JOSÉ R. GARITAGOITIA. Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público.
En el mundo industrializado, y de manera especial en Europa occidental, el declive demográfico no toca fondo. Los nacimientos han disminuido de manera progresiva durante los últimos cincuenta años. En 2022 España ha registrado la natalidad más baja de los últimos ochenta años (desde 1941), con la segunda menor tasa de fecundidad de toda la UE (1,19) sólo por encima de Malta (1,13). Los estudios demográficos cifran en 2,1 hijos por mujer la tasa para asegurar el relevo generacional. Un objetivo tan ambicioso requiere medidas de calado, prolongadas en el tiempo. Sin embargo, la acción política no va en esa dirección.
Hace un par de años, las previsiones del servicio de estadística de la UE sirvieron al Gobierno español para diseñar su Estrategia 2050. El documento, presentado a la opinión pública con gran alarde de medios, preveía un aumento de la esperanza de vida en los próximos decenios, con el consiguiente reflejo del envejecimiento en la pirámide demográfica. En este panorama inquietante, llamó la atención el conformismo del Gobierno: “ni las posibles mejoras en la tasa de natalidad, ni un potencial incremento de la inmigración, podrán revertir completamente este escenario” (p. 203). La Estrategia ofrecía un diagnóstico pesimista: “no parece probable (…) que esta tasa vaya a aumentar mucho más y, en cualquier caso, no lo suficiente como para llegar al índice de reemplazo poblacional. Tampoco se espera un aumento agregado de la natalidad” (p. 220). Entre los nueve desafíos contemplados en el documento no se incluía el reto demográfico.
Según los expertos, para elevar la tasa de reemplazo de la población sería necesario que un número alto de familias (entre un 30% y un 40%) tuviese al menos tres hijos en los próximos años. Esa condición implica cambios culturales considerables hacia la procreación y las dinámicas de pareja, además de nuevas políticas sociales. Cada hijo comporta cargas adicionales, y en ausencia de los apoyos adecuados favorece la instauración de una espiral negativa: la mujer está obligada a abandonar o reducir el trabajo, lo que disminuye a su vez los ingresos familiares. La OCDE destaca la relación entre la baja tasa de fertilidad en España y la falta de incentivos y ayudas a la familia, para facilitar la conciliación de la vida familiar y laboral: el servicio para atender a los niños fuera de los horarios escolares es limitado, y uno de cada cinco abuelos se ocupa de sus nietos cada día.
Las ayudas son necesarias, pero el fomento de la natalidad no es sólo resultado de causas externas a las personas. Sobre todo, es la expresión de un proyecto de pareja en el que, más allá de la individualidad, los hijos son parte del proyecto familiar. Significan la continuidad de una comunidad de amor y entrega. Invertir la tendencia supone un cambio de las formas y las estrategias familiares. No existen modelos de fecundidad, sino modelos familiares en los que la fecundidad es un aspecto particular, una decisión dotada de sentido en relación con otros objetivos.
Además del diseño de familia, también haría falta la implicación de los poderes públicos con políticas de apoyo, y un marco cultural que valore las familias y los hijos como algo positivo. Construir un entorno ‘amigable’ es fundamental. Un primer paso para lograr ese nuevo ambiente es introducir la perspectiva de familia en el núcleo de las políticas públicas.
Francia es el mayor exponente europeo de esa mentalidad. Lidera el ranking de natalidad en la UE, con una media de 2 hijos por mujer en los últimos seis años. A pesar de un ligero descenso en 2022 (hasta 1,84) las últimas estimaciones confirman al país como la potencia continental más dinámica en el terreno demográfico. ¿Qué estrategias se han implantado para obtener esos resultados? Entre otras, destacan el consenso de país en la estrategia adoptada, por encima de las alternancias políticas, y el carácter de medidas de apoyo a la natalidad implantadas en el largo plazo. Entre otras medidas, para favorecer que los matrimonios tengan más hijos, la ayuda económica a las familias se extiende a lo largo de la infancia, se facilita el acceso al alquiler de las parejas jóvenes, y fomentan su autonomía.
La estrategia francesa parte de una idea central: los hijos son una de las mejores inversiones de futuro para un país; en consecuencia, el apoyo a la familia tiene prioridad en las políticas sociales. La persona es un ser social, pero inseparablemente es un ser familiar. Cuando los vínculos se debilitan, se encontrará también en cierta medida ‘rota’, y esa fragilidad tiene consecuencias en el tejido social. La seria valoración de ese capital humano implica crear las condiciones para que nazca y se desarrolle, garantizando así el reemplazo de las generaciones y el futuro de nuestra sociedad.