JOSÉ GARRIDO PALACIOS. Escritor.
Con esta puerta termino la serie dedicada a las doce que tuvo Zaragoza: cuatro romanas, siete medievales y la última contemporánea. Por tanto, nos encontramos ante la puerta más reciente, pero no la que perdura, pues ya dijimos que ahora solo se conserva la del Carmen.
El nombre de puerta del Duque de la Victoria procede del título otorgado por la reina Isabel II al general Baldomero Espartero, a la sazón, presidente del Consejo de Ministros en el bienio 1854-1856. En tal ocasión se esperaba su visita a la ciudad de Zaragoza, y uno de sus amigos, el ministro de Hacienda Juan Bruil, contribuyó económicamente al sufragio de los costes de dicha puerta que conectaba el centro urbano con el puente de San José, construido últimamente sobre el río Huerva.
La puerta estaba emplazada en la esquina suroriental de la muralla medieval, cerca de otra llamada Quemada, ya mencionada en otros artículos, la cual fue destruida durante los Sitios de Zaragoza 1808-1809, y sus pocos restos desaparecieron cuando ampliaron la plaza de San Miguel y abrieron el paso hacia la calle del Coso y el Bajo Aragón, hechos acaecidos a principios del siglo XX. Su ubicación coincidía con la trasera de la iglesia de San Miguel de los Navarros.
La fábrica de la puerta era de ladrillo, si bien su fisonomía no era realmente una puerta tradicional, sino que era un arco triunfal. Constaba de tres aberturas, una central para el paso de carruajes y caballerías y dos laterales para peatones; todo ello de porte elevado, monumental, señorial; pues la comitiva, presidida por el general, debía pasar primero por un enorme arco situado en el Salón de Santa Engracia (luego de Pignatelli y hoy paseo de la Independencia) y, en segundo lugar, por el arco del Duque de la Victoria para dirigirse a la Torre de Bruil situada en sus proximidades.
El tiempo apremiaba por la inminente visita del presidente a Zaragoza, de modo que la construcción fue realizada con premura y sin excesiva calidad en sus materiales, lo que a corto plazo fue una rémora para su estabilidad y mantenimiento. La visita estaba prevista para julio de 1865, con motivo de la inauguración de las obras del ferrocarril que uniría Zaragoza con Barcelona y Madrid. Todo ello requería la celeridad en la construcción de la línea, aunque la llegada a la estación del Norte del primer ferrocarril procedente de Barcelona tuvo lugar un lustro después, el día 1 de agosto de 1861, según dice el autor en la obra ‘Transporte y desarrollo en Aragón’. IFC, Zaragoza, 2001.
Tras la visita a Zaragoza del presidente Baldomero Espartero y la apertura al público de la puerta, en breve comenzaron a desprenderse ladrillos de las paredes, lo que obligó a las autoridades locales a derruirla en 1860 para evitar accidentes. El prócer Juan Bruil, titular de la Torre de Bruil en el paseo de la Mina, decidió sufragar otra puerta en honor al Duque. Solicitó autorización al Ayuntamiento de Zaragoza y el 5 de octubre de 1861 se inauguró la nueva construida por la empresa inglesa Henry Crisell, de hierro fundido, color rojizo, esbelta y de estilo jónico con tres pasos similares a la anterior y el rótulo en la parte superior de ‘PUERTA DEL DUQUE DE LA VICTORIA’. En la construcción de los cimientos se utilizaron sillares de roca procedentes de la cantera de Muel.
Los años posteriores fueron muy convulsos para España: la revuelta de 1868, la restauración borbónica de 1874, la derogación del impuesto de consumos en 1911, el desarrollo urbano y la necesidad de espacios para la circulación de carruajes y tranvías. Ese conjunto de factores influyó en el hecho de que en las primeras décadas del siglo XX se cuestionara la permanencia de la puerta del Duque, así que en mayo de 1919 se desmontó. Hoy nos queda como recuerdo un trampantojo situado en una pared inmediata al lugar de la original.
A modo de resumen de las doce puertas, recordemos que si bien su construcción se efectuó en épocas concretas de nuestra Historia: la romana, medieval y contemporánea; la causa del derribo de cada una fue muy diverso. Así, de las doce puertas, cuatro de ellas lo fueron por la Revolución de septiembre en 1868, dos por los Sitios de 1808-1809, aunque fueron afectadas todas por este hecho excepto la del Duque que fue posterior, tres por la implantación del tranvía eléctrico y la ampliación del entorno de las puertas y dos por estar en ruina y el pago de impuestos.
Ciertamente, a los nostálgicos nos hubiera gustado que gran parte de ellas se hubieran conservado, como la del Carmen, pero no pudo ser. ¡Una pena!