Enrique Guillen Pardos ENRIQUE GUILLÉN PARDOS. Profesor y periodista.


Vox preside ya las Cortes de Aragón y está por ver si entrará en el Gobierno de Aragón o apoyará a Azcón desde fuera a partir de unos puntos programáticos acordados. Este nuevo episodio de la precampaña electoral apenas atenúa o refuerza la compleja relación que Partido Popular y Vox están escenificando. El PSOE piensa aprovechar ese juego divergente de intereses, aunque hasta ahora no mejoran su intención de voto ni sus indicadores sociológicos. Si alguien consideró los resultados autonómicos una prueba débil de que los españoles quieren cambio de Gobierno, un mes después las encuestas lo están confirmando, salvo la distorsionada voz del CIS: esta semana, una de ellas fijaba el apoyo a ese cambio de ciclo en el 60 % de los encuestados.

No pretendo sacar conclusiones precipitadas, pero la misma conducta y discurso del PSOE insinúan que, en su proceso de duelo tras el batacazo del 28 M, han asumido ya que van a perder el Gobierno de España. Su precampaña apenas se parece en visibilidad y ambición política a la que personalizó Sánchez en la convocatoria electoral para los ayuntamientos y las autonomías. La ansiedad que revela su obsesión por los debates públicos entre Sánchez y Feijoo, necesarios, sugiere que se saben en desventaja electoral, que visten traje de perdedores. Por eso, si se ha generalizado la creencia de que va a haber cambio de ciclo político en España, el interés público se desplaza hacia cómo quieren los votantes que sea ese cambio.

Esa cuestión explica las tensiones y desacuerdos que explicitan PP y Vox desde que empezó el proceso de elegir gobiernos autonómicos. Feijoo quería cambiarle el paso a Pedro Sánchez con su discurso, más gracioso que eficaz, de la derecha extrema y la extrema derecha escenificando con contundencia que ni él ni su partido están condenados a gobernar con Vox ni a apoyar siempre proyectos de la derecha política. La cuestión está lejos de ser baladí porque en ese tormentoso embate van a obligar a un bloque relevante de electores a decidir si desean un cambio tranquilo o si prefieren un brusco giro de volante hacia la derecha. Y, si se complican demasiado el combate, no cabe descartar que el Partido Popular o Vox pague por él un precio electoral ni que el PSOE obtenga algún beneficio inesperado.

La experiencia de Sánchez con Podemos ha dejado ver con nitidez el precio que un gobernante paga si para gobernar vende sus principios o reduce su mirada a lo inmediato. Replicar esa experiencia con Vox haciendo de Podemos parece una ruta de alto riesgo para el Partido Popular: en estos cuatro últimos años no se ha debatido en el Congreso sobre los cambios morales, sociales y laborales que trae consigo la Inteligencia Artificial, pero se han cansado de darle vueltas a los recovecos malvados de la violencia de género o a cuestiones relativas a la identidad sexual de las personas; se han obsesionado con alardear de éxitos macroeconómicos, pero creyéndose que una política de subsidios iba a revertir la creciente desigualdad social.

La gestión política se ha concentrado en unas prioridades, mientras la vida de la gente y sus preocupaciones han seguido cauce propio por otro lado. El PSOE dice no entender que la ciudadanía no valore los brillantes resultados económicos del Gobierno de España. En la campaña electoral de 1968, poco antes de que lo asesinaran, Robert Kennedy destacó que el Producto Interior Bruto (PIB) no mide el grado de felicidad de un país. Basta que el crecimiento económico se reparta de forma tan desigual como ahora en España, para que el Ingreso Mínimo Vital o Salario Mínimo Interprofesional apenas sean efectivos si la cesta de la compra se dispara en cifras de dos dígitos. Sin duda, lo comprenderían mejor si Sánchez y sus ministros se dieran un paseo por mercadillos y tiendas de los barrios obreros de las ciudades. O si hablaran con los miles de jóvenes que apenas pueden alquilar una habitación para vivir y escucharan a los propietarios que han soportado estos años de tortura china de la okupación.

En la reciente entrevista con Wyoming en el Intermedio, Pedro Sánchez siguió el tono bromista para invitar al presentador a dar juntos un paseo en el Falcon oficial si ganaba las Elecciones. Lo jocoso e informal de la situación apenas suaviza la evidencia de que el aún Presidente usa los recursos públicos a su interés, un patrimonialismo nada democrático. Refuerza también esa percepción pública de político engreído, tan satisfecho de sí mismo como para vivir bajo la premisa de qué guapo soy y qué poco me lo creo, qué bien lo hago y cómo me maltratan. Si sus asesores querían humanizar su imagen con acciones de relaciones públicas en televisiones y radios principalmente, parece improbable que momentos así reduzcan la animadversión al Presidente del Gobierno, causa principal de la pérdida de apoyo electoral del PSOE.

Una encuesta de El País señalaba hace unos días que el 37,3 de los encuestados iba a votar para echar del Gobierno a Sánchez, mientras que el 17,4 lo haría para que Vox no llegara a gobernar. Probablemente, esa sean las dos fuerzas motrices más potentes para que, ante la acumulación de inconvenientes, la gente vote el 23 J. Paradójicamente, esas dos palancas pueden favorecer el voto al PP. Con su estrategia de pactos a izquierda y derecha, Feijoo se ha posicionado en el centro. Quién acuerda siempre con la izquierda o la derecha se sitúa en ese segmento del mercado; quién colabora en las dos direcciones se hace transversal. Ha decepcionado a algunos puristas y quizá le cueste algún voto, pero le pueden traer muchos más presentar a Vox como un obstáculo para un cambio sereno y a Sánchez como un riesgo para los socialistas moderados.

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