FRAN LUCAS HERRERO. Peregrino aragonés. @esmicaminodesantiago
Hace 230 años, un 30 de junio de 1793, Ramón Pignatelli de Aragón y Moncayo fallecía en Zaragoza, siendo quizás uno de los hombres más ilustrados de Aragón y España en la segunda mitad del siglo XVIII, uno de esos aragoneses que, con su mente abierta y mirando siempre más allá de los rígidos preceptos de la época, intentó trabajar de una forma abierta por la sociedad en la que vivía.
Había nacido en buena cuna, siendo el tercer hijo de María Francisca Moncayo Fernández de Heredia, marquesa de Mora y Coscojuela, y de Antonio Pignatelli de Aragón Carrafa y Cortés, conde de Fuentes, aparte de estar emparentado, entre otros, con los Condes de Aranda y los Duques de Villahermosa. De haber sido quizás el primer hijo de la familia y por ello haber heredado todo como era rigor en la época, nos hubiéramos perdido un ilustre hombre como era, pero al ser el tercero solo le quedó el derecho de dedicarse a la iglesia o al ejército, de buscar suerte de otra forma tal como era costumbre se dedicaran en gran número los hijos no primogénitos de las familias de la nobleza, aunque también podía haberse dedicado a vaguear y no pegar golpe ni abrir un libro como hacían muchos otros de las familias adineradas. Pero mira tú que, en vez de dedicarse al noble ejercicio de “no hacer nada por nada ni nadie”, invirtió su tiempo y su vida en obras que a día de hoy aún perduran en nuestro tiempo.
Tal como hemos citado, al no ser el primogénito y heredero familiar, estando sus limitaciones entre hacer carrera militar o eclesiástica, optó por la segunda y, así, tras haber sido enviado a los diez años a Roma para cursar estudios eclesiásticos, destacó por su brillantez, carácter y mente abierta, lo que le valió una buena recomendación para que de vuelta en la capital aragonesa, estudiara y pudiera doctorarse en la Universidad de Zaragoza en Cánones, Derecho, Filosofía y Letras, aparte de cursar también estudios de Matemáticas, Física, Ciencias Naturales y otras.
En 1764, debido a su brillantez y, por supuesto también, por su noble procedencia e influencia familiar, Carlos III le nombró regente de la Real Casa de Misericordia, lo que era por entonces el Hospicio zaragozano y en la actualidad es la sede del Gobierno de Aragón (DGA), el edificio Pignatelli. Este lugar había sido creado alrededor de 1660, con la aparente finalidad de dar amparo a los pobres y a aquellas gentes que vivían de limosnas, algo por entonces bastante socialmente numeroso. Lo de aparente lo cito porque el tema era más bien porque así, al dar cobijo en dicho lugar a los pobres y mendigos, se les quitaba de las calles y de esta forma se daba apariencia de que la ciudad tenía menor número de mendigos de los que realmente tenía, aparte de tenerlos en cierta forma “más controlados”.
La más que excelente dirección de Pignatelli se distinguió –y ese es uno de sus logros, porque podía haberse dedicado a ostentar el cargo adjudicado y simplemente no hacer nada- por las mejoras que introdujo en la gestión, así como por impulsar la construcción de la plaza de toros zaragozana, el Coso de la Misericordia, una de las primeras de España, con la idea de que con las rentas de la plaza se ayudaría al mantenimiento de la Casa de Misericordia; es decir, a los pobres, para los que también promovió una determinada clase de trabajos con los que pudieran adecentar y enderezar mejor sus vidas. También simultáneamente, entre otros cargos, fue rector de la Universidad de Zaragoza en diversas ocasiones, dada la eficiente y notable brillantez con la cual solía dirigir los proyectos, algo no muy común entre los nobles de la época.
