DR. JOSÉ CARLOS FUERTES ROCAÑÍN. Presidente de la Sociedad Aragonesa de Psiquiatría Legal y Ciencias Forenses. @jcfuertes.


Cuando escribo estas líneas en plena canícula veraniega y con temperaturas de más de 43º en la mayor parte de nuestro país, la noticia del asesinato del cirujano plástico colombiano Arrieta, y posterior desmembramiento de su cadáver, nos ha caído como un jarro de agua fría y nos ha llenado confusión, dando pie a comentarios de todo tipo.

Lo especial del caso es que este asesinato ha sido llevado a cabo en Tailandia por Daniel Sancho, nieto del famoso y querido actor Sancho Gracia (Curro Jiménez). Daniel, joven de 29 años, ha pasado de ser un personaje prácticamente desconocido a convertirse en la comidilla de todos los medios de información (incluso internacionales) y de las redes sociales en tan solo 24 horas.

Y aunque es pronto para hablar de las motivaciones psíquicas de este acto criminal, y mucho más para pronunciarse con rotundidad sobre aspectos psiquiátrico forenses, que ya se esgrimen en el horizonte por algunos letrados como una posible línea defensiva, sí nos gustaría hacer algunas matizaciones al respecto, siempre con el máximo respeto a unos y a otros.

Cuando conocí el caso el primer adjetivo que vino a mí para definir lo ocurrido era el de “desconcertante”. Conforme han pasado los días se han sumado otros: incoherente, absurdo, extraño e, incluso, últimamente ya, hasta el de enfermizo.

Todos los comentarios que hemos oído del asesino confeso, Daniel Sancho, han sido positivos y por lo tanto si cabe todavía más confusión. Sus conocidos lo definen como buena persona, un joven lleno de energía y de proyectos, con buena salud, deportista y no adicto a sustancias. Emprendedor, trabajador y tenaz. Es decir, una persona joven, saludable y con buena autoestima.

De todo lo publicado hasta ahora solo hay una discrepancia que quiebra esa imagen que hemos plasmado. Un supuesto compañero del colegio afirma: «Nos sorprendió y flipamos con que se viese envuelto en un descuartizamiento, pero no nos sorprendió que estuviese envuelto en un lío». Daniel era «narcisista y arrogante». Respecto a la relación que mantenía con los profesores, Sancho «era el que más se pasaba con ellos». En cuanto a sus compañeros, «si te veía más débil o algo así, iba a por ti”.

Los que lo conocen (amigos, abogados, familia) no alcanzan a creer qué puede haber detrás de este macabro suceso, ni cómo es posible que Daniel Sancho haya cometido un acto tan execrable y atroz como el que él mismo ha confesado haber hecho, pero la realidad supera a la ficción, una vez más.

Siempre, y según los teletipos, “el iter criminis” que se barajó inicialmente era el resultante de una posible pelea y un mal golpe, por lo tanto, un homicidio y no un asesinato. Y luego un intento de ocultación del cadáver a través de lo que más repulsa social ha producido: desmembrando al mismo.

Pero ante esa explicación inicial dada por el propio autor, se contraponen algunos elementos de la investigación que cuestionarían severa y contundentemente su afirmación inicial, sobre todo la compra, “antes del homicidio”, de cuchillos, bolsas de basura, una sierra y de un Kayak, acreditadas criminalísticamente como evidencias empleadas en el crimen.

Si ahondamos en los aspectos psíquicos y motivacionales, el propio autor confeso ha transmitido literalmente a los medios algo que, en mi opinión como psiquiatra y forense, es esencial: Me hizo destruir la relación con mi novia, me ha obligado a hacer cosas que nunca hubiera hecho», «Me engañó, me hizo creer que lo que quería era hacer negocios conmigo, meter dinero en la empresa de la que soy socio, que hiciéramos cosas juntos, que fuéramos a México, Chile, Colombia… a abrir un restaurante. Pero era todo mentira, lo único que quería era a mí, que fuera su novio. Cada vez que intentaba alejarme de él, me amenazaba con mandar fotos mías intimas que tenía».

Daniel Sancho incluye también en su declaración haber sufrido un intento de agresión sexual que fue el desencadenante de la muerte de la víctima, al producirse un forcejeo en la habitación del hotel y dos puñetazos que produjeron la caída contra la bañera del cirujano. “Después, y al ver que no se reanimaba y dándole por muerto, intentó deshacerse del cadáver descuartizándolo y distribuyendo sus restos entre un vertedero de basura y el mar”.

