JOSÉ MARÍA ARIÑO COLÁS. Doctor en Filología Hispánica
Acaba de comenzar la estación más calurosa del año y, aparentemente, la más tranquila. Pero este año no va a ser así, sobre todo en lo que se refiere al ámbito político. Si en lo climatológico se predicen más olas de calor y frecuentes fenómenos tormentosos, en lo político y en lo social se anticipan enfrentamientos dialécticos, comportamientos poco tolerantes y una intensa polarización.
Mucho se está hablando en los últimos días del acierto o el error de anticipar la convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio. La fecha es, a todas luces, inoportuna, ya que altera los planes de muchos españoles que tenían programadas sus vacaciones para esos días o, simplemente, deseaban desconectar hasta septiembre de tanto teatro social y mediático. Pero, como eso ya no se puede cambiar, nuestros representantes políticos ya están afilando sus armas, sin tiempo todavía para recuperarse de las emociones –euforia, decepción o desencanto– de los recientes comicios del 28 de mayo.
Como si de una carrera automovilística se tratara, ya están situados en los primeros lugares de la parrilla de salida los primeros pilotos de cada formación. Los líderes de cada partido utilizan la mejor estrategia posible y eligen la provincia en la que piensan que van a obtener el deseado escaño para ocupar un asiento en el hemiciclo. Es una tarea difícil y complicada. Por eso, antes de que comience oficialmente la campaña, planifican sus viajes por todo el territorio nacional, se asoman sin recato a los medios de comunicación, organizan debates y no dudan en recurrir a la publicidad como sea y donde sea.
Lo que está claro es que la polarización va a presidir una campaña marcada por un miedo al futuro, si cambia el espectro político, y por un intento de echar por tierra cuanto antes todo lo que se ha logrado hasta ahora, especialmente en el ámbito social. Aunque son las urnas las que dentro de unos días decidirán quién va a estar los próximos cuatro años en la Moncloa, las sucesivas encuestas lanzan sus previsiones para animar o quizás para confundir más al votante. De todos modos, lo peor es la indiferencia de muchos ciudadanos y el fantasma de la abstención. Aunque ha aumentado el voto por correo, es difícil que algunos se desplacen ese domingo desde su pueblo, desde la playa o desde algún destino más lejano para depositar dos papeletas en las urnas.
Estamos, por tanto, ante un verano atípico. Nunca en democracia se habían convocado elecciones generales para estas fechas. Por eso, es una incógnita lo que puede suceder durante la jornada electoral del 23 de julio. ¿Habrá menos participación que en otras convocatorias? ¿Triunfará el voto útil? ¿Se inclinarán algunos ciudadanos por el llamado voto de castigo?
De momento, la llamada “batalla electoral” ya se está desarrollando en los medios de comunicación. Los partidos piensan que es una de las mejores armas para convencer al votante indeciso. Sin embargo, no debería ser así. Porque lo que debe convencer al ciudadano de a pie es una gestión eficaz, una actitud honrada y tolerante y un talante abierto y progresista. Y eso no es fácil de anticipar ni de motivar. Eso sí, en pocas semanas lo sabremos.