Francisco Javier Aguirre FRANCISCO JAVIER AGUIRRE. Escritor.


El viernes 14 de julio celebran nuestros vecinos franceses su Fiesta Nacional. El lema que empuñaron aquellos días, cuando los revolucionarios asaltaron la Bastille, contenía tres propuestas: Liberté, Égalité, Fraternité. El Siglo de las Luces se consagraba con tres focos que auguraban una nueva iluminación para el futuro universal, al menos en nuestra cultura.

La aplicación práctica no resultó muy brillante. Sólo una de las tres estrellas del nuevo firmamento está presente en ‘La Marsellesa’, el himno nacional nacido por entonces. Se trata de la Liberté. Aunque resulta un poco penoso tener que ir a buscarla en la sexta estrofa, que de ordinario no se canta, porque hasta entonces no aparece. Ni el feroz estribillo, ni las cinco primeras estrofas, ni tampoco la séptima, hacen alusión alguna a ella, el fundamento de toda la movida. Claude Joseph Rouget de Lisle no tuvo ninguna consideración en su larga perorata poética hacia la Égalité, y mucho menos hacia la Fraternité.

Los dos siglos largos transcurridos desde aquellos buenos propósitos no han sido un ejemplo de tan luminosas propuestas. Lo de la Fraternité sonaba divinamente bien, pero ni en el vecino país ni en el resto de los que conforman la presunta cultura occidental, tan desarrollada y benéfica para con todos nosotros, hay ningún asomo de que tenga cabida cabal. Ni entre los prójimos próximos ni entre los prójimos más distantes, pero no por ello menos prójimos.

Hay miles de ejemplos de dominio público, pero me quedaré con uno reciente, que cierne sus sospechas sobre el tipo de fraternité que impulsó a unos marinos griegos, originarios de un país de larga tradición cultural, a remolcar un pesquero que contenía varios cientos de emigrantes asiáticos y africanos, a una velocidad de vértigo que hizo presuntamente zozobrar la nave. Los centenares de ahogados y desaparecidos no formaban parte de la cofradía de la fraternité. Más bien, y siempre presuntamente, estorbaban en la complacida Europa. Aunque los habitantes de Kalamata, en el vecino pueblo costero, sí la ejercitaron con los supervivientes, menos mal.

De todos modos, tal como están las cosas, y pasando de hipocresías buenistas, mal que nos pese, habrá que ir pensando en sustituir las fallidas luminarias de la Revolución por lemas más acordes con la cruel realidad.

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