JAVIER LORÉN ZARAGOZANO. Doctor en Ciencias Agrarias.


La Real Academia Española de la lengua define eficacia como: “Capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera.” La 2ª acepción de eficiencia es: “Capacidad de lograr los resultados deseados con el mínimo posible de recursos.”

Durante mucho tiempo en los sistemas productivos se buscó la eficacia; es decir, conseguir los objetivos sin evaluar cómo era el consumo de recursos, que en muchos casos abundaban y eran baratos. La población del planeta ha crecido enormemente hasta multiplicarse casi por ocho desde los albores del siglo XX, y va a seguir creciendo según todas las previsiones, especialmente en el continente africano. Por lo tanto, el consumo de recursos que son finitos será mayor.  Esto nos lleva inexorablemente a la búsqueda de la eficiencia para alcanzar la eficacia; es decir, conseguir los objetivos reduciendo el consumo de recursos.  En pleno siglo XXI, ser eficientes no es solo una necesidad, sino que es una obligación para garantizar la sostenibilidad del planeta y con ello de la humanidad. La ciudadanía somos conscientes, aunque sea parcialmente, y unos más que otros, de la importancia que tiene el medioambiente en su conjunto en nuestras vidas.  Sabemos que los recursos en su mayor parte son finitos y, además, que los residuos que generamos en nuestro día a día, son un problema para el medioambiente y para la salud de los ecosistemas.

Administraciones, empresas y ciudadanía hemos de tomar conciencia de que la eficiencia es un nuevo reto que tenemos que afrontar. Por otra parte, no podemos obviar que el desarrollo desde la era industrial ha supuesto enormes cambios sociales, económicos y ambientales, muchos de ellos positivos en la parte social y económica. Sin embargo, en el apartado ambiental, hemos generado un ingente consumo de recursos, que en su inmensa mayoría no son renovables; estamos generando contaminación de recursos tan valiosos e imprescindibles como el agua, los suelos y el aire. Además, el desarrollo “desbocado” en algunos casos, ha contribuido a destruir ecosistemas, degradar la biodiversidad con pérdida de hábitats y de especies, desapareciendo para siempre algo tan valioso como la genética de estos organismos. También en el planeta se ha producido una pérdida neta de masa forestal (en nuestro país, el abandono de tierras agrícolas ha contribuido al aumento de superficie forestal). Y, además, hemos creado montañas de residuos, algunos de los cuales, los plásticos, acaban contaminando los mares.

Por todo lo anterior, es evidente que estamos obligados a ser más eficientes, a consumir menos recursos y a generar menos residuos.  La tecnología, la comunicación, la información, la formación y la concienciación, son herramientas clave para mejorar la “salud” de nuestro planeta y, con ello, por supuesto la nuestra. La Tierra es la casa donde vivimos, y esto no debemos olvidarlo. Conviene recordar que la Tierra seguirá girando alrededor del Sol durante, al menos, cinco mil millones de años más; es decir, seguirá evolucionando y cambiando como lo ha hecho a lo largo de su historia.  Existió sin vida durante más de dos mil millones de años y, por lo tanto, no somos necesarios para el planeta.  Somos los humanos los que sufriremos las consecuencias de no actuar preservando todo aquello que necesitamos.  

El desarrollo de la economía circular es fundamental.  La economía lineal de usar y tirar, en la que hemos vivido, sobre todo en las últimas décadas, es insostenible e inviable para el futuro de las próximas generaciones.

Tenemos que valorar todo aquello que tenemos y que el planeta nos aporta; si sabemos valorarlo, aprenderemos a preservarlo entre todos.  No es tarea de unos pocos; es tarea de todos. Pongámonos a ello, de verdad.

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