Opinión

Trepidante y atrapante

Estamos en tiempo de libros. Se acerca la Fiesta del 23 de abril y se preparan ya las Ferias en Zaragoza, en Huesca, en Teruel, en Tauste… no digamos en Madrid.
Francisco Javier Aguirre
photo_camera Francisco Javier Aguirre

Estamos en tiempo de libros. Se acerca la Fiesta del 23 de abril y se preparan ya las Ferias en Zaragoza, en Huesca, en Teruel, en Tauste… no digamos en Madrid. Hay que ir disponiéndose. Poesía, ensayo, historia, divulgación científica, tecnología, guías de viaje, cómics, ecología, pero sobre todo novelas.

La dupla consonántica TR constituye un elemento clave en la narrativa contemporánea. Me refiero a los términos ‘trepidante’ y ‘atrapar’, adjetivo y verbo que no deben faltar jamás en la descripción o análisis previo de una novela. También en la publicidad, aunque hay que reconocer que el anuncio en la sobrecubierta de un libro asegurando que el autor ha tenido más de tres millones de lectores impacta mucho. Tanto o más que los 70 u 80 segundos que ocupa una entrevista al autor en un Telediario, sea de cadena pública o privada. Pero vuelvo a la TR.

Esa dupla se utiliza en el lenguaje con términos a menudo preñados de tremendismo, comenzando por el que acabo de emplear. Pero la lista es larga y contundente. Por poner unos ejemplos: tributo, tétrico, tribulación, tromba, tropezar, trueno, tropel, tricornio, trampa, truco, trullo, truhán, atropellar, trastorno, retrógrado, meretriz, patrón, trágico, trasto, trémulo y así hasta las novecientas ochenta y seis palabras que tengo registradas con ese binomio, todas ellas con un deje molesto, desagradable y hasta agresivo.

Que la acción sea trepidante y que la trama atrape desde la primera línea son dos de las condiciones imprescindibles para que una novela moderna tenga un éxito fulgurante. Otra importante es que en la faja de promoción figure algo semejante a que hay 570.000 lectores esperando su salida. Del mismo tenor es la siguiente proclama: 2.300.000 ejemplares vendidos de la primera edición. Ambas cifras moderan la cuantía aludida al principio, que habla de lectores y no de ventas.

Todo conocedor del universo literario sabe que lo anterior es falso. Lo saben los autores que aceptan ese proceso publicitario, lo saben los editores que lo utilizan, lo saben los libreros que se apresuran a difundirlo y lo saben los potenciales lectores que muchas veces comprueban la falacia a los pocos minutos de haber comprado el libro, que preferiblemente ha de estar encuadernado en tapa dura o al menos con una sobrecubierta de incuestionable atractivo. 

Por mi parte, como asiduo lector, prefiero la serenidad, el sosiego, la reflexión, la calma… porque bastante trepida ya la realidad cotidiana. En cuanto a quedar atrapado desde la primera línea, resulta que me contraría todo lo que huela a falta de libertad.