FRANCISCO JAVIER AGUIRRE. Escritor.
Según las normas que regulan la circulación por las autopistas y autovías españolas, la velocidad máxima autorizada es de 120 km/hora, y la mínima de 60 km/hora. Cuando se trata de carreteras convencionales, la velocidad mínima es de 50 km/hora.
Pero llega al caso de las carreteras secundarias, esas vías que sirven para acceder a pequeños núcleos de población. Un caso concreto es la que conduce en Zaragoza desde la carretera del aeropuerto hasta el barrio rural de Garrapinillos, en un trayecto de 4 km. Allí la velocidad máxima está reiteradamente indicada a 50 km/hora, existiendo una decena de placas que indican un máximo de 30 km/hora, coincidiendo con la señalización de pasos para peatones, comúnmente conocidos como ‘pasos cebra’.
En dichas carreteras secundarias, como la señalada, puede comprobarse con lamentable frecuencia el tránsito de automóviles que superan en mucho la velocidad máxima permitida. Es más, cuando un conductor consciente y respetuoso con la normativa, circula a los 50 km/hora establecidos, y reduce la marcha al vislumbrar los pasos de peatones señalados en el pavimento y en la placa correspondiente, no tarda en comprobar cómo buena parte de los vehículos lo adelantan a gran velocidad. Llega a tener la sensación de que molesta a los demás por respetar escrupulosamente las normas.
En algunos casos, hasta pueden captarse por el espejo retrovisor gestos ofensivos de quienes ni siquiera respetan la distancia de seguridad entre vehículos. Tales conductores muestran su malestar porque se ven obligados a disminuir su velocidad al haber circulación próxima en sentido contrario, única circunstancia que asegura el cumplimiento –no siempre– de la norma establecida, ya que algunos no respetan ni siquiera los tramos en los que está claramente señalada en el pavimento, y en la placa correspondiente, la línea continua que prohíbe adelantar.
En algunos puntos de ese citado tramo de carretera secundaria se han podido observar, a lo largo del tiempo, adheridos a los árboles que bordean buena parte del trayecto, ramos de flores de indudable significado. Quizá alguno de ellos se colocó en ‘honor’ de un conductor desaprensivo.