JAVIER LORÉN ZARAGOZANO. Doctor en Ciencias Agrarias.
El aceite de oliva es un producto básico de la dieta mediterránea y un elemento fundamental de la mayoría de las despensas españolas.
Es habitual escuchar el comentario acerca del sabor que nuestros magníficos aceites de oliva dan a las ensaladas y a otros platos. Tenemos muy interiorizado que es nuestro aceite por antonomasia y que además su consumo tiene ventajas desde el punto de vista de la salud con relación a otros tipos de aceites.
Estos días podemos observar cómo en los medios de comunicación se habla del crecimiento imparable del precio del aceite de oliva y de sus consecuencias. ¿Por qué está subiendo tanto?
En mi opinión, en primer lugar, porque las últimas cosechas han sido inferiores a lo esperado y especialmente la de este año que se prevé mala. Quizás estas últimas lluvias contribuyan a aumentar las expectativas de producción, y con ello a una estabilización y reducción de los precios. Conviene no olvidar que España es el primer país productor del mundo, y que lo que sucede aquí repercute en el precio del producto.
En segundo lugar, porque la demanda ha continuado creciendo y, sobre todo, las exportaciones a países con mayor nivel de renta.
En tercer lugar, porque ha habido empresas que han comprado grandes cantidades de aceite ante la expectativa de un importante crecimiento de precios, que sin duda ellos también han favorecido.
En cuarto lugar, se ha producido una concentración de grandes plantaciones en manos de empresas y fondos de inversión del sector agribusiness. Generalmente se trata de modernas explotaciones de regadío, con producciones elevadas. Esto les permite ejercer cierto control del mercado.
La subida de precios preocupa al sector, sobre todo a los productores de aceites de mayor calidad (denominaciones de origen y otros) porque temen que se produzca una reducción del consumo, en unos momentos donde la inflación de los alimentos está afectando a toda Europa y también a países terceros. Esto puede cambiar hábitos de consumo que ha costado mucho “crear” y provocar un descenso en sus ventas futuras. La Unión Europea prevé un descenso del consumo del 11% como consecuencia de los elevados precios.
Cultivar un olivar tradicional de secano o de regadío sin agua (por la sequía) tiene unos costes fijos que es necesario cubrir con una parte significativa de la cosecha. Si la sequía provoca las pérdidas de cosecha que se prevén a fecha de hoy, los costes serán mayores que los ingresos si el precio del aceite en origen no garantiza dicha rentabilidad. Si el agricultor no obtiene rentabilidad por su trabajo y, además, esto se repite varios años, la consecuencia será el abandono de la actividad.
Actualmente, desde mi punto de vista hay varias tipologías de cultivo de olivar: en primer lugar, de regadío y de secano; dentro de los de secano los olivares tradicionales de varios troncos (gran parte se han reconvertido a uno), y los olivares de un tronco con estructura tradicional y mayor densidad de plantación. Además, están los olivares de regadío por goteo, con estructura tradicional, o bien en plantaciones en seto. Los costes de inversión de estos últimos son mayores, pero el período de amortización es más corto y los costes de recolección son más bajos que en los otros sistemas, lo que les permite ser más competitivos, u obtener mayores rentabilidades.
Las plantaciones tradicionales son un elemento significativo del paisaje (véase la provincia de Jaén y Córdoba) que aportan valores ecosistémicos al entorno. La subvención de la PAC a estos olivares está plenamente justificada, por sus valores ambientales, y por la dificultad de competir con los nuevos sistemas intensivos.
Cabe esperar que los precios se moderen o incluso bajen ante la expectativa de una cosecha mejor de lo previsto hace un mes. Confiemos en que sea así y la demanda que se caracteriza para este producto por ser elástica, vuelva pronto a crecer. Será bueno para nuestra salud y también para el sector agrícola.