver a darle vida, aunque sea a costa de un hotel de lujo de cinco estrellas, a la estación internacional de Canfranc, con un nuevo haz de vías y la nueva estación de cara a la reapertura de la línea internacional. Pero esta posible reapertura es a dos bandas, y si desde la otra parte no hay nada decisivo, ya que la norma ha sido siempre alegar que la línea ferroviaria era costosa e ineficaz, poco se puede esperar…

Y es que la historia de esta ruta, demandada desde siempre, parece estar gafada y no exenta de infortunios. Se inauguró tras un enorme gasto en infraestructura, donde la complejidad no solo era arquitectónica, sino también por la abrupta orografía del lugar, que entre otras obras faraónicas, obligó a desviar el cauce del río Aragón, nivelar el irregular terreno y forzó la plantación de 10 millones de árboles para evitar los aludes. Pero se inauguró a pesar de todo en 1928, solo unos meses antes del Crack del 29, que lastró su rendimiento, ya que el tráfico de mercancías nunca fue demasiado intenso, y después llegarían la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, en la que se empleó como parte de la estrategia de guerra, viviendo sus momentos de mayor esplendor y protagonismo desconocidos para mucha gente, siendo un lugar casi de película que dejaría en bragas al ambiente de la película “Casablanca”, porque por ella se pasaron y se refugiaron judíos y otras personas que huían del asedio de las tropas de las SS, ya que tras la victoria de Franco en la Guerra Civil, las instalaciones fueron “supervisadas” por los nazis, quienes la usaron para tránsito del wolframio obtenido de las minas gallegas y de muchas de las toneladas de oro que saquearon por toda Europa, pero igualmente para todo tipo de contrabando. Y luego la autarquía de la dictadura franquista no ayudó en mucho al desarrollo de la línea, y entonces llegó el accidente en 1970, la puntilla que acabó con todo. Eso sí, desde Aragón se ha persistido de siempre con cabezonería en reclamar su reactivación ya desde mediados de la década de los 70, y ahí seguimos.

Mientras tanto, el pueblo y la zona de Canfranc también tiene la esperanza de que esta vez sea distinto y los planes cuajen, para que así la gente lo pueda ver con ganas y con ilusión, a pesar de ese punto de incertidumbre que mantienen desde hace cincuenta y tres años. Porque ese es el objetivo, otorgar más vida, más creación de empleo y dinamización importante, que se pueda disfrutar de la terminal y de su entorno, y que todo ello sea un atractivo que atraiga a muchísima gente. Mientras tanto, la factura tras 53 años de cierre es muy costosa, pero el devenir solo depende de la voluntad política, aunque quizás ahora asoma de nuevo, con ayuda de fondos europeos, la esperanza, y que no todo se quede solo en montar un hotel de cinco estrellas al alcance únicamente de unos pocos…