Y en este punto es cuando llegamos a la obra por la que Pignatelli será siempre recordado, el Canal Imperial de Aragón. Esta gran obra hidráulica, un logro de primer orden para la época, fue impulsado por Carlos I a instancias del Conde de Aranda, quien designó con plenos poderes para la dirección de las obra como protector y defensor a nuestro hombre, Ramón Pignatelli, quien ideó y dirigió la construcción del cauce y la obra civil, planeando y en parte aplicando en muchas partes de la zona regada una reforma agraria importante, demostrando un pensamiento político y social avanzado tendente a favorecer y ayudar al medio rural, ya que su idea de utilidad del Canal lo imaginaba puesto al servicio de la sociedad a través del transporte de productos ganaderos y hortofrutícolas, además de servir de comunicación mercantil y postal dada su navegabilidad, aparte de que sus aguas abastecerían de regadío a tierras donde ahora faltaba.
Fueron muchas las trabas e intereses que se opusieron a la gestión de Pignatelli, forjándose enemistades y discusiones con casas poderosas tales como las de Ayerbe o Villahermosa, casi omnipotentes, así como con la Casa de Ganaderos Zaragozana e incluso con la misma iglesia. Ya se sabe, tanto en aquellos tiempos como en estos, algunos de sus enemigos fueron los poderosos con sus intereses privados, así como los grandes terratenientes que encontraban más rentable dejar sin cultivar ciertos terrenos en detrimento de la población y destinarlos a pasto extensivo de sus ganados. Pero ni estos grandes enemigos contrarios a su obra, los costes financieros ni las dificultades técnicas pudieron con su entusiasmo, de los que al menos a día de hoy puede decirse todavía que muchas zonas se benefician de esas aguas que lleva el Canal.
Aunque las obras se iniciaron en 1771, realmente fue de 1776 a 1790 cuando se realizó y culminó el proyecto, siendo el 15 de agosto de 1790 cuando se dieron por finalizados los 110 kilómetros entre Fontellas (Navarra) y Fuentes de Ebro (Aragón), tras colocarse la última piedra en la presa de El Bocal (Navarra). Por supuesto, el plan de Pignatelli de comunicar los mares Cantábrico y Mediterráneo a través del Canal Imperial fue una empresa que nunca se llevo a cabo, era una de sus ideas, aparte de que tanto por su fallecimiento, problemas de financiación y técnicos, así como la llegada del ferrocarril, hizo ya inviable un transporte viable por el Canal, relegando dicho proyecto al olvido, aunque pudo ver llegar el Canal a Zaragoza, pero sin alcanzar su gran sueño de prolongarlo hasta el mar Mediterráneo…
A modo de anécdota decir que en 1782 las aguas del Canal llegaron a Zaragoza, por lo que en 1786, una vez ya construidas las Esclusas de San Carlos, el Puerto de Casablanca, un molino de molienda de harina y el puente sobre el río Huerva, a la altura de Casablanca mandó levantar una fuente que persiste en el mismo lugar hoy, la llamada Fuente de los Incrédulos, como un “homenaje” a quienes no habían creído en el proyecto, donde puede leerse la siguiente leyenda: Incredulorum convictioni et viatorum commodo. Anno MDCCLXXXVI (“Para convencimiento de los incrédulos y descanso de viajeros. Año 1786”)
Decir también del mismo lugar, que durante el segundo Sitio de la ciudad durante la Guerra de la Independencia, el molino de Casablanca fue usado por el ejército francés como cuartel general, siendo también el lugar donde el 20 de febrero de 1809, tras luchar los defensores de Zaragoza por su libertad hasta más allá de lo razonable e imaginable, el mariscal Lannes, general en jefe de las tropas napoleónicas; y Pedro María Ric, presidente de la Junta de Defensa, firmaron la capitulación de Zaragoza. Una placa colocada en 1999 en una de las paredes del molino de Casablanca recuerda el lugar de la firma de la triste rendición.
Y finalmente ¿qué voy a decir yo del Canal Imperial, si he vivido cuarenta y tantos años de mi vida junto al mismo, he ido en una de esas barcas de alquiler que antes lo surcaban y hasta me he bañado en sus aguas…? A día de hoy puede parecer mentira, pero hubo un tiempo en el que el Canal “se vivía” de otra forma para quienes vivíamos cerca de él.