JAVIER LORÉN ZARAGOZANO. Doctor en Ciencias Agrarias.


En el área mediterránea los episodios de sequías no nos resultan ajenos. El clima mediterráneo se caracteriza por la existencia de sequías, precipitaciones irregulares y temperaturas elevadas en verano.  En el pasado reciente hemos tenido varias sequías de larga duración como las de 1990-95 y 2005-08. Sin embargo, y como consecuencia del cambio climático, la incidencia de esta sequía se hace más patente, con temperaturas más elevadas de lo común, sobre todo en la zona sur del país. Temperaturas elevadas, sequía y mayor evapotranspiración forman un conjunto de circunstancias que han reducido la producción de nuestros secanos y la disponibilidad de agua para el regadío, incluso en algunos pueblos, para los propios ciudadanos. Desgraciadamente, todavía hay pueblos en Aragón a los que se suministra agua potable con cisternas.

La actual sequía ha causado pérdidas millonarias en muchas zonas de España, donde se han llegado a perder hasta el 100% de las cosechas. Además, las reservas de agua en los embalses están por debajo de la media de los últimos años en Demarcaciones hidrográficas como las de Andalucía y Cataluña, donde se han visto obligados a reducir de forma drástica las dotaciones para riego y otros usos civiles.  En Aragón, los grandes sistemas de regadío están sufriendo las consecuencias de la sequía. Esta situación los ha llevado a modificar a la baja las dotaciones de agua por hectárea, obligando a los agricultores a dejar superficies sin sembrar o, en el mejor de los casos, sembrar cultivos de menor demanda de agua.

La prueba de la crudeza de la sequía de 2023 la podemos encontrar en los datos de siniestralidad que han declarado agricultores y ganaderos a Agroseguro, y que tiene el importe de indemnización más alto desde la aprobación de la ley del seguro agrario de 1978.  Las indemnizaciones de 2023 por importe de 300 millones de euros superan en un 50% a las del año 2012, que hasta ahora había sido el de mayor siniestralidad por sequía. Afortunadamente, la ley que vio la luz con el ministro Jaime Lamo de Espinosa ha dado soporte a todos aquellos que tenían contratado un seguro de sequía. Sin embargo, conviene constatar que en algunos cultivos las superficies aseguradas frente a riesgos de sequía son bajas; en olivar, apenas se asegura el 4,56% de la superficie; en frutos secos el 11,4%; en uva el 47% y en cultivos herbáceos el 46,8%; es decir, en ningún cultivo se alcanza el 50% de la superficie.

En ganadería, el seguro de sequía de pastos solo cubre el 7% de la superficie, creándose una situación muy complicada para los ganaderos ya que, además, el precio del pienso y de la paja se ha incrementado significativamente, como consecuencia de la guerra de Ucrania, y de la propia sequía, que no es solo exclusiva de España.

Una gran parte de nuestros secanos no tienen la cobertura del seguro de sequía, y van a ser los agricultores y ganaderos que gestionan esas explotaciones los que tendrán que asumir la caída de rentabilidad de sus explotaciones en 2023. En algunas CC.AA., entre ellas la nuestra, se han habilitado ayudas directas para aquellas situaciones más graves, donde hay riesgo de desaparición de las explotaciones.

Los datos y previsiones a futuro parecen indicar que el número de siniestros y las pérdidas económicas van a ser cada vez mayores. Ante este horizonte, es imprescindible buscar medidas de mitigación.  Los seguros agrarios parecen la mejor herramienta a futuro para salvaguardar las explotaciones.

El plan estratégico de la PAC contempla la potenciación de los seguros agrarios frente al cambio climático. Será necesaria la búsqueda del equilibro entre el conjunto de las primas pagadas por los agricultores y ganaderos (incluidas las subvenciones) y las indemnizaciones percibidas en caso de siniestro. 

Sin duda, 2023 está siendo un año muy duro para muchos agricultores y ganaderos.  Al incremento de costes de los insumos hay que sumarle las pérdidas cuantiosas de cosecha por sequía u otros eventos. Esperemos que, en el próximo otoño e invierno, nieve, llueva y se recarguen los embalses y los acuíferos porque necesitamos que eso ocurra, y que los precios de los insumos vuelvan a la normalidad.  El mundo necesita agricultores y ganaderos que produzcan los alimentos que cada día (esto a veces lo olvidamos) tomamos, y ellos necesitan que sus explotaciones sean rentables para seguir con su actividad.     

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