JAVIER BARREIRO. Escritor.
Durante estas últimas semanas las estrellas parecen haberse conjurado para revitalizar la figura de Mauricio Aznar, con la presentación en el Festival de San Sebastián de la película de Javier Macipe basada en su trayectoria, La estrella azul, y su apoteósico triunfo de público con adobe de premios, aunque no obtuviera el que más merecía, según me han contado viejos donostiarras adictos al festival que no conocían de nada al músico del zaragozano barrio de Casablanca, y les impresionó su historia.
Ello, unido al 23 aniversario de su muerte acaecida el 30 de septiembre del año 2000, más la frenética presentación el día 4 de octubre de la biografía del rocker devenido en chacarero, “Más Birras. Del barrio a la leyenda”, escrita por su admirador Jorge Martínez, cantante, poeta, autor y alma del grupo “Mc Fly despierta” y publicada por la editorial Doce Robles. El acto se celebró en el Palacio Provincial de la Diputación de Zaragoza con presencia institucional, y sólo una vez he visto en tal lugar más gente sin poder entrar. Pero ninguna con más público entregado y ovacionándolo todo con la rotunda convicción de que se estaba haciendo justicia, por más que algunos de los circunstantes opinase que la mayoría parecían ataviados más para un rodeo que para un acto cultural.
Para rematar, aunque aún vendrán más fastos, se anuncia ahora un nuevo libro de Jaime González, fundador del grupo Amankay -para actuar con Mauricio y sus chacareras, se convertía en Almagato- que irá acompañado del disco con folklore argentino que grabaron juntos en los años noventa.
Todo esto ha convertido a Mauricio en actualidad nacional, lo que, sin duda, lleva camino de convertir un mito que era zaragozano y, luego, aragonés, en otro que sobrepase las fronteras del antiguo reino. ¡Qué lejos de los últimos años del músico en los que espontáneamente se ponía a cantar con su guitarra en alguna esquina del Paseo de la Independencia! El tan nacional éxito póstumo.
Junto a Pedro, el fallecido hermano mayor de Mauricio, Gabriel Sopeña fue desde la niñez hasta el final la persona más cercana al músico y quien mejor conoció su evolución y trayectoria. Yo también fui su amigo y confidente desde 1986, año en que se acercó a mí por su desmesurada pasión por el tango y la figura de Gardel, como dejé escrito en alguna parte y compartimos vivencias y anécdotas de muy diverso pelaje.
Golden Zippers (1981), grupo fundamentalmente rockabilly, con Miguel Mata (bajo) Robbie (guitarra) y Manolo Leal (batería), fue la primera banda de Mauricio. De ahí surgió en 1985 Más Birras, a la que se agregaron el guitarrista Víctor Jiménez y el saxo Mariano Ballesteros. “Interferencias”, garito junto al Huerva en la calle Benavente, que se convirtió en editora discográfica, fue el lugar más frecuentado por el grupo. También el “Paradís”, en la calle Jesús Comín, nombre de un carlista recalcitrante, donde vivió Mauricio una temporada y que desembocaba en la calle Comandante Santa Pau, donde se encontraba la sala “En Bruto”, en la que Más Birras actuó frecuentemente. En dicha calle se encontraba también “Casa Félix”, donde los estudiantes de los años sesenta y setenta se emborrachaban con vino de Málaga y, hombro con hombro, entonaban otros tipos de folklore.
El nombre de Jesús Comín dio paso al de Ana Isabel Herrero, asesinada por el GRAPO en un lugar cercano, pero hasta 1936 su nombre había sido Calle del Alba, tal vez porque, al amanecer, el astro rey se asomaba grandioso por el final de calle sobre el colegio de los Agustinos. Comandante Santa Pau es hoy Héroes del Silencio y, antes de esas dos denominaciones, fue la calle del Progreso.
Estas dos vías urbanas, claro, no son las que fueron en los tiempos de las birras y los héroes ni entonces eran las de la posguerra, cuando les impusieron los nombres del comandante falangista y el abogado carlista. Antes de la Guerra Civil las calles del Progreso y del Alba unían sus nombres a los de la calle del Arte, la cercana Bolonia, y la calle de La Paz, la única cuya denominación sobrevive.
A uno le hubiera gustado que hubieran recuperado los nombres que ostentaron al ser abiertas a finales de la primera década del siglo XX. Ahí es nada: Alba, Arte, Paz y Progreso. Y, seguro, que a Mauricio también.