JAVIER BARREIRO. Escritor.


Acaba de cumplirse el cuarto año desde la muerte de Mario Bartolomé a los 91 de su edad. Quizá Zaragoza no lo otorgara el reconocimiento que debía, aunque el ayuntamiento en su concurso de coplas, premiará repetidamente sus creaciones poéticas.

Mario Bartolomé fue uno de los mayores conocedores de la jota aragonesa, desde su juventud. Siguiendo la senda de su padre, gran aficionado y amigo de José Oto, se terminó especializando en el género sobre el que impartió numerosas conferencias y, junto a Fernando Solsona, publicó Geografía de la Jota cantada (1994). Durante veinte años colaboró con el grupo folclórico Los Mañicos. A su muerte, llevaba años preparando un libro sobre la jota, que es una pena no llegase a publicar.

Además de la jota, su obsesión fue la gramática, como confesó a Joaquín Carbonell en una entrevista de 2013. Diría que su mundo ideal fue el de la lengua. Aprendió la de Shakespeare, cuando en España no la hablaban ni los profesores de inglés –nuestro bachiller puede dar fe- y, muy joven, fue traductor en la editorial Luis de Caralt. En la Base Americana impartió clases a los hijos de los allí destinados. Sus escritos en el Boletín del Ateneo de Zaragoza sobre asuntos lingüísticos eran tan divertidos como punzantes. Lástima que a su pluma no se le ofrecieran tribunas que divulgaran en medios de mayor audiencia sus conocimientos siempre adornados por el humor, ya que su incisiva inteligencia lo incluía como el mejor adobo. Fue también un escrupuloso corrector de pruebas y, al jubilarse, la encuadernación se convirtió en su hobby.

Podrían haber sido más pero, aparte de la citada Geografía de la jota aragonesa, que editó en fascículos El Periódico de Aragón, llegó a publicar otros cinco libros. Tres de ellos en torno a la copla: Cantaclaro. Cancionero aragonés (2001), PoeMario (2006) y La Copla y su anécdota, (2015). Otros dos, sobre el comercio en las calles zaragozanas: Un recorrido por 100 tiendas zaragozanas. (1999) y Cinco docenas de visitas insólitas zaragozanas (2008), estupendos cartularios sobre las tiendas de más prosapia que el “progreso” se ha encargado de abolir. Que me avisen, si en estos últimos quince años no han acabado con todas.

A Mario, como a cualquier persona talentosa, se le comían los diablos, al igual que a Goya, en cuanto hablaba de Zaragoza. Sus entendederas no le daban para aceptar como los más hipócritas, ventajistas, corruptos, vendemierdas, falsarios y untuosos se llevaban galardones, títulos, canonjías, reconocimientos y plácemes, mientras que los que estudiaban, producían y trabajaban sin esperar ingresos ni admiración social, eran ignorados por patronazgos e instituciones.

Mario no era toro manso sino que se rebelaba, se explayaba sobre lo que otros no se atreven a decir, no sea que los cancelen, y se ganaba enemigos por su lengua suelta y no avenida a conveniencias.

Por todo eso, me apetece recordarlo y enaltecerlo como amigo, sabio y resistente a la mentira.

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