JOSÉ GARRIDO PALACIOS. Escritor.
La peregrinación a Santiago es uno de los fenómenos más extraordinarios de la humanidad. Desde principios del siglo IX, una multitud de personas se dirige hacia la tumba del apóstol Santiago en Finisterre, donde se considera que estaba el final de la tierra y se encontraba su sepulcro.
El hallazgo del cuerpo tuvo lugar en Iria Flavia, municipio de Padrón (Galicia), hacia el año 812, y allí se levantó un templo. Las peregrinaciones de los devotos no tardaron en llegar, y el obispo Teodomiro se encargó de organizar el culto a los restos de Santiago y de dar albergue a los que acudían al lugar.
El descubrimiento de la sepultura se difundió con rapidez por todo el continente europeo y los peregrinos que antes se encaminaban a los Santos Lugares del nacimiento y muerte del Señor, además de Roma –lugar de veneración de los cuerpos de los apóstoles Pedro y Pablo–, centraron su atención en Santiago de Compostela. Un auténtico movimiento de masas de todos los rincones de Europa y por todos los caminos confluían en Galicia para visitar el lugar de enterramiento del Apóstol.
Ese hecho queda patente en el ‘Liber Sancti Jacobi’ publicado por el clérigo francés Aymeric Picaud en 1140. En dicha obra se describen las cuatro rutas principales que tienen su origen en Francia, penetran en España y se dirigen por el Camino Francés a Santiago. Las tres primeras –nombradas ‘Turonense’ (con origen en Tours), ‘Lemovicense’ (de Limoges) y ‘Podense’ (de Le Puy)– se unen en Ostabat antes de franquear el Pirineo por Roncesvalles. Luego, por el citado Camino, rebasan Estella, Logroño, León y otros muchos lugares de la geografía noroccidental española hasta llegar a Galicia.
En paralelo, la cuarta ruta pasa por Toulouse, de ahí el calificativo de ‘Tolosana’, cruza el puerto aragonés de Somport y sigue hacia el mediodía para alcanzar Jaca; más tarde, por la Canal de Berdún se junta con la ruta anterior en Puente La Reina (Navarra). A partir de ese punto todos los peregrinos seguían el Camino tradicional por tierras riojanas, castellanas y gallegas hasta la tumba del Apóstol.
Después del siglo XI la peregrinación a Santiago fue utilizada como medio de propaganda en la Reconquista contra los musulmanes, acción comparable con la devoción de los fieles a Tierra Santa y Roma. Además, varios monarcas españoles apoyaron la peregrinación al sepulcro de Santiago, tales como Sancho III el Mayor de Pamplona, Alfonso VI de Castilla y León, y Sancho Ramírez de Aragón. Los dos últimos, a su vez, potenciaron el asentamiento de colonos franceses en sus posesiones y la construcción de puentes y caminos que facilitaron el paso de los caminantes. A los tres monarcas se sumó en favor de la misma causa la labor realizada por Diego Gelmírez, primer arzobispo de Santiago de Compostela.
Otro hito notable fue el de la entrada en la península Ibérica de los monjes de Cluny, los cuales contribuyeron a promover la peregrinación y a su difusión en Europa. De hecho, el abad de Cluny, Guido de Borgoña, fue elegido papa en 1119; si bien es más conocido como Calixto II, quien nombró metropolitana a la iglesia de Santiago y se le atribuyó la autoría de la obra ya citada, también llamada ‘Códice Calixtino’. Más adelante se introdujeron en España las órdenes monásticas de los cistercienses y los antoninos, así como las órdenes militares de los templarios, hospitalarios y caballeros de Santiago, de las que ya hablaremos más adelante.
El impulso de la peregrinación tras la expulsión de los musulmanes de la península Ibérica en 1492 fue espectacular, como lo muestran la gran cantidad de templos construidos durante las centurias siguientes a lo largo de los numerosos caminos que conducían a Santiago. Ya en el siglo XIX el interés por la peregrinación decayó un tiempo para remontar en breve plazo en las últimas décadas por diversos factores, como, por ejemplo, la atracción nostálgica por el ‘mundo medieval’.