CARLOS HUE. Psicólogo y Doctor en Ciencias de la Educación.


Cada día más personas, jóvenes o no, prefieren las relaciones virtuales que las presenciales. La explicación de por qué preferimos tener relaciones en las redes sociales que conectar con las personas que nos toca convivir día a día, bien en la escuela, el trabajo, el vecindario o la familia se encuentra en la inseguridad propia del ser humano. Las personas, como animales que somos, somos temerosos y por ello desarrollamos cuatro emociones negativas frente una sola positiva. Las personas queremos volver siempre al seno materno porque es ahí donde encontramos nuestra primera seguridad que se vio rota al nacer con corte del cordón umbilical y el llanto posterior. Por esta razón, lo desconocido, por un lado, nos da miedo, inseguridad y, por otro, nos hace consumir más energía. Este es el motivo que siempre buscamos personas conocidas y que nos den la razón. Si no nos dan la razón, además de la incomodidad emocional en forma de cortisol en la sangre que nos pone en alerta, nos obligan a gastar más energía. De este modo, nos vamos encerrando en la burbuja de seguridad de las personas conocidas y que nos apoyan (likes en Whatsapp). Cuento la anécdota de cómo un profesor que da la clase de pie en el aula universitaria acaba explicando la lección frente al grupo de alumnos que continuamente asienten con la cabeza y no frente a aquellos que no la mueven hacia ningún lado.

Desde esta perspectiva, la tolerancia supone un esfuerzo de energía, por un lado, y abordar los miedos y la inseguridad por otro. Diríamos que la tolerancia es cara e incómoda. Aceptar sin juzgar a una persona que piensa de forma diferente que nosotros asignándole el mismo valor como persona que nosotros pensando que está totalmente equivocado es una acción de personas valientes. Entender que esa persona que nos lleva la contraria en una discusión tiene el mismo valor que nosotros a pesar de saber que está en el error, es muy duro. Comprender que esa persona piensa y actúa así porque el entorno que ha tenido a lo largo de su vida lo ha condicionado para ello es muy complicado.

Ahora bien, quedarnos en nuestra razón, meter en un castillo inexpugnable nuestras ideas y solo dejar entrar a aquellas personas que piensan como nosotros, nos condena al totalitarismo, al reduccionismo, a la pobreza mental y al aislamiento social. En este caso, son ya muchas las personas que prefieren sus relaciones en las redes sociales donde cada uno se posturea como quiere, donde los demás hacen lo mismo, y donde las relaciones que se dan pueden ser absolutamente ficticias. Son muchas las personas que prefieren esto a las relaciones reales con las personas de su entorno escolar, laboral, de vecindario o, incluso, familiar.

Reflexionemos un poco. Hablando de los peligros que esto encierra pensemos en una situación crítica, como quedar atrapados por un fuego en medio del bosque en el que se nos plantean dos posibilidades de salvarnos: una que nos propone una persona “enemiga”, una persona que discrepa de nuestras ideas pero que pensamos que es un experto en incendios; la otra, que nos propone una persona muy cercana a nuestras ideas que no consideramos experto. Siguiendo el planteamiento anterior preferiríamos morir con un amigo que salvarnos con un “enemigo”.

La tolerancia, aunque requiere más energía y mayor regulación emocional, tiene muchas ventajas. Aumenta el conocimiento al poder considerar una misma realidad desde diferentes puntos de vista. Aumenta la empatía al hacernos poner en el punto de vista de los demás. Incrementa nuestra capacidad de relación y por tanto los amigos, ya que aprendemos a tratar con todas las personas piensen o no como nosotros. Incluso eleva la acción del sistema inmune como se demostró en una investigación llevada a cabo en la Universidad de Chicago. En este experimento un grupo de trabajadores que iban y venían todos los días desde el extrarradio a la ciudad se dividió en dos subgrupos; a uno, se le aconsejó que durante el trayecto de 30 minutos intentasen hablar con las personas que todos los días hacían el mismo trayecto; al otro grupo no se les dio consigna alguna. Se comprobó cómo aquellos que habían establecido relación con desconocidos puntuaban significativamente más alto en escalas de bienestar personal que aquellos otros que no lo habían hecho y, además, reforzaron su sistema inmune y tuvieron menos enfermedades en el período de tiempo que duró el experimento.

En tal sentido me encanta la frase de Dan Buettner cuando dice “un amigo es un extraño al que no conozco bien todavía”, es decir, todas las personas son potencialmente amigos, lo que hace falta es que pasemos tiempo juntos y que establezcamos una relación positiva independientemente de las diferencias de opinión, edad, sexo, religión, orientación política, moda o deporte.

En consecuencia, en la formación de las personas, en los centros educativos y a través de los medios de comunicación social se hace necesario presentar la tolerancia como una actitud que requiere esfuerzo mental y emocional, pero que tiene los beneficios antes apuntados. Hay que huir de enfoques sentimentaloides o religiosos que inciden en la obligación de ser tolerantes, de no juzgar, ni criticar, o de ser generosos, no. Hay que enseñar que el esfuerzo realizado en tolerancia se ve recompensado con creces por ese incremento en el conocimiento, en la regulación emocional, en la empatía, en el bienestar personal, incluso en el refuerzo del sistema inmune. Y, además, una persona con estas competencias emocionales seguro tendrá más éxito en encontrar una pareja adecuada y hasta un trabajo mejor remunerado.

¿No será que la falta de tolerancia hacia los demás es indicio de una falta de tolerancia a nosotros mismos, una falta de aceptación de nuestra condición humana que es frágil, sujeta al azar de la enfermedad, el dinero, el cariño de los demás? Quién confía, de verdad en sí mismo, no teme a los demás, sino que entiende que juntos somos más fuertes, que juntos obtendremos más beneficios.

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