Opinión

Los Pizarro en el Imperio Inca

La historia de España en el Nuevo Mundo está presente en nuestras vidas, pues no en vano algunas tierras allende el océano Atlántico formaron parte de nuestro país durante cuatro siglos. Un vasto territorio nunca alcanzado por otro país, ni tan duradero como el nuestro.

La historia de España en el Nuevo Mundo está presente en nuestras vidas, pues no en vano algunas tierras allende el océano Atlántico formaron parte de nuestro país durante cuatro siglos. Un vasto territorio nunca alcanzado por otro país, ni tan duradero como el nuestro.

La exploración y conquista del territorio peruano es lo que he querido contar en mi obra ‘Los Pizarro en el Imperio Inca’, obra presentada el pasado lunes en el Centro Cívico Universidad de Zaragoza. Una lección de historia de los principales hechos acaecidos en el siglo XVI, que se prolongaron hasta el final de dicho linaje, en el ecuador del XVIII.

Lo primero que puede sorprender es el título, toda vez que nos recuerda que con Francisco Pizarro estuvieron cuatro medio hermanos, los cuales participaron activamente en la batalla decisiva contra la hueste del Inca Atahualpa. De todos ellos, el único legítimo era Hernando Pizarro, hijo de Gonzalo Pizarro el Largo y su prima Isabel de Vargas, al tiempo que Gonzalo y Juan Pizarro eran hijos de la concubina María Alonso, y Francisco Martín de Alcántara, de la madre de Francisco y un terrateniente. Esos fueron los cuatro hermanos que ayudaron a Francisco en la tercera expedición a la Mar del Sur y en el combate de Cajamarca.

Con todo, el origen de Francisco no pudo ser más accidentado, ya que su madre era una criada y su padre, hidalgo apodado el Largo, se desentendió de sus obligaciones yendo a combatir contra los musulmanes y ni tan siquiera se acordó de Francisco en el testamento, el único que no tuvo en cuenta. Todo ello forjó el cuerpo y el espíritu de nuestro protagonista, guio su ánimo aventurero hacia lugares que nombraban los hombres procedentes de las Indias. Aventura, lucha, riquezas, honores y fama. Eso era lo que quería Francisco, un reconocimiento no logrado en su propia familia.

Llegó a la isla de La Española como soldado raso y pronto destacó por sus cualidades personales y militares. Fue nombrado teniente y alcalde de Panamá y acompañó a Núñez de Balboa en el descubrimiento del océano Pacífico en 1513. Más tarde, se unió a Diego de Almagro, una persona humilde e hijo de hidalgo como él, con aficiones idénticas por descubrir nuevas tierras; vidas de acción, de lucha, de conocer el Nuevo Mundo; un territorio de riesgo y aventura, de hambruna y enfermedades, de pasión. Todo se juntaba en esos hombres guerreros y valientes de nuestra tierra española. Los dos amigos o hermanos, como se llamaban entre ellos, se unieron al clérigo Hernando de Luque, el que aportó el dinero para formar la Compañía de Levante, sociedad con la que obtuvieron las Capitulaciones de Toledo y el éxito en la batalla de Cajamarca contra Atahualpa en noviembre de 1532.

Un dato puede servirnos para conocer la inteligencia de nuestro conquistador Francisco. Solo con 168 hombres, incluidos 62 jinetes, sorprendieron y ganaron al soberano Atahualpa, al Inca que llevó al campo de batalla a unos 25.000 guerreros. Meses después, y tras la muerte de los hermanos Huáscar y Atahualpa, Francisco nombró a Túpac Huallpa como representante de los incas con el visto bueno de los curacas, de los capitanes de Pizarro y de la Corona española.

Con motivo de la victoria en la citada batalla, Francisco recibió como trofeo de Atahualpa a una de sus esposas y hermana, llamada Quisque Sisa y más conocida por Inés Huaylas, quién ayudó a Francisco con su pueblo o ‘ayllu’ en defensa de los intereses hispanos. Tuvieron dos hijos, Francisca y Gonzalo, con siete y seis años, respectivamente, cuando su padre fue asesinado en el palacio de Lima por los seguidores de Almagro el Mozo en 1541.

Francisca tuvo una vida dura y compleja, aunque apasionante, tanto en los primeros años en Lima, en donde tuvo que luchar por sobrevivir y defender el linaje de su familia ante las autoridades y los enemigos de su padre, como después en España, tras su boda con su tío Hernando Pizarro, 32 años mayor que ella, y encerrado en el castillo de la Mota (Medina del Campo, Valladolid). Convivieron juntos nueve años en el castillo y tuvieron cinco hijos; luego, tras la muerte de su esposo, se trasladó a Madrid, se casó de nuevo y se introdujo en la vida de la corte de Felipe II. El monarca y Francisca murieron el año 1598.

Esa historia novelada es un bonito recuerdo de nuestra Historia, un mundo casi desconocido lleno de agradables sorpresas, de hechos, lugares y personas poco conocidas, como la intervención de los hermanos Pizarro, Inés Huaylas y Angelina, esposas de Francisco, y la genial mestiza Francisca, una heroína noble que luchó por su patrimonio y el linaje de su padre, por lo que consideraba justo, por su propio apellido, sus raíces.