Opinión

Títeres sin cabeza…

Un miércoles no muy lejano, después de una reunión extraordinaria, un compañero de trabajo y todo un padrazo que ama, se preocupa y está más que atento por todos sus hijos, además de estar volcado en quien más le necesita de ellos: la más pequeña…

Un miércoles no muy lejano, después de una reunión extraordinaria, un compañero de trabajo y todo un padrazo que ama, se preocupa y está más que atento por todos sus hijos, además de estar volcado en quien más le necesita de ellos: la más pequeña…

Me propuso irnos a comer cerca el citado día de la semana. Tal vez una pizza o a un chino. Al final de la variedad de abanicos que se nos ocurrió, recordé a una colega rumana profesora de su idioma aquí, en España, con la que he coincidido en varios Centros Educativos.

Hacía tiempo, mucho ya, que me había dicho que me pasara por el bar de su marido. Por entonces primaba en su interior el estilo germánico. Algo que nunca llegué a ver por falta de huecos largos en la agenda.

Vamos para allá. Ya no lo regenta el esposo de Mariana. En su lugar, una mujer, también de Rumanía, a punto de cerrar el local hasta las siete de la tarde, ya que estaba completamente sola y no había entrado nadie desde hacía un rato, insistió en que nos quedáramos y en que nos prepararía lo que nos gustase sin ningún problema.

Después del último bocado se aproximó a nosotros y entablamos conversación. El sitio está ambientado a la mexicana. Y es que anteriormente lo había estado llevando un amigo de Óscar.

Tras recordar viejas épocas, el tema se va tornando a todo lo que ha de pagar por tener televisión etc. Enseguida, hizo un puente de ideas que llueven sobre el gremio de forma peor que ácida: en conclusión nos asegura que teme fuertemente a la sociedad.

Comenta que es que no te dejan hacer las cosas bien. Añado que en ninguna parte. Y que, desgraciadamente, pasa en todos los ámbitos.

Sus miedos se palpan incluso en la suma tajante de la suposición concreta y efectiva de algo que pasa constantemente: a nada que sobresales van contra ti. Es una de las nuestras. Sí, ciertamente, nos cansamos de ser cabeza de turco, chivos expiatorios o mascotas propicias para la burla como poco.

Justamente es eso. Justo: ¡cuántos impedimentos! ¿Verdad? ¡Injusto! En fin, ya sabemos que el mundo es un teatro. Sin embargo, resulta que pertenece al rango de títeres. Y, con frecuencia, sin testa.

Andamos por todas partes sin alas y a ras del suelo. Un drama, una tragedia. Mayormente cuando el tendido de trampas hace que te caigas duramente y se haga un socavón por donde se cuelan cuerpos sin culpa. Así es la objetividad que pertenece al hoy. Más que nunca, donde la falta de una educación sincera hace que se deje pasar de largo el que se patee al que menos se ha ganado que le hagan la zancadilla siendo o no vistos los pies que la provocaron.

Los anuncios sobre bebidas energéticas que dan hélices de banda las prestan por unos instantes. Al cabo de nuestro sueño, despertamos caminando en una dirección con un sentido u otro.

Con el Amor se llega a levitar. Es Él el que sostiene el mundo. Aunque parece ser que va habiendo en cantidades pésimamente pesimistas y con calidad disminutival.

Que nos quisiéramos como Nos quiso, ese fue su legado tras el recuerdo de las huellas de los Hechos suyos. No obstante, ¿es que, por casualidad, se ha olvidado que cada uno tenemos un corazón? ¿O es que equis sujetos individualizados tan sólo lo tienen para ellos mismos, y, como mucho, para los de su estofa?

Existe un perfecto desfile de índoles relativas a espantajos, monigotes, relacionados con el pelelismo del que se jactan entre ellos y unos con otros, brindando por ver si cazan personas de buena fe y elevadas acciones, por apostar a hacer una celebración por haber conseguido obligar a convertirse en fantoches, semejantes a ellos, a seres humanos que luchan singularmente para la épica moderna dentro de la dificultad añadida de lo contemporáneo.

Amargura. Los ojos en espiral, la nariz respirando contaminación, la boca… ¡ay esa! Como bien piensa la camarera de la cantina con nombre de canción cubana, lo único que gusta es chismorrear. Con todo el dolor de mi alma he de darle la razón con lo que he ido experimentando a lo largo de la vida, rematándolo en que pretendieron fabricarme a la medida de una facción esos mismos que me hicieron pedazos con los restos de las sobras que se partieron por el camino que quedó en color rojo vivo. Y ante la defensa para borrar el rastro de lo que … aún más la manada se apiñó, y así golpeando sin ser notados cuando hay revelación. El experimento no fue posible pero sin embargo supe que ¡pobre de ti si no estás en el puto ajo podrido de las lenguas fetidiondas ni en sus escenas de movimientos semirobotizados!

La moza se exasperaba con todas estas cuestiones tan de moda. A lo que le iba añadiendo explicaciones para que se pudiera expresar bien en castellano entre que mi compi le también le echaba un cable con el vocabulario en español.

Buena parte de la generalidad enferma todavía con más ahínco. No sabemos si se concursa a ver quién casca grandes barbaridades del prójimo con el tremendo peligro del desconocimiento de las situaciones ¡Qué más da! ¿No? Si el retorcimiento perturba los nocivos trastornos malsanos de la truculencia, lo mórbido del malestar de unos cuántos que se empeñan en que el resto esté tan a disgusto consigo mismo como ellos con ellos mismos.

Iba asintiendo con la noble crisma la muchacha con su delantal de cocina. Entonces, ¡claro!, a soltar lo que sea ya dar rienda sin perdón a una fantasía patológica y que viva la invención, encima mal intencionada.

Es este un guiñol en el que se está transformando la agrupada colectividad de un círculo vicioso cuya compañía cómplice es la de semejantes secuaces más o menos tóxicos.

Nadie somos impecables. A pesar de ello, que el bombeante motor que produce latidos comulgue con el cerebro a través de un poquito de asistencia a la cooperación entre los habitantes de la Tierra.