JAVIER BARREIROEscritor.


Nacido (1912) en la torre del Patatero, propiedad de su padre, Antonio heredó también el mote de su progenitor, EL Patatero. Por otra parte, además de su apellido, era royo de pelo y tez, con lo que se le llamó Chato, Chato de Casablanca, Patatero y Royo de Casablanca. La huerta estaba ubicada en el actual Campo de la Romareda y los cinco hijos de la familia hubieron de trabajar la tierra, aunque uno de ellos probó suerte en el fútbol, llegando a jugar en el primer equipo del Real Zaragoza. Una lesión y la poca simpatía de su padre al balompié acabaron por alejarlo del deporte.

Dicen que el padre cantaba bien pero no dejaba hacerlo a sus hijos, aunque dos de ellos lo intentaron. Antonio hubo de esperar a su casamiento con Elena Cirac para ser dueño de su voz: ”Cosas de la antigüedad. Lo tenía que hacer a escondidas. Salía a regar por la noche para poder cantar por el día” –le contaba a García Bandrés. Cuando se casó se dijo: “Ahora mando yo y yo voy a cantar”. Por su parte, su hermano Ángel llegó a ganar el segundo premio del Certamen Oficial en 1945 y un accésit al siguiente año. Antonio Royo Cirac, hijo de “El Chato”, también obtuvo varios galardones menores.

Antonio tomó clases con Joaquín Numancia y con Pascuala Perié. En 1936 debutó cantando en el Cine Monumental en un festival en el que también intervino José Oto. Movilizado al comenzar la Guerra Civil, fue hecho prisionero entre Quinto y Belchite. Llevado a Lérida, contaba que, como asistente del capitán que había sido, temió por su suerte y, como a otros cantadores, le salvó la jota. Así, era llamado a cantar, cuando la ocasión se ofrecía y mejoró su situación hasta que pudo volver a Zaragoza y comenzó su época de triunfos: Segundo Premio en el concurso de la Agrupación Artística Aragonesa, siempre tan activa con la jota, en 1942 consiguió el Primer Premio del Certamen Oficial e integrado en los Coros y Danzas con la Rondalla de Florencio Santamaría, hizo giras por Francia, Portugal y distintas regiones españolas.

Vinieron los discos pero, por las dificultades económicas y la carencia de materiales, lamentablemente en España se grabó muy poco durante esta época. Algo auténtico encontraría el antropólogo Alan Lomax en El Chato porque fue uno de los pocos cantadores a los que grabó en su paso por Aragón. Aunque Antonio no se pudo alejar del vicio del tabaco que le perjudicaba, efectivamente, poseyó una potente, afinada y muy baturra voz. Es una pena que de ella no quedaran más testimonios. Admiró sobre todos a Juan Antonio Gracia y José Oto y, en sus últimas décadas vivió en La Bozada, cerca de la que fue su torre. Dedicaba las tardes a dar clases sin cobrar a sus alumnos. Quizá el más brillante fue Alfredo Longares, otra gran voz que tuvo poca continuidad. Antes y hoy la transmisión de la jota ha sido puramente oral.

Contemporáneo de Felisa Galé (1912), Matías Maluenda (1914) y El Pastor de Andorra (1915), representa quizá el último periodo en que los cantadores mamaron la autenticidad por vías incontaminadas. Murió en 1984 y tiene dedicada una calle en el zaragozano barrio de la Jota.

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