Un aspecto prioritario desde la óptica psiquiátrico forense para saber qué es lo que hay realmente en la base de la acción delictiva y en la motivación de la misma, es saber si dicha relación entre ambos era afectivo-sexual, económico-mercantil o ambas.

Cuando vamos a los libros de Psiquiatría forense las motivaciones más frecuentes de este tipo de conductas brutales y aparentemente inexplicables suelen ser dos: pasional-afectiva (amores, desamores y celos) llevadas al límite. Y, en segundo lugar, venganzas personales para “castigar” a un tercero al que se le considera “culpable” de un daño, de la ruina, de un chantaje o de cualquier otro acto que haya podido tenido sobre el agresor una repercusión especialmente dolorosa y grave.

En ambos casos, en el cerebro del agresor, que antes ha sido víctima, puede llegar a producirse una ruptura con la realidad y una disminución/anulación de la conducta racional, siendo guiada la acción solo por el cerebro emocional (sistema límbico) y el cerebro llamado reptiliano o primario. Eso no quiere decir que desconozca la ilicitud de su conducta, lo que sí ocurre es que disminuye de forma notoria la inhibición/anulación de cualquier aspecto ético y da lugar a la aparición más frecuente de conductas semiautomáticas.

En el caso de Daniel Sancho lo que al parecer va tomando carta de naturaleza, al menos mediática, es que la relación entre ambos se había tensado mucho cuando Daniel le manifestó al médico colombiano que quería “terminar con sus encuentros”. La respuesta del cirujano fue, según cuenta el propio victimario, amenazar al joven Daniel con difundir imágenes de carácter íntimo, advirtiéndole de que podría hundir la imagen pública de la familia de Daniel muy conocida en España, (incluida la novia).

Si lo que se afirma mediáticamente es cierto, Daniel pudo llegar a un estado anímico gobernado por la desesperación, ofuscación y obcecación. La idea sobre lo que le podría pasar a su familia y a su novia pudo adquirir la tonalidad de una extrema y patológica obsesión y disminuir severamente la libertad con la que realizó el acto delictivo.

Lo que sí puedo afirmar tras la visión de las imágenes e información que se nos está ofreciendo diariamente, es que el homicida confeso parecía tener, cuando es detenido, una total asunción de la culpabilidad y, sobre todo, necesidad de pasar página cuanto antes asumiendo la autoría. Confesó pronto porque se vio acorralado, quizá por una eficacia policial que no esperaba en este país asiático y ante las evidencias tan indubitadas que se le presentaban y le cercaban.

Daniel Sancho dio a la policía tailandesa lo que esta quería y aceptó la autoría sin rechistar, aunque ha mantenido siempre que lo hizo porque era rehén de su “amigo” y que “estaba ya en una prisión, aunque esta fuera de oro”.

El comportamiento y todo lo manifestado sugiere que el agresor, Daniel Sancho, no es un criminal profesional, ni tiene un perfil psicopático de personalidad, como algunos expertos ya han afirmado, a pesar de lo espectacular de su acción delictiva y de lo que algunos excompañeros de colegio han contado.

Todo apunta que pudo actuar en un estado de perturbación derivada de los posibles (para él ciertos y seguros) “males” que le esperaban a él y a su familia, si se conocía su historia en la que se habría al parecer “prostituido homosexualmente” para medrar en su vida laboral y profesional.

En mi opinión, Daniel era un joven “relativa y aparentemente normal” que llegó, en estos últimos días, a estar atormentado por la idea de que su “otra vida” se supiera, y si eso ocurría, someter a su familia y novia al escarnio público, y a él mismo a un fracaso personal, social y laboral.

Daniel era un joven cuya vida se ha truncado para siempre de la noche a la mañana, ya que deberá pasar posiblemente años en un centro inmundo, carente de derechos humanos básicos, rodeado de asesinos y violadores con reglas carcelarias propias, con una comida muy exigua y un clima difícilmente soportable intentando subsistir.

Pero a pesar de todo lo anterior, de explicaciones forenses, de opiniones de expertos, de programas televisivos “buscando la verdad”,  lo cierto es que Daniel sí tiene alguna probabilidad de sobrevivir; su “amigo”, el cirujano Arrieta, ya no tiene ninguna.